TRENTO Y SUS EFECTOS

En 1517 Lutero iniciaba una revolución religiosa que tendría hondas consecuencias políticas y sociales. Como respuesta, un tanto tardía, a la acción luterana la Iglesia convocó a un Concilio en la ciudad de Trento que inició sus sesiones en 1545 y se extendería hasta 1563. Los objetivos del mismo eran principalmente dos:

1- Responder a las herejías planteadas por los teólogos y predicadores protestantes.
2- Llevar adelante una profunda reforma institucional y moral al interior de la Iglesia.

     El Concilio definió verdades, pues, y reformó modos de vida -a veces institucionalmente establecidos-. Contó para ello con la acción efectiva de nuevas Órdenes religiosas surgidas en esos tiempos, como por ejemplo la Compañía de Jesús fundada por San Ignacio de Loyola.

   La aplicación de las medidas conciliares y el impulso dado a la reforma por las nuevas congregaciones y por el fervor de santos que daban respuestas a los problemas de esos tiempos provocaron grandes efectos benéficos. Nos dicen al respecto los historiadores Bernardino Llora y Ricardo García Villoslada:

“...a fines del siglo XVI y principios del XVII, no puede sorprendernos el contemplar en este mismo tiempo un florecimiento extraordinario de las artes, del culto y de toda la vida católica. En realidad, se puede afirmar que todas las artes se pusieron al servicio de la Iglesia católica y que ésta, como era obvio y natural, manifestó la profunda renovación que había experimentado en la exuberancia de sus grandes construcciones religiosas y en la magnificencia de la pintura, la escultura y todas las artes decorativas. Esta exuberancia de vida en el culto y en el arte coincide con el principio del arte barroco, por lo cual es opinión de algunos que el arte barroco es la expresión más adecuada de la reforma católica de fines del siglo XVI y siglo XVII…
…la exuberancia religiosa de este período se manifiesta (también) en las bellas letras, literatura y poesía… Los más insignes representantes de la ascética española de los siglos XVI y XVII son al mismo tiempo excelentes modelos de literatura. Osuna con su Abecedario, Luis de Granada, Luis de León, Fr. Juan de los Ángeles, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz… Algo semejante podemos decir de los escritores ascéticos franceses cardenal Bérulle. J. J. Olier y, sobre todo, San Francisco de Sales.” (Historia de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 1987. Tercera Edición. T. III, p. 1069)

NOTA: En la imagen, techo de la Iglesia de San Ignacio, Roma. Realizado por Andrea Pozzo quien logró dotar a la iglesia de una cúpula al más bajo coste posible, pues no hubo que construirla sino pintarla. Arquitectura, escultura y pintura se mezclaron en un portento barroco que amplió el techo de la iglesia hasta el cielo con la técnica pictórica de la Quadratura, en la representación de la apoteosis de San Ignacio de Loyola como nunca se había hecho.

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