Si recorremos la historia descubrimos en ella una dialéctica, no materialista como quería Marx. Tampoco termina en una síntesis, sino que las fuerzas antagónicas pertenecen a campos que jamás podrán compatibilizar. El libro del Génesis se refiere a la lucha entre el Creador y la serpiente, y nos muestra además cómo ambos se disputan el señorío sobre el alma humana. San Agustín, conforme al texto bíblico, explica en su obra “De civitate Dei” que dos amores recorren la historia humana: el amor a Dios y el amor a sí mismo: uno, desinteresado, al servicio del Creador y del prójimo; el otro, egoísta, busca sólo el propio provecho a cualquier precio.
Occidente, durante la llamada Edad Media, supo edificar una Civilización fundada en la FE en el CREADOR; en la confianza en el ACTO REDENTOR de CRISTO, y la ESPERANZA consiguiente. Una civilización que celebró al CREADOR y al REDENTOR a través de los MISTERIOS revividos a través del CULTO y la LITURGIA. Civilización que supo crear una atmósfera cultural que abría al hombre a la CONTEMPLACIÓN. Obviamente que aquéllo era humano, y como todo lo humano, falible. Pero, más allá de todos los errores y pecados de esos hombres, la Europa de esos tiempos medievales dejó un gran y profundo legado.
La Edad Moderna produjo una serie de fracturas con respecto a los fundamentos de la Cristiandad medieval. Al mismo tiempo la cultura se orientó hacia la búsqueda de un dominio utilitarista de la Creación. Nuevos saberes se desarrollaron. Grandes progresos técnicos se obtuvieron. Todo este desarrollo no se contraponía necesariamente con la apertura al Misterio del hombre medieval. Al contrario, mucho de lo que se obtuvo durante la Modernidad fue gracias a la simiente plantada durante el Medioevo.
La gran ruptura comienza a producirse a partir de la filosofía que se comienza a desarrollar en el siglo XVIII y de las revoluciones políticas que a partir de ese pensamiento se desatan a finales de aquella centuria y durante los siglo XIX y XX.
Una BATALLA CULTURAL, pues, recorre las últimas centurias: la lucha entre los valores tradicionales, fundamentos de Occidente, y los antivalores desatados por la Revolución. Esta batalla cultural es un emergente, pues, de una lucha más profunda que hunde sus raíces en la noche de los tiempos.
A partir de está batalla cultural, se ha desatado en las naciones occidentales una lucha política entre las fuerzas llamadas de “derecha” -las que se oponen en mayor o menor medida a los cambios desatados por la Revolución -, y la “izquierda” -siempre a favor de todo lo que disuelva las raíces de nuestra cultura y de nuestra civilización.
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