LA ESPAÑA DEL XVII: SIGLO DE ORO EN LO CULTURAL, DECADENCIA POLÍTICO-MILITAR

España a lo largo del siglo XVII siguió representando el ideal de un Imperio Católico involucrado en la lucha por la recuperación de la unidad de la Cristiandad. Sus enemigos eran, por tanto, las naciones protestantes y el Islam. Sin embargo, no pudo mantener la situación ascendente del siglo XVI. Una serie de derrotas militares, en los Países Bajos y en la Guerra de los Treinta Años, fueron señal de que el gigante español empezaba a decaer, aunque es cierto que durante dos siglo seguiría apareciendo como la gran potencia mundial. Por otra parte, los monarcas de la Casa de Austria que reinaron en esta centuria no estuvieron a la altura de las circunstancias.

      “Suele presentarse al siglo XVII… (como el siglo del) barroco…    
     En lo político, el barroco es una época de ambiciones imperiales, de monarquías autoritarias, de complicada y frondosa administración, de guerras casi continuas en toda Europa y de larguísimos y enrevesados tratados diplomáticos. En España se consagra… el concepto de Estado misional, esto es,provisto de una misión concreta que realizar en el mundo, en defensa de la fe y de los valores de la civilización cristiana; llegará a haber autores que defiendan la misión de España como la de un pueblo elegido por Dios… A ello se une una política ambiciosa y generosa a un tiempo, en que se aprecia a las claras el quijotismo del carácter español y un exacerbado sentido del honor, que es uno de los rasgos más definidores de la época: de aquí que lo caballeresco -y su personificación, el caballero o el hidalgo- imprima carácter a la historia española del siglo XVII y prevalezca sobre el ideal burgués o el sentido práctico…
     Párrafo aparte merece el valimiento, quizá el fenómeno político-administrativo más notable del siglo. por regla general, en el siglo XVII el rey no gobierna directamente, sino a través de un ‘valido’ o ‘privado’.” (JOSÉ LUIS COMELLAS. Historia de Espàña Moderna y Contemporánea. Rialp. Madrid. 1985, pp.135-138)

En la imagen, el rey Felipe IV

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