"Con la paz religiosa, la Iglesia de Occidente perfecciona su organización, multiplica sus diócesis y parroquias, se difunde y se estructura sin detrimento de su unidad. 'Si la fe es una -proclama un concilio romano bajo la presidencia de Dámaso, una sola debe ser la tradición. Si la tradición es una, una sola debe ser la disciplina de la Iglesia' (can. 5).
El Concilio de Nicea había decretado el nombramiento de un solo obispo en cada civitas. Las diócesis se multiplican en España y en las Galias a lo largo del siglo IV. En las Galias, las sedes episcopales doblan su número, sin coincidir siempre con las civitates, en tiempos de san Agustín, en África son unas 400 (es el número, en su opinión, de las donatistas). A finales del siglo se ha alcanzado un número tan elevado, que se procede a agruparlas en metrópolis. Hilario de Arlés se dedica a ello, y se convierte en el líder del episcopado galo.
Constantino y Teodosio procuran armonizar las estructuras de la Iglesia con las del Estado. Por desgracia, el modelo en que la Iglesia debía inspirarse es inestable. La provincia, que es la estructura más sólida, transportada a la organización eclesiástica, constituye la metrópoli. La presencia del papado impide en Occidente el desarrollo de grandes sedes al estilo oriental, con la sola excepción de Cartago, que goza de un prestigio indiscutible.
Es preciso tener en cuenta, a partir del siglo IV, la importancia que asumen los concilios en África, España y las Galias. Los obispos se reúnen, toman acuerdos, dan leyes y establecen las normas de la disciplina y de la vida litúrgica. Este tipo de organización colegial sirve a la Iglesia de baluarte contra las invasiones de los bárbaros y constituye un elemento esencial de la vida eclesial de los siglos IV y V.
Estos dos siglos IV y V hacen época y marcan un progreso en la historia del papado. El poder romano robustece su autoridad y su superioridad sobre las asambleas conciliares, reivindica sus prerrogativas frente a Constantinopla y el Oriente, y tutela por algún tiempo la unidad de la Iglesia.
Roma, sin rival en Occidente, ejerce su autoridad en las controversias donatista y pelagiana, refuerza su jurisdicción en materia disciplinar, multiplicando sus intervenciones a pesar de las resistencias africanas. A partir del siglo V toma las riendas de la acción misionera: Celestino I envía a Germán de Auxerre a Inglaterra para oponerse al pelagianismo, y dos años después dará a Irlanda su primer obispo (431).
Los Padres, por lo regular jefes de una comunidad, son ante todo pastores y, como responsables de una parte del Pueblo de Dios, se sienten en el deber de velar por la fe y la disciplina, por su progreso y su ortodoxia.
Ésta es la actividad esencial a que consagraron sus vidas personajes como Ambrosio o Agustín.
La Iglesia y las Iglesias son comunidades de fe que tienen por fundamento a Cristo resucitado, al que, como Pueblo de Dios, dan culto en espíritu y verdad. La vida de la Iglesia se organiza en torno a la eucaristía. Si la Iglesia y, ante todo, su obispo, celebra la eucaristía, la eucaristía construye la Iglesia. ¿Cómo vivir exclamaban los mártires de África- sin reunirnos para celebrar la eucaristía? La domus ecclesiae es desplazada por espaciosas basílicas.
La palabra iglesia (asamblea) se emplea también para designar el lugar de reunión. En Occidente y en Oriente 'se levantan desde los cimientos iglesias de gran amplitud'. La más grande de África, Damous el Karita, en Cartago, mide 65 metros de longitud. Las dimensiones dependen del número de fieles de la localidad. Las iglesias constantinas adaptan la arquitectura de las basílicas romanas a las necesidades del culto cristiano. El obispo preside desde su trono, en el ábside, y desde allí se dirige a la asamblea.
La arquitectura trata de encontrar volúmenes, formas y símbolos para construir los bautisterios y los martyria, edificados sobre las tumbas de los mártires o para albergar sus reliquias. Frescos y mosaicos narran, para delicia de los ojos y alimento de la fe, una biblia en imágenes, una catequesis figurativa.
La victoria de la ortodoxia repercute en la iconografía, que procura dar expresión a un lenguaje teológico. El progreso del cristianismo se advierte, asimismo, en la creación estética y en el arte triunfal, que exalta al Pantocrator.
Cuando el Occidente se libera de la tutela griega, surge la necesidad de encontrar fórmulas litúrgicas propias, que asumen formas diversas, dentro de la unidad lingüística latina, según las regiones: el norte de África, Roma, Milán, las Galias, etc. Es difícil establecer en Occidente una clasificación análoga a la adoptada para Oriente. Se puede distinguir, a lo más, un rito ro-mano, expresión de la importancia de la Sede Apostólica, y ritos no romanos, de los cuales ya están constituidos algunos, como el galo y el visigodo; otros, en cambio, están en gestación, como el de Milán y el norte de Italia." (LUIS GLINKA, "Volver a las fuentes")
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