EL MONACATO, FUNDAMENTO DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL: LA OBRA DE COLUMBANO

San Columbano fue un monje y misionero irlandés que vivió en los siglos VI y VII. Dejó su tierra natal para evangelizar Europa, donde fundó numerosos monasterios y difundió un estricto estilo de vida monástico, a menudo en conflicto con la élite y la jerarquía eclesiástica de la época. Es el santo patrón de los motociclistas. 
Vida y misión
Orígenes y formación: Nacido en Leinster (Irlanda) alrededor del año 543, recibió una educación esmerada antes de entrar en la vida monástica en Bangor.
Viaje a Europa continental: A la edad de 45 años, partió con 12 compañeros para llevar la fe a la Galia franca (la actual Francia), donde la moral y la fe cristiana se habían debilitado.
Fundaciones monásticas: Fundó importantes monasterios como los de Luxeuil y Bobbio, que se convirtieron en centros de aprendizaje y evangelización en toda Europa.
Conflictos y exilio: Su firmeza y su monacato, más estricto que el de San Benito, le causaron problemas con los obispos francos y con la corte real de Borgoña. Fue expulsado de Francia por el rey Teodorico y su abuela, la reina Brunilda.
Evangelización posterior: Continuó su labor misionera en lo que hoy es Suiza, a orillas del lago Constanza, y finalmente en Italia, donde el rey lombardo Agilulfo le concedió un terreno para fundar el monasterio de Bobbio. 
Legado e influencia
Regla de San Columbano: Escribió una regla monástica, más austera que la benedictina, que influyó en numerosos monasterios.
Promotor de la confesión privada: A diferencia de lo que era habitual en la Galia, defendía la confesión privada.
Fallecimiento: Murió en el monasterio de Bobbio el 23 de noviembre de 615. 

Dejamos a continuación un texto de este monje eminente:

"Dios está en todas partes, de manera total, inmensa. En todas partes está cercano tal como Él mismo da testimonio de ello : «Soy un Dios cercano, y no un Dios lejano» (Jr 23, 23). El Dios que buscamos no es un Dios que esté lejos de nosotros. Lo tenemos entre nosotros. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo si somos para Él, por lo menos, miembros sanos a quienes el pecado no ha matado. «En Él, dice el apóstol Pablo, tenemos la vida, el movimiento y el ser» (Hch 17, 28).
Más, ¿quién podrá seguir al Altísimo hasta llegar a su ser inexpresable e incomprensible? ¿Quién escrutará las profundidades de Dios? ¿Quién se atreverá tratar sobre el origen eterno del universo? ¿Quién se gloriará de conocer al Dios infinito que lo llena todo, lo envuelve todo, lo penetra todo y lo sobrepasa todo, lo abraza todo y se esconde a todo, «a Él a quien nadie ha visto jamás» tal cual es? (1 Tm 6, 16). Que nadie, pues, tenga la presunción de sondear la impenetrable profundidad de Dios, el qué, el cómo, y el por qué de su ser. Todo lo cual no se puede expresar, ni escrutar, ni penetrar. Cree simplemente, pero con fuerza, que Dios es tal como ha sido y tal como será porque en Él no hay cambios."

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