"Los escritos que nos legaron los Apóstoles fueron yuxtapuestos a los del Antiguo Testamento, constituyendo, en unión con ellos, la Sagrada Escritura. Ésta transmite simplemente la realidad de la Iglesia misma, tal como viene dada en el bautismo, en la eucaristía (agapé), en la comunidad de los fieles, en los representantes del ministerio y rectores de la vida de un pueblo que ha sido santificado en su totalidad. La primera teología cristiana de la Iglesia es solamente una nueva formulación y expresión de estos datos, y es obra de los rectores de la comunidad, quienes intentan por este medio 'edificar' la comunidad. Sólo algunos dirigen toda su atención a combatir las herejías (Ireneo, Cipriano, Agustín). Sin embargo, los Padres, aun cuando polemicen, no elaboran una eclesiología propia de teólogos controversistas o apologetas, como sucede en la época de la Contrarreforma.
Los Padres son, sobre todo, comentadores de la Sagrada Escritura y están hondamente persuadidos de que toda la Escritura habla de Jesucristo y de su Iglesia. Su eclesiología se presenta en gran parte como una interpretación de las afirmaciones en las que la Escritura se refiere a la Iglesia, ya se trate de expresiones que caracterizan su esencia, tales como 'pueblo (de Dios)', 'cuerpo', 'templo', 'casa', 'esposa' (Cantar de los Cantares), 'grey'; o de calificaciones simbólicas y figuradas, como 'viña', 'Jerusalén-Sión', 'ciudad santa'; o de imágenes evangélicas referidas al Reino de Dios: 'campo', 'red', etc. A ello añaden los Padres toda una tipología que, a veces, se aproxima mucho a la alegoría: paraíso, cielo, paloma, Luna, nave, arca, túnica inconsútil y numerosas personas bíblicas (Eva, Rahab, María Magdalena, la Virgen María, etc.). Estas imágenes, en cuya valoración se utilizan los abundantes medios del simbolismo, expresan el misterio de la Iglesia en cuanto tienen un carácter religioso. En la misma Escritura esas imágenes encierran ya esta significación; no incluyen tanto una ontología de las cosas cuanto una afirmación de cómo tenemos que compartarnos con Dios. La imagen de la Iglesia, así como la de la Liturgia que tienen los Padres, implica una antropología espiritual, una antropología de la imagen de Dios y del combate espiritual. Es la figura de una Iglesia que ayuna y ora, que es tentada, que hace penitencia, se convierte, que lucha contra el Demonio y alcanza el punto culminante de su propia realización en los santos, mártires, vírgenes, ascetas y monjes.
Este sentido antropológico-espiritual de la Iglesia encuentra su expresión, en gran parte, en un clima influido por el platonismo, como vemos en Cipriano, Hilario, Agustín, Gregorio Magno, de igual modo que en Orígenes y en los Padres griegos. No se trata, desde luego, de tesis platónicas en el sentido estricto de la palabra, sino del clima creado por una ontología que piensa dentro del esquema de estratos jerárquicos, en la cual el prado supremo del ser o de la verdad es ideal, espiritual y celestial, y por ello inmutable y eterno. El arquetipo es celestial. Las realidades sensibles reflejan el orden celeste. La Iglesia es un 'símbolo' (en el sentido desarrollado por Platón) en el que se realiza el encuentro de una virtud celestial y su manifestación terrena que se da en el sacramento, en los portadores consagrados del ministerio y en el orden canónico establecido por los concilios. Todas estas realidades de la Iglesia visible son 'sacramentos', representación dinámica de aquello que se realiza desde el Cielo de un modo actual." (LUIS GLINKA. "Volver a las fuentes")
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