Roto el sistema de unidad religioso de la Cristiandad europea las Monarquías procuraron generar una fuerza centrípeta en torno al poder real a costa de otros poderes históricos por abajo y del Papado y el Imperio por arriba. La Monarquía que logró llevar a su plenitud este sistema fue la Francia de los Luises. En efecto, tras las terribles guerras de religión que azotaron a Francia durante la segunda mitad del siglo XVI, la llegada al poder de la Casa de Borbón pareció dar el triunfo a la causa protestante; mas la conversión de Enrique IV al catolicismo significó que Francia seguía siendo católica pero la prioridad no iba a ser religiosa -como en la España de los Austrias- sino el reforzamiento de la autoridad real -hacia afuera y hacia adentro de las fronteras-. Esto se vio claramente durante la Guerra de los Treinta Años (1648-1688), en la que la Francia de Luis XIII, y su Ministro el Cardenal Richelieu, apoyó a los príncipes protestantes en contra del Emperador y de España -quienes representaban la causa católica-. El historiador nacionalista francés Jacques Bainville afirma en su Historia de Francia: "Para combatir a la Casa de Austria era necesario, en Europa, recurrir a los aliados protestantes: príncipes alemanes, Países Bajos, Inglaterra". Para este momento ya estaba avanzada la Modernidad, ya había pasado por este mundo (hacía siglo y medio) la figura de Maquiavelo, convirtiendo al poder en un fin en sí mismo, por encima de la Justicia y de la virtud entendida en sentido clásico.
La segunda mitad siglo XVII estuvo marcada en Francia por la figura de Luis XIV, el "rey sol". Charles Maurras, autor tradicionalista, contrarrevolucionario y monárquico, quien sentía una profunda nostalgia por el tiempo de los grandes Borbones franceses, escribía al final de su obra Mis ideas políticas
"...ni el anciano Guillermo, ni Víctor Manuel, ni Luis XIV fueron príncipes mediocres, y sin embargo, el historiador político o el político filósofo siéntese tentado a preferirles aquel magnífico Luis XIII, que permitió al gran Cardenal cumplir su incomparable dictadura fundadora y reparadora."
Evidentemente la figura de los Luises (XIII y XIV) se agiganta cuando se la contrapone con las miserias desencadenadas por el proceso revolucionario desencadenado con posterioridad a 1789. Sin embargo, el historiador de las ideas Rubén Calderón Bouchet matiza su mirada cuando tiene que emitir un juicio final acerca del monarca en cuestión. Cerramos esta breve reseña con sus palabras:
"De acuerdo con la tradición de la monarquía francesa, Luis XIV no soñó con dominar un vasto imperio. Se conformó con dar a Francia...la seguridad de sus fronteras naturales y lo consiguió.
A la muerte de Luis XIV el territorio francés era mayor que en el años en que ascendió al trono...
La irradiación de la cultura francesa se extendió por toda Europa y hasta en la lejana corte de los zares se hablaba francés y se copiaban los usos y las costumbres de París. Esta ciudad se convirtió en el centro de los refinamientos y fue moda, en la nobleza de casi todos los países, pasar largas temporadas en la capital de Francia, para adquirir el encanto de la espiritualidad parisiense.
No sé si esta influencia mejoró en algo el alma de los hombres, pero Europa debe a esas costumbres un intercambio cultural, a nivel de las clases dirigentes que facilitó las relaciones internacionales haciéndolas tributarias de una cortesía ejemplar. Tuvo que venir la Revolución Francesa y su propulsor a caballo, Napoleón I, para que desapareciera la obra civilizadora de la monarquía y a los pactos familiares sucediera la guerra de todos contra todos.
En los últimos años de su vida, Luis inició una aproximación hacia la Casa de Austria, con vistas a reafirmar la posición del mundo católico. Pensaba en una liga que uniera a Francia, España y Austria...
Pero el mal espíritu, o más precisamente, los malos espíritus de nuestra civilización estaban en marcha y minaban, en concentrado ataque, las defensas que el cuerpo social podía oponer a los embates de la Revolución. En orden a este proceso de demolición, la obra de Luis XIV no fue tan ajena como podría hacerlo suponer el sello autoritario de su gobierno. Murió antes de cerrar su acuerdo con Viena y las disposiciones que tomó para organizar la regencia de su biznieto Luis XV, obligaron a Felipe de Orleans a adoptar otras medidas que separaron los intereses de la burguesía y los de la corona, haciendo en el futuro imposible una integración que hubiera quitado al proceso revolucionario gran parte de su violencia destructiva." ("Las oligarquías financieras contra la Monarquía absoluta")
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