CASIANO, UN PADRE DE OCCIDENTE

El Patriarca de la vida monástica, a quien se llama simplemente Casiano, nació hacia el año 360, probablemente en Dobruja, ciudad de Rumania. No es imposible que haya luchado contra los Godos en la batalla de Andrinópolis. Alrededor del año 380, partió con un amigo suyo llamado Germán, a visitar los Santos Lugares.

Ambos se hicieron Monjes en Belén. Pero en aquella época, el centro de la vida contemplativa era Egipto. Así pues, los dos amigos se trasladaron allá y visitaron uno a uno en la soledad a los famosos Santos varones «que estaban llamados a desempeñar una alta misión en el mundo: no sólo la de orar por él, sino la de edificar e instruir a las generaciones futuras» (Ullathorne).

Durante algún tiempo, Casiano y Germán llevaron vida eremítica bajo la dirección de Arquebio. Después, Casiano se trasladó al desierto de Esquela para hablar con los Anacoretas que habitaban en cuevas excavadas en la ardiente roca y para vivir en los «cenobios» o Monasterios de los Monjes.

No sabemos por qué razón, Casiano emigró a Constantinopla hacia el año 400. Ahí fue discípulo de San Juan Crisóstomo, que le confirió el diaconado. Cuando se depuso al gran Santo, contra todas las leyes canónicas y contra toda justicia, Casiano fue uno de los Legados enviados a Roma para defender la causa del Arzobispo ante el Papa San Inocencio I. Tal vez en Roma recibió la ordenación sacerdotal, pero no volvemos a saber nada de él hasta que le encontramos en Marsella, varios años después.

Ahí fundó Casiano dos Monasterios: uno para Monjes, en el sitio en que había sido sepultado el Mártir San Víctor, y otro para Religiosas. Casiano y sus Monasterios habían de irradiar en el sur de la Galia el espíritu y el ideal ascético de Egipto.

Para guía e instrucción de sus discípulos, Casiano compuso sus «Conferencias» o «Colaciones» y las »Reglas de la vida monástica». Ambas obras estaban destinadas a ejercer una influencia inmensamente mayor de lo que su autor pudo sospechar.

En efecto, San Benito las recomendó, junto con las «Vitae Patrum» y la Regla de San Basilio, como la mejor lectura que sus Monjes podían hacer después de la Biblia. También es sensible la influencia de Casiano en la Regla de San Benito y en su espiritualidad, de suerte que puede decirse que Casiano influenció a la cristiandad entera a través de San Benito.

En los cuatro primeros libros de las «Reglas de la vida monástica» describe la forma de vida que deben llevar los monjes; el resto de la obra está consagrado a las virtudes que deben tratar de adquirir y a los pecados mortales en los que más peligro tienen de caer.

Casiano dice en el prefacio de dicha obra: «No voy a describir milagros y prodigios ni a contar anécdotas. Porque, aunque mis mayores me contaron muchas cosas increíbles y aunque me ha sido dado presenciar algunas con mis propios ojos, el repetirlas produce simplemente asombro en el lector, pero no contribuye a instruirle en el camino de la perfección». Tal sobriedad es característica de Casiano.

Nunca hubo un acto formal de aprobación del culto de Casiano, pero en la tradición monástica siempre fue tenido como Santo, e incluso el papa san Gregorio Magno habla de él como Santo. No estaba incluido en el Martirologio Romano anterior posiblemente porque en época del Cardenal Baronio se le consideraba como el iniciador y el principal exponente de las enseñanzas que ahora se conocen con el nombre de «semipelagianismo».

Casiano expuso su teoría en su tratado «Acerca de la Reprobación y de la Gracia», en el curso de una controversia acerca de San Agustín; basándose en dicho tratado, se puede tachar a Casiano de «anti-agustinista», pero no de semipelagiano.

El Santo pasó todo el resto de su vida en Marsella, donde murió hacia el año 433. Los bizantinos celebran su fiesta el 29 de febrero. El Martirologio Romano actual reivindica su figura inscribiéndolo en el catálogo, lo que equivale informalmente a una aprobación del culto.

