En efecto, el tránsito del siglo IV al V es un tiempo bisagra, una transición entre una época de persecución superada y la constitución de una Cristiandad asentada, en torno a una Iglesia que gracias a la acción de los grandes Padres y a las declaraciones de los Concilios va definiendo su fe, desarrollando su vida litúrgica y creando obras de arte que expresan el Misterio celebrado.
Un Padre de Occidente, en este tránsito del siglo IV al V es San Paulino de Nola.
Paulino nació en Burdeos, en la Aquitania romana, en el seno de una familia senatorial rica e influyente. Fue educado en retórica y literatura bajo el poeta Ausonio, de quien fue discípulo y amigo.
Carrera política: Ocupó cargos de gobierno en el Imperio romano, llegando a ser gobernador de CampaniaC
Conversión: Influenciado por su esposa Terasia y por su contacto con la vida cristiana en Nola (Italia), fue bautizado hacia 389. Tras la muerte de su único hijo, renunció a su fortuna, vendió sus bienes y adoptó una vida de gran austeridad.
Vida monástica: Se estableció en Nola, junto a la tumba de San Félix de Nola, y allí fundó una comunidad ascética con Terasia.
Obispo: Fue elegido obispo de Nola alrededor del 409. Desarrolló un intenso ministerio pastoral, ayudó a los pobres y escribió cartas y poemas de profunda espiritualidad.
Obra y legado:
Es célebre por su poesía cristiana, especialmente los Carmina Natalicia, compuestos para las fiestas de San Félix.
Sus cartas reflejan la red de amistad y teología compartida con figuras como Agustín, Jerónimo, Sulpicio Severo y Delphinus de Burdeos.
Destacó por unir la cultura clásica latina con la fe cristiana, dando un tono lírico y personal a la poesía religiosa.
Muerte y culto:
Murió hacia el 431 en Nola. Es venerado como santo tanto en la Iglesia católica como en la ortodoxa. Su fiesta se celebra el 22 de junio.
Supo ver cómo la Iglesia exterior triunfante que levantaba hermosas basílicas para gloria de Dios debía sostenerse sobre el crecimiento del templo interior que constituye el alma de cada cristiano:
"Oremos al Señor para que, mientras exteriormente le edificamos templos visibles, edifique él interiormente en nosotros templos no visibles: a saber, aquella casa -como dice el Maestro- no levantada por mano de hombre, en la cual sabemos que entraremos al final de los tiempos, es decir, cuando veremos cara a cara lo que ahora vemos confusamente y con un conocimiento limitado.
Pero de momento, mientras todavía nos encontramos en el tabernáculo de nuestro cuerpo, como bajo las pieles de aquel antiguo tabernáculo del desierto y en tiendas, es decir, en la vasta aridez de este mundo, y nos precede la palabra de Dios en una columna de nubes, para cubrir nuestra cabeza el día de la batalla, o en una columna de fuego, para que podamos conocer en la tierra sus caminos que conducen al cielo, oremos para que, a través de estos tabernáculos de la iglesia lleguemos a la casa de Dios, donde reside el Señor mismo, aquella piedra sublime que el Señor nos la ha convertido en piedra angular, piedra desprendida del monte, que creció hasta convertirse en una montaña: ha sido un milagro patente."
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