“Alabar, hacer reverencia y servir”…”los buenos caballeros se
prestarán a servir…” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales)
El Mundo Moderno es producto de un proceso
revolucionario comenzado, por lo menos en el siglo XVI con la revuelta
protestante, pero profundizado de modo particular a partir del XVIII con el
desarrollo del pensamiento Ilustrado y sus subversivos principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, los
cuales fueron el fundamento de la Revolución Francesa. Hoy en día quien se
atreva a oponerse a dichos principios se
hace merecedor de la repulsa rabiosa por parte de la “intelligentsia”
instalada. El primero en advertir el carácter destructor de la Revolución
Francesa fue el irlandés Edmundo Burke, quien afirmó: “La época de la caballería ha pasado. La ha sucedido la de los
sofistas, economistas y calculadores, y la gloria de Europa se ha extinguido
para siempre”[1].
La Hispanidad[2]
durante los siglos XVI y XVII representó lo opuesto al espíritu de la
Modernidad que ya estaba comenzando a conformarse en la Europa transpirenaica[3].
En efecto, el Mundo Hispano es lo opuesto del liberalismo, la democracia y el
socialismo. Los fundamentos sobre los que se conformaba aquella civilización
eran la Fidelidad, el Honor, el Servicio, el sentido del Deber, un alto concepto
de la vida de Familia, el espíritu de Religión. Éste fue pues el espíritu que
guió a las figuras principales que fundaron nuestra Patria, en sus tres etapas:
fundacional, virreinal, e independentista[4].
¡Qué distinto resulta
mirar la Historia de la Patria desde esta perspectiva: a partir de los Santos,
de los Héroes, de sus esencias fundacionales; en contraposición de aquella a la
que nos tiene acostumbrados la cultura oficial con sus voceros y sus medios!
En la España peninsular fueron innumerables las figuras que, fieles a
esas esencias, las encarnaron y, al mismo tiempo, las fueron concretizando
hasta hacerlas parte del ser español. En el Medioevo emergen dos grandes
arquetipos: el Cid y San Fernando. Cuando se conforma la España Moderna se
presentan las gigantescas figuras de Isabel, Fernando, el Cardenal Cisneros,
San Ignacio, Santa Teresa, por citar sólo algunas. Cuando la Revolución arrecia
a partir del siglo XVIII aparecen los héroes anónimos de la Zaragoza que
resiste al francés aferrada a la Virgen del Pilar; o avanzando los siglo XIX y
XX, los guerreros carlistas, Donoso Cortés, don Vázquez de Mella, y los héroes
que la gesta del 36 ha presentado a la admiración de quienes no quieran cerrar
sus ojos a la luz. Todos encarnan, a su modo, aquella simpática figura que nos
dibujó Cervantes en su obra magna: el Quijote. Es que la esencia del español, y
del hispano en general, es el quijotismo[5].
[1] Reflexiones sobre la revolución en Francia.
[2] El concepto de Hispanidad fue definido por Zacarías de Vizcarra y a Ramiro de Maeztu:
“Es posible que el nombre de Zacarías de Vizcarra nada diga a las
nuevas generaciones.
Sin embargo, a comienzos de los años treinta, estuvo legítimamente
asociado a la custodia y celebración de la Iglesia y de la España Eterna. Y
tanto, que el mismísimo Don Ramiro de Maeztu, habría tomado de él la palabra y
los conceptos fundamentales para escribir su ya clásica Defensa de la
Hispanidad” (Caponnetto,
Antonio. Prólogo a Vocación de América de
Zacarías de Vizcarra).
