JOSEPH DE MAISTRE, PENSADOR DE LA CONTRARREVOLUCIÓN
1- BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA
Joseph de Maistre nació en Chambéry, Saboya, que pertenecía al reino de Cerdeña, el 1º de abril de 1753. Su padre y su abuelo materno se habían desempeñado en diversas magistraturas locales. Su padre recibió el título de conde. De la madre recibió un espíritu profundamente religioso y el gusto por la literatura. Educado con los jesuitas, siguió la carrera de derecho en Turín. Terminado sus estudios, el Rey lo nombró Fiscal General. A pesar de una fe profunda, alimentada en la práctica de los sacramentos, la lectura de los Evangelios y las obras de caridad, de joven se afilió a una logia masónica –afiliación que en ese tiempo no consideró incompatible con sus prácticas religiosas-. Estallada la Revolución, la logia a la que pertenecía fue disuelta y jamás volvería a formar parte de aquellas organizaciones. En 1792 su Patria fue ocupada por las tropas de la República Francesa. En ese contexto sufrió las consecuencias de su definición contrarrevolucionaria. Le confiscaron sus bienes y debió marchar a Suiza, donde se estableció de 1793 a 1797. Hacia finales del siglo, los avances de los ejércitos napoleónicos lo llevaron a marchar a la isla de Cerdeña, donde se encargó de la justicia de 1800 a 1802. En este año el Rey lo nombró embajador en San Petersburgo. Pasó catorce años como representante de un reino que sólo tenía existencia simbólica, lejos de su mujer y sus hijos y a veces sin dinero para pagar el carbón de su estufa. En 1817 pudo finalmente reencontrarse con su familia, muriendo cuatro años después en Turín.
2- SUS OBRAS: ALGUNAS IDEAS CONTENIDAS EN LAS MISMAS
Joseph de Maistre, junto con Edmund Burke y Louis de Bonald, son los
padres del pensamiento tradicionalista o contrarrevolucionario. Se suele
asociar a estos autores con una reivindicación del Antiguo Régimen, personajes
empeñados -por lo tanto- en procurar sostener una posición perdida. Sin
embargo, si analizamos detenidamente la obra de los mismos, en particular la de
nuestro autor, descubrimos que su pensamiento está más signado por el hecho de
la Revolución que por una reflexión serena acerca de las bondades del sistema
anterior a la misma. El hecho revolucionario los lleva a meditar acerca de la
naturaleza del mismo y de los fundamentos del Orden social alterado por el
proceso. Encontramos, pues, en estos pensadores, mucho más que una simple defensa
de un “mundo que se cae”. Tal vez haya sido de Maistre el que con mayor
profundidad indagó en la esencia del acontecimiento que sacudió a Occidente a
partir de 1789.
En
efecto, Joseph se planta frente a un mundo sacudido por la Revolución y la
guerra. Y descubre que los acontecimientos tienen una intensidad tal que no se
pueden explicar por la simple acción de las voluntades humanas: “Lo que más impresiona en la Revolución
Francesa es esa fuerza arrolladora que doblega todos los obstáculo. Su
torbellino arrastra como briznas de paja cuanto la fuerza humana ha sabido
oponerle…Se ha observado, con gran razón, que la Revolución Francesa conduce a
los hombres más de lo que es conducida por ellos.” Unas páginas antes había
dicho: “Estamos atados al trono del Ser
supremo con una cadena flexible sin esclavizarnos…es la acción de los seres
libres bajo la mano divina”[1].
Acción humana libre, pues, pero guiada misteriosamente por la Providencia
Divina. Estos hechos humanos, conducidos por la Divinidad, poseen un grado tal de
destrucción y de violencia pocas veces visto. Dios, por medio de esta orgía de
caos, sangre y confusión, castiga una serie de pecados gravísimos que necesitan
ser expiados. El autor vuelve sobre una intuición que la Humanidad ha tenido
desde tiempos remotos: en muchas oportunidades a lo largo de la historia los
justos e inocentes son víctimas del pecado y la prevaricación de los malos.
