Un 16 de julio del año 1054, tuvo lugar un acontecimiento que la historiografía ha marcado como el hito formal del Gran Cisma de Oriente, un momento simbólico que selló la división entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Oriental. Sin embargo, esta ruptura no fue un suceso repentino, sino el resultado de siglos de tensiones acumuladas de carácter político, cultural, lingüístico, litúrgico y teológico.
Contexto Precedente y Acumulación de Diferencias
Desde los primeros siglos del cristianismo, las realidades entre Oriente (principalmente helenístico) y Occidente (principalmente latino) comenzaron a divergir. El Imperio Romano, que alguna vez fue una entidad unificada, se transformó en el siglo IV en dos partes con destinos distintos: el Imperio de Occidente, que "cayó" en el siglo V, y el Imperio Bizantino en Oriente, que prosperó por casi mil años más. Esta división administrativa se tradujo en diferencias eclesiásticas significativas.
• Divergencias Políticas y Culturales: En Occidente, tras la caída del Imperio Romano, el obispo de Roma asumió un papel de liderazgo civil ante la ausencia de una autoridad imperial fuerte, lo que llevó a la formación de los Estados Pontificios. La coronación de Carlomagno como emperador en el año 800 por el Papa León III fue vista en Constantinopla como una usurpación y una afrenta directa a la autoridad imperial bizantina, que se consideraba la legítima continuación del Imperio Romano. Esto profundizó la brecha entre ambas partes de la cristiandad. En Oriente, el emperador bizantino mantenía un papel activo en los asuntos eclesiásticos, una figura conocida como "cesaropapismo", aunque los bizantinos lo veían como una colaboración natural entre el trono y el altar.
• Diferencias Teológicas: La controversia más significativa fue la del Filioque ("y del Hijo"). Esta adición al Credo Niceno-Constantinopolitano por parte de Occidente, afirmando que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, era inaceptable para los orientales. La veían como una modificación unilateral de un credo establecido por concilios ecuménicos sin consultar a toda la Iglesia, y consideraban que comprometía la monarquía del Padre como única fuente de la divinidad. Otra diferencia fundamental era la autoridad papal; Roma desarrolló la doctrina de la primacía jurisdiccional universal del Papa como sucesor de Pedro, mientras que Oriente mantenía una visión más conciliar, donde el obispo de Roma merecía un primado de honor como "primero entre iguales" (primus inter pares), pero no autoridad directa sobre las otras Iglesias patriarcales.
• Variaciones Litúrgicas y Disciplinares: Existían diferencias notables en prácticas como el uso de pan ácimo (sin levadura) en la Eucaristía en Occidente frente al pan fermentado en Oriente. El celibato obligatorio para todos los sacerdotes en Occidente contrastaba con la práctica oriental de permitir el matrimonio de los presbíteros antes de la ordenación. Otras diferencias incluían la supresión del Aleluya en Cuaresma, el ayuno los sábados, y la costumbre de los sacerdotes latinos de no llevar barba.
El Clímax: 16 de Julio de 1054
La situación se intensificó cuando, en la década de 1040, los normandos en el sur de Italia (territorio bizantino) comenzaron a reemplazar a los obispos griegos por latinos, prohibiendo las costumbres griegas. En respuesta, el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario (elegido en 1043), un personaje altanero y ambicioso con fuertes sentimientos anti-latinos, ordenó el cierre de todas las iglesias latinas en Constantinopla en 1052. Además, indujo al obispo León de Ácrida a redactar un tratado criticando duramente el uso latino del pan ácimo y otras prácticas.
El Papa León IX, buscando una alianza con Bizancio contra los normandos, envió una legación a Constantinopla encabezada por el Cardenal Humberto de Silva Cándida, un clérigo inflexible y autoritario, acompañado por Federico de Lorena y Pedro de Amalfi. Las relaciones fueron tensas desde el principio, con Cerulario negándose a recibir a los legados papales, a quienes consideraba que no merecían el respeto protocolario. Cerulario incluso prohibió a los embajadores latinos decir misa.
