Hoy la Iglesia Católica celebra a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, esa gran Orden apostólica, intelectual y misionera, que jugó un papel preponderante en la Europa moderna en pro de fortalecer la presencia de la Iglesia Católica frente a la nueva teología reformada. También tuvo un gran protagonismo en la expansión misionera en los nuevos territorios descubiertos.
Frente al vasco Ignacio emerge la figura de Lutero, aquél que en la Europa renacentista del siglo XVI, influenciado por las corrientes teológicas de la época -como el nominalismo- y cuestionando ciertos excesos y prácticas en los que había caído el catolicismo propuso una reforma que en definitiva llevaba a desmontar todo el sistema sacramental e institucional de la Iglesia. Una teología que terminó afirmando los principios de la "Sola Scritura" y de la "Sola fe", negando la posibilidad de la libertad humana para el bien, cuestión que fue rebatida por Erasmo de Rotterdam en su obra "De libre arbitrio".
Detrás de Lutero, otros reformadores -como Calvino- profundizarían el camino iniciado por el germano.
La división religiosa fue de la mano de la división política, y la vieja CRISTIANDAD perdió su unidad para siempre. Las diferencias que se fueron demarcando en la vieja Europa se proyectaron sobre la América recién descubierta, conquistada y colonizada, estableciéndose realidades culturales diversas en la América anglosajona con respecto a Iberoamérica. Esta última vivió el impacto cultural de la Contrarreforma, los efectos de las decisiones del Concilio de Trento, y la rica expresividad del Barroco.
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