Otra figura relevante que
meditó sobre las glorias de la Hispanidad por aquellos años fue Manuel García Morente. En
una célebre conferencia del año 1938, sostenía:
“Ahora bien; ¿en qué consiste ese estilo propio de España y de lo
hispánico? ¿Qué es la hispanidad? Tal fué el problema que dejamos planteado
ayer para la conferencia de hoy: el de evocar –puesto que definir no es
posible– ante ustedes la esencia del estilo español.” (Idea de la
Hispanidad)
No podemos dejar de hacer
referencia además al célebre discurso que el Cardenal Gomá pronunció en el
Teatro Colón durante las Jornadas del célebre Congreso Eucarístico
Internacional del año 1934:
“Españoles, americanos de veinte naciones, hijos de Portugal, Francia o
Italia, rendimos culto a unas palabras que son como denominador común que nos
hace vibrar al unísono a todos: cristianismo, progreso, cultura, patriotismo,
tradición y otros conceptos que son como el ideal de todo pueblo; y estas otras
que concretan más el sentido de esta fiesta: la hispanidad, la Raza, el
americanismo...”
Un detalle muy importante.
Debemos todas estas reflexiones a españoles, que tuvieron un vínculo muy
estrecho con la Argentina. En efecto, los años 30 permitieron un profundo
redescubrimiento de la identidad hispana de nuestra Patria.
[3] “España es una encina medio sofocada por la
hiedra. La hiedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida,
que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el
árbol.” Con esta metáfora
inicia Ramiro de Meztu su célebre obra
Defensa de la Hispanidad. A través de ella nos indica que la encina es la
tradición sobre la que se conformó la España grande de los siglos XVI y XVII. A
partir del 1700 comenzó a difundirse desde los círculos oficiales el espíritu
de la Ilustración, del que nacerían luego el Liberalismo y el Socialismo. Éste
está representado por la hiedra que sofoca al árbol, y que no le permite
desarrollar su ser.
[4] Nuestra Patria se fue
conformando culturalmente a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, sobre los
fundamentos de la Cristiandad hispana. A comienzos del siglo XIX, en medio de
una tremenda crisis que sacudió al Imperio Español, sus distintas provincias
comienzan a separarse dando origen a naciones independientes, las que a lo
largo de dicho siglo procurarán constituir un Estado independiente. Por lo
tanto, podemos dividir nuestra historia nacional en tres grandes etapas:
1-
Etapa Fundacional: Se originó con la Conquista
de América por parte de la Corona de Castilla, la consiguiente colonización
española que dio origen a la fundación de ciudades, y a la conformación de una
sociabilidad propia del mundo hispanoamericano, al mestizaje y a la
evangelización de los aborígenes –durante este período fue muy importante la
acción evangelizadora de distintas Órdenes religiosas, en particular de los
jesuitas-.
2-
Etapa Virreinal: Se inicia a finales del
siglo XVIII con la creación del Virreinato del Río de la Plata, que produce la
integración de las zonas norteñas, cuyanas y litoral en torno de la cuenca del
Plata, dándole a la región características que perdurarán durante la etapa de
la Argentina independiente.
3-
Etapa Independiente: La gesta independentista
que se inicia en 1810 generará en distintas regiones de la América española la
conciencia de pertenencia a una nacionalidad particular, y el esfuerzo por
gestar, fortalecer, dar forma y defender a dicha nacionalidad; destacándose en
esos años la acción de héroes que se sacrificaron y entregaron a la causa de
América y de sus nacientes naciones –que se conformaron a partir de la herencia
hispana y de la voluntad de independencia e identidad particular-.
[5]“Pues bien, yo pienso
que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden [67] también
condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta
y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero
cristiano –como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano,
como la belleza y bondad del griego– expresa en la breve síntesis de sus dos
denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos.
Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e identificación radical, pero
concretadas en una personalidad absolutamente individual y señera, tal es,
según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología hispánica. El español ha
sido, es y será siempre el caballero cristiano. Serlo constituye la íntima
aspiración más profunda y activa de su auténtico y verdadero ser –que no es
tanto el ser que real y materialmente somos, como el ser que en el fondo de
nuestro corazón quisiéramos ser.”
(García Morente, Manuel. Idea de
Hispanidad)
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