El 16 de julio de 1054, frustrado por la negativa de Cerulario a negociar, el Cardenal Humberto de Silva Cándida, Federico de Lorena y Pedro de Amalfi entraron en la Basílica de Santa Sofía durante la liturgia eucarística. Allí, depositaron sobre el altar mayor una solemne bula de excomunión contra el patriarca Miguel Cerulario y sus partidarios.
Contenido de la Bula de Excomunión de Roma: La bula, redactada en términos "durísimos", acusaba a Cerulario y a los suyos de varias herejías y prácticas erróneas, incluyendo:
• La venta de cargos eclesiásticos (simonía).
• La castración de huéspedes para elevarlos al clero (práctica de los valesianos).
• El rebautismo de aquellos que habían sido bautizados en el nombre de la Santa Trinidad, especialmente a los latinos (como los donatistas).
• La negación de la procesión del Espíritu Santo del Hijo (Filioque), acusándolos de haber "corrompido el Credo Niceno suprimiendo el Filioque".
• El matrimonio de los clérigos (calificado de "libertinaje").
• El uso de pan leudado para la eucaristía.
• Afirmar que fuera de su Iglesia no había iglesia ni bautismo.
Tras depositar el documento, los legados papales se sacudieron el polvo de los pies y abandonaron la ciudad. Es importante destacar que esta bula de excomunión era canónicamente inválida. El Papa León IX había fallecido el 19 de abril de 1054, antes de que la bula fuera entregada, lo que anulaba los poderes de sus legados.
La respuesta de Cerulario no se hizo esperar. El 24 de julio de 1054, Miguel Cerulario reunió un sínodo de la Iglesia de Constantinopla y, a su vez, lanzó una contra-excomunión contra los legados papales (Humberto de Silva Cándida, Federico de Lorena y Pedro de Amalfi). El patriarca quemó públicamente la bula romana.
Contenido de la Bula de Excomunión de Cerulario (Respuesta): El documento bizantino acusaba a los latinos, entre otras cosas, de:
• No afeitarse la barba.
• No separarse de los presbíteros casados.
• Adulterar el sacrosanto símbolo de la fe al añadir el Filioque.
• Afirmar que el Espíritu Santo procede no solo del Padre, sino también del Hijo, sin base evangélica o conciliar.
• Actuar "desvergonzadamente contra la ortodoxa Iglesia de Dios".
• No haber sido enviados por el Papa y de traer sellos falsos en sus cartas.
Es crucial señalar que este sínodo del patriarca no excomulgó al Papa ni a toda la Iglesia latina, sino específicamente a los legados y a quienes habían intervenido en la redacción de la bula. En Occidente, el acontecimiento pasó en gran medida inadvertido.
El Profundizamiento del Cisma: La Cuarta Cruzada (1204)
Aunque el intercambio de excomuniones en 1054 fue dramático, no llevó de inmediato a una ruptura completa en la conciencia de los cristianos de la época. Sin embargo, el abismo de separación se agrandaría significativamente con la Cuarta Cruzada en 1204. Originalmente destinada a Jerusalén, esta cruzada fue desviada hacia Constantinopla. La ciudad fue brutalmente saqueada por los cruzados latinos durante tres días, destruyendo incontables tesoros culturales, profanando iglesias y estableciendo un Imperio Latino. Esta traición, como fue percibida en Oriente, convirtió la división religiosa en un abismo casi infranqueable, generando una profunda animosidad y xenofobia hacia los católicos.
Intentos Efímeros de Reunión: Los Concilios de Lyon (1274) y Florencia (1439)
A pesar de la creciente distancia, hubo intentos de reconciliación.
• Concilio de Lyon II (1274): Se logró un efímero retorno de la Iglesia Bizantina a la de Roma, motivado en parte por el emperador Miguel VIII Paleólogo que buscaba apoyo papal frente a las amenazas militares. La unidad se selló con el Papa Gregorio X y los embajadores de Miguel VIII, y se entonó el Te Deum, repitiendo tres veces el Filioque. Sin embargo, el clero bizantino y gran parte del pueblo no aceptaron el acuerdo, y la unión apenas duró unos pocos años.