Claro que éstos también terminan cayendo bajo las garras del monstruo que han
desencadenado. Todo el proceso en sí tiene una profundísima dimensión
expiatoria. ¿Y cuáles son los pecados que deben ser reparados? Para responder a
esto debemos analizar otro elemento del pensamiento de Maistre: su concepto de
Nación.
“Cada nación, como cada individuo, ha
recibido una misión que debe cumplir. Francia ejerce sobre Europa un verdadero
magisterio…del cual ha abusado de la manera más culpable. Se hallaba a la
cabeza del sistema religioso…(pero) utilizó su influencia para contrariar su
vocación y desmoralizar a Europa…”[2]
Dios llama, pues, a cada Nación a cumplir una misión. La de Francia era la
de ser luz de la civilización cristiana –durante los tiempos medievales el prestigio
de la Universidad de París la convertía en el centro de consulta de Papas,
Emperadores y Reyes, acerca de las grandes cuestiones doctrinales-. Sin
embargo, a partir del siglo XVII, y sobre todo del XVIII, esta nación ha
traicionado su vocación, siendo la difusora de los más atroces errores. Los
intelectuales que han propagado las ideas impías han sembrado la semilla de la
Revolución. Y muchos de ellos terminaron siendo víctimas de la misma. “Cuantos han trabajado para emancipar al
pueblo de sus creencias religiosas; cuantos han opuesto sofismas metafísico a
las leyes de la propiedad; cuantos dijeron: ‘Atacad…’; cuantos aconsejaron,
aprobaron, favorecieron las medidas violentas adoptadas contra el rey, etc.;
todos ellos han querido la revolución, y cuantos la han querido han sido con
mucha justicia sus víctimas…”[3]
Si bien fue gravísimo el crimen cometido por
la “inteligencia” del siglo XVIII, y por quienes –conducidos por aquellos
sofismas iniciaron la Revolución, de la que terminaron víctimas-, sin embargo,
el proceso desatado condujo a una prevaricación mayor, la cual exigirá mucha
sangre para ser reparada: el regicidio, que es un verdadero atentado contra la soberanía: “Uno de los mayores crímenes que se pueden
cometer, es sin duda el atentado contra la soberanía, ya que ningún otro tiene
consecuencias más terribles. Si la soberanía reside en una sola cabeza, y esa
cabeza cae víctima del atentado, el crimen aumenta su atrocidad. Mas si el
soberano no ha merecido su suerte con ningún crimen; si sus mismas virtudes han
armado contra él el brazo de los culpables, el crimen no tiene ya nombre.”[4]
Queda
claro, pues, que de Maistre en sus escritos no sólo combate a la Revolución y
sus consecuencias sino que busca, además, indagar en el significado profundo de
la misma. Y, si bien ve en su desarrollo la acción de la Providencia Divina, sin
embargo, no se le escapa que la causa de la misma son las nefastas “luces” del
siglo XVIII, en particular nuestro autor arremete contra los influjos negativos
de Rousseau y de Voltaire. El primero es condenado
por Joseph ya que parte de la “bondad original” del hombre, negando una
realidad: el pecado original. Por el contrario, nuestro autor afirma con la
Tradición que el hombre creado bueno por Dios pero con una mala inclinación en
su voluntad a causa del pecado de origen, debe ser encausado hacia el bien. Las
instituciones sociales, que tienen su fundamento en la naturaleza –y por lo
tanto en Dios- orientan al hombre. Queda claro, entonces, que para de Maistre,
la sociedad y el poder tienen su origen en el Creador –y no en un imaginario “contrato
social” fundado en la voluntad de los individuos-. Legitimismo contra
constitucionalismo moderno es, por tanto, uno de los puntos contrarrevolucionarios
sostenidos por el conde: “El árbol
tradicionalista, cuyas raíces vinculan a las generaciones con hábitos de
sumisión y creencia, estaría coronado por los dos principios en que se articula
el concepto maistreano de ‘soberanía’: el de la ‘legitimidad’ monárquica y la ‘infalibilidad’
papal”[5]. En el capítulo VIII de las “Consideraciones”, y en el “Ensayo sobre el principio generador de las
constituciones políticas y de las demás instituciones humanas” deja clara
su postura: “Ninguna constitución es
efecto de una deliberación”.