Escribe un autor que estudió al santo:

"(He querido poner de) relieve la riqueza de la literatura cristiana antigua y destacar, en particular, la literatura monástica como expresión genuina y maestra eximia de los caminos de ascensión en la vida interior. En efecto, dicha literatura sobresalió, en primer lugar, por centrar su interés en los aspectos espirituales del ser humano y en las experiencias más hondas de su corazón; en segundo lugar, por incluir la rica Tradición bíblica y de toda la Iglesia como fuentes principales de su pensamiento y de sus obras; en tercer lugar, por la abundancia de sus géneros literarios; en cuarto lugar, por enriquecer a la literatura cristiana con un léxico específico, finalmente, por la fecundidad de su irradiación, tanto por la diversidad de sus lectores cuanto por su influjo en la cultura a lo largo de la historia.

Dentro de este campo tan vasto y fecundo, nuestro estudio intentó destacar la importancia de Juan Casiano como monje escritor dado que en él se conjugan una larga experiencia monástica junto con un acendrado saber retórico. Nuestra intención fue sostener, mediante la apoyatura textual, que en el docto magisterio espiritual del Abad de Marsella la discreción ocupa un lugar central y que ésta es, además, el principio compositivo de su producción literaria. En efecto, la virtud de la discreción es el rasgo dominante de su personalidad, de su enseñanza y de sus obras monásticas. Como afirma Aristóteles, la virtud hace bueno al que la posee y buena su obra:

"Toda virtud perfecciona la buena disposición de aquello cuya virtud es, y produce adecuadamente su obra propia (...) La virtud del hombre será aquel hábito por el cual el hombre se hace bueno y gracias al cual realizará bien la obra que le es propia".

Hemos intentado mostrar, pues, que Casiano es un Padre espiritual discreto y un autor consumado que enseña la centralidad de la discreción en el camino de la perfección mediante una elaboración cuidada y sabia de la doctrina sobre dicha virtud y mediante el uso adecuado o discreto de la retórica.

...Casiano, un abba discreto, fue también un escritor equilibrado que supo encontrar el estilo adecuado para plasmar su enseñanza. A él puede aplicarse la alegoría del arquero de la Colación 1, aquel hombre sabio que tiene en cuenta el fin y sabe poner los medios oportunos para alcanzarlo. En la adecuación de los escritos del Abad de Marsella se pone de manifiesto lo que afirma Aristóteles respecto de la virtud:

"Todo arte o ciencia consuma bien su obra mirando al término medio y encaminando a él los trabajos y de aquí que a menudo se diga de las bellas obras de arte que no es posible quitarles ni añadirles nada, dando a entender que el exceso y el defecto estragan la perfección, en tanto que el término medio la conserva".

Abordar las enseñanzas de este monje antiguo nos parece importante y de gran actualidad, sobre todo por la sabiduría de vida que destilan sus obras. Si bien las mismas están destinadas a los monjes de su tiempo, atafñen así mismo al hombre del siglo XXI, quien necesita recordar que él también está llamado a la perfección y a interiorizar en su vida las virtudes monásticas. Los escritos del gran monje marsellés son un manantial desbordante de experiencia espiritual y un camino exigente pero seguro de perfección. El lector podrá comprender que la discreción es una virtud excelente y fundamental para la vida diaria, tanto más necesaria cuanto más densas son las dificultades cotidianas. Casiano enseña que ese santo discernimiento es una luz divina que ayuda a distinguir tanto los pensamientos cuanto el término medio virtuoso. Si el cristiano se deja iluminar por ella y la secunda, tendrá la garantía de guiarse por la voluntad de Dios y quedará libre de los movimientos caprichosos que brotan de su naturaleza desordenada. Adquirir la discreción ayudará a todo hombre a alcanzar el equilibrio interior, la auténtica estabilidad del alma.

Casiano enseña que este discernimiento infuso se impetra con humilde perseverancia y se alcanza abriendo el corazón a un Padre espiritual experimentado. Nuestro autor recuerda, pues, al hombre contemporáneo, que en los comienzos de la vida interior nadie puede regirse por el propio juicio, sino que es imprescindible suscitar auténticos maestros que guíen con seguridad por los caminos del espíritu.

Quien lea con actitud dócil las obras de Juan Casiano no puede quedar indiferente. La maestría retórica del autor lo persuadirá y lo ayudará a realizar, junto con la lectura, un profundo ejercicio espiritual comparable a los que señalaba. otro sentido, Pierre Hadot para la filosofía griega, ahora en Casiano, sab cristiana." (Adriana Beatriz Mallol, "Juan Casiano y la discreción")

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