San Ambrosio "nació en torno al año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. La familia era cristiana. Cuando falleció su padre, su madre lo llevó a Roma, siendo todavía un muchacho, y lo preparó para la carrera civil, proporcionándole una sólida instrucción retórica y jurídica. Hacia el año 370 fue enviado a gobernar las provincias de Emilia y Liguria, con sede en Milán. Precisamente allí se libraba con gran ardor la lucha entre ortodoxos y arrianos, sobre todo después de la muerte del obispo arriano Ausencio. San Ambrosio intervino para pacificar a las dos facciones enfrentadas, y actuó con tal autoridad que, a pesar de ser solamente un catecúmeno, fue aclamado por el pueblo obispo de Milán.
Hasta ese momento, san Ambrosio era el más alto magistrado del Imperio en el norte de Italia. Muy bien preparado culturalmente, pero desprovisto del conocimiento de las Escrituras, el nuevo obispo se puso a estudiarlas con empeño. Aprendió a conocer y a comentar la Biblia a través de las obras de Orígenes, el indiscutible maestro de la 'escuela de Alejandría'. De este modo, san Ambrosio introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. El método de la lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de san Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios.
Un célebre exordio de una catequesis ambrosiana muestra admirablemente la manera como el santo obispo aplicaba el Antiguo Testamento a la vida cristiana: 'Cuando leíamos las historias de los Patriarcas y las máximas de los Proverbios, tratábamos cada día de moral —dice el santo obispo de Milán a sus catecúmenos y a los neófitos— para que vosotros, formados e instruidos por ellos, os acostumbréis a entrar en la senda de los Padres y a seguir el camino de la obediencia a los preceptos divinos' (Los misterios 1, 1).
En otras palabras, según el Obispo, los neófitos y los catecúmenos, después de aprender el arte de vivir rectamente, ya podían considerarse preparados para los grandes misterios de Cristo. De este modo, la predicación de san Ambrosio, que representa el núcleo fundamental de su ingente obra literaria, parte de la lectura de los Libros sagrados ('Los Patriarcas', es decir, los Libros históricos; y 'Los Proverbios', o sea, los Libros sapienciales) para vivir de acuerdo con la Revelación divina." (BENEDICTO XVI)
A continuación dejamos un texto de este eminente Padre, que por otra parte tanta influencia ejerció sobre ese otro inmenso personaje que fue San Agustín:
"Porque, así como Dios es uno solo, así también uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Sólo él podrá redimir al hombre, aventajando en amor fraternal a los propios hermanos. Porque él, por los que no eran de su propia familia, derramó su propia sangre, cosa que no se hace ni por los propios hermanos. Y así, no tuvo consideración con su propio cuerpo, a fin de redimirnos de nuestros pecados, y se entregó en rescate por todos. Así lo afirma el apóstol Pablo, su testigo veraz, como se califica a sí mismo cuando dice: Digo la verdad, no miento.
Y ¿por qué sólo él es capaz de redimir? Porque nadie puede tener un amor como el suyo, hasta dar la vida por sus mismos siervos; ni una santidad como la de él, porque todos están sujetos al pecado, todos sufriendo las consecuencias del de Adán. Sólo puede ser designado Redentor aquel que no podía estar sometido al pecado de origen. Al hablar, pues, del hombre, nos referimos a nuestro Señor Jesucristo, que tomó naturaleza humana para crucificar en su carne el pecado de todos y borrar con su sangre el protocolo que nos condenaba." (Comentario sobre el salmo 48)
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