• Concilio de Ferrara-Florencia (1438-1445): Este fue el intento más significativo de reunificación. Se celebró en un momento crítico para el Imperio Bizantino, gravemente amenazado por los otomanos. La delegación griega incluyó al propio emperador Juan VIII y al Patriarca de Constantinopla, José II (quien murió en Florencia durante el Concilio, suscribiendo antes de morir una profesión de fe en el Primado del Pontífice Romano). Se examinaron y debatieron exhaustivamente todas las cuestiones dogmáticas y disciplinares que separaban a Oriente y Occidente, incluyendo el Filioque y el Primado papal.
◦ El decreto de unión, Laetentur Caeli, fue proclamado el 6 de julio de 1439.
◦ Reconoció la legitimidad de la visión occidental del Filioque, afirmando que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio.
◦ Aprobó un texto que hablaba del Papa como quien tiene "primacía sobre todo el mundo", como "cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos".
◦ También se confirmó el orden jerárquico de los patriarcados: Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. A pesar de los acuerdos, las decisiones de Florencia nunca fueron recibidas por un cuerpo representativo de obispos o fieles en Oriente y fueron formalmente rechazadas en Constantinopla en 1484. La Iglesia rusa fue la primera en rechazarla. La agitación popular en Constantinopla llegó al extremo de preferir "el turbante de los turcos que la mitra de los latinos". Poco después, el 29 de mayo de 1453, los turcos asaltaron Constantinopla, y el Imperio cristiano de Oriente desapareció para siempre, lo que en la práctica fosilizó las diferencias teológicas y consolidó la separación.
Hacia la Reconciliación: Pablo VI y Atenágoras I
El siglo XX trajo consigo nuevas esperanzas para la unidad. Un momento histórico decisivo ocurrió el 5 de enero de 1964 en Jerusalén, con el encuentro entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Atenágoras I. Este fue el primer encuentro entre los primados de ambas Iglesias desde 1439.
Este encuentro preparó el terreno para un gesto aún más audaz: el 7 de diciembre de 1965, en el penúltimo día del Concilio Vaticano II, Pablo VI y Atenágoras I emitieron una declaración conjunta en la que levantaron mutuamente las excomuniones de 1054. Este acto, realizado simultáneamente en la Basílica de San Pedro en Roma y en la iglesia patriarcal de San Jorge en Constantinopla, afirmó la voluntad común de "eliminar de la memoria y del medio de la Iglesia" el recuerdo de esos anatemas, para que no representaran un obstáculo al acercamiento en el amor. Este gesto significativo fue un "acto de justicia y perdón recíproco", que, aunque no puso fin al cisma, sí mostró un claro deseo de reconciliación y un cambio de clima. Simbolizó el reconocimiento católico de la vida sacramental y la realidad eclesial de las Iglesias ortodoxas. Pablo VI fue un Papa de gestos, y su visita a Atenágoras en Estambul en julio de 1967 demostró su disposición a servir a sus hermanos ortodoxos, rompiendo el pensamiento predominante de que una visita papal implicaría la sumisión del patriarca.
Diálogo Continuado y Perspectivas Modernas
Desde entonces, el diálogo ecuménico ha continuado. El Documento de Rávena (2007), fruto del diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas, es de gran importancia. En él, se reafirma que el obispo de Roma es efectivamente el "primero" (protos) entre los patriarcas, y se reconoce que este primado de la sede de Roma era aceptado en el primer milenio tanto en Oriente como en Occidente. El documento subraya la "interdependencia de sinodalidad y primado" como un principio fundamental en la vida de la Iglesia, destacando que la Iglesia no se entiende como una pirámide gobernada desde la cima, ni como una federación de Iglesias autosuficientes. Se busca una profundización común en el entendimiento de la Tradición para superar la división, no mediante sumisión sino a través del enriquecimiento mutuo. El ejercicio concreto de la primacía papal sigue siendo un tema clave para el debate futuro.
Los líderes actuales de ambas Iglesias, como el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, han continuado fortaleciendo las relaciones amistosas y fructíferas. Bartolomé I ha participado en la misa de inicio del pontificado del Papa Francisco, un hecho sin precedentes desde el Gran Cisma. Se ha reconocido que, aunque las diferencias teológicas y culturales persisten, el camino hacia la unidad está en marcha y es una obligación dictada por Dios, ya que la división es un "escándalo" y un "contra-testimonio" para la evangelización del mundo.
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