Uno de los autores criticados por Maistre es,
pues, Rousseau. El otro es Voltaire: “Nuestro
autor se detiene particularmente en dos de las figuras señeras de la
Revolución. Ante todo en Rousseau. (Arremete contra) las tesis que él sostenía
sobre la presunta soberanía del pueblo…El otro personaje nefasto fue Voltaire.
Nuestro pensador ni siquiera toleraba que se hablase de él”[6].
En efecto, para de Maistre Voltaire, con su impiedad, sentó el fundamento
de la iconoclasia verdaderamente luciferina desatada a partir de la Revolución.
Afirma, sin vueltas, el carácter satánico de la Revolución: “Se da en la Revolución Francesa un carácter
satánico que la distingue de todo cuanto se ha visto y tal vez de todo cuanto
se verá…la apostasía solemne de los sacerdotes, la profanación de los vasos
sagrados, la entronización de la diosa Razón y esa multitud de escenas
inauditas…todo ello sale del círculo de los crímenes comunes, y parece
pertenecer a otro mundo”[7].
Queda claro que Maistre queda espantado con lo que ve, que considera un
verdadero castigo divino debido a los pecados de Francia y de Europa. Y afirma,
contra los principios desencadenados por la Revolución, el principio de
legitimidad monárquica. Por encima del poder de los príncipes cristianos se
encuentra la autoridad del Pontífice Romano, como afirma en Sobre el Papa. En esta obra “defiende la infalibilidad pontificia,
cuando aún no había sido proclamada dogma, así como la misión de encabezar la
lucha contra la decadencia histórica a que se dirigía la humanidad”[8].
Como enemigo de la Revolución, de Maistre espera el milagro de la Contrarrevolución, de la cual también nos deja su visión. Para nuestro autor la Contrarrevolución, cuando se produzca, no será “una revolución en contrario, sino lo contrario de la Revolución”, en sus fines como en sus medios. Si aquélla introdujo el caos, ésta restaurará el “orden”. Si aquélla fue terriblemente violenta, en ésta “no habrá sacudida, ninguna violencia,…(ni) desgarramientos dolorosos”, sino que traerá “estabilidad,…reposo…, bienestar”, sin “ninguna violencia, ningún suplicio siquiera, salvo los que la verdadera nación apruebe: hasta el crimen y las usurpaciones serán tratadas con severidad mesurada, con una justicia serena que es propiedad exclusiva del poder legítimo; el rey tocará las llagas del Estado con mano suave y paternal”.[9]
3- CONCLUSIONES
De lo que hemos analizado se desprende que
nuestro autor aparte de presentarnos una defensa férrea de los principios
tradicionales acerca del origen de la sociedad y del Poder –contrariando de
este modo al nuevo “dogma” de la Soberanía Popular desencadenado por la
Revolución-; nos da también una definición del concepto de Nación –a la que ve
como un organismo llamado a cumplir una misión particular, a la que debe ser
fiel, para no atraer los castigos divinos-. Le debemos también a nuestro autor
toda una meditación muy profunda acerca del fenómeno de la Revolución. Nos
deja, finalmente, una definición de lo que será una auténtica Contrarrevolución.
[1]
Consideraciones sobre Francia. Dictio.
Buenos Aires. 1980, pp. 9-12 (la obra está editada con otros textos del autor: Fragmentos sobre Francia; Ensayo sobre el
principio generador de las constituciones políticas y de las demás instituciones humanas).
[2] Ibídem, p. 17.
[3] Ibídem, 17.
[4] Ibídem, 19.
[5] Gonzalo Díez, Luis. Joseph de Maistre: el despotismo del pecado original, en file:///C:/Users/javie/Downloads/Dialnet-JosephDeMaistre-1230798.pdf
[6] Sáenz, Alfredo. La nave y las tempestades. La Revolución Francesa. Tercera Parte: Cuatro Pensadores Contrarrevolucionarios. Ediciones Gladius. Buenos Aires. 2008, pp.162-163.
[7] Consideraciones…, P. 59.
[8] Sáenz, Alfredo. Op. Cit., p. 124.
[9] Consideraciones…, p. 147.
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