SAN AGUSTÍN, PADRE DE OCCIDENTE

Agustín nació en el año 354 la ciudad de Tagaste (actual Argelia), en la provincia romana de Numidia, fruto del matrimonio entre Patricio, un hombre pagano de fuerte carácter, y Mónica, una piadosa cristiana que trató durante años de atraer a su hijo a los principios de la doctrina de Jesucristo. En aquellos primeros años, la familia disfrutaba de relativas comodidades, razón por la cual el pequeño Agustín pudo disfrutar de una buena educación. Esta vino, en sus comienzos, de la mano de un literattor, y se completaría más tarde con clases de gramática, cuando la familia tomó la decisión de trasladarse a la ciudad de Madaura.

San Agustín es un caso curioso en la historia. Vagó perdido durante décadas, sin ser capaz de ligarse firmemente a unas creencias o valores que dieran sentido a su vida. En cambio, optó por una existencia cargada de placeres que, lejos de hacerle feliz, le llevó a la más absoluta desesperación. El proceso de su vida lo describió en sus "Confesiones", de dónde extraemos los siguientes párrafos:

"Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti." (SAN AGUSTÍN, Confesiones)

EN LA IMAGEN: San Agustín y el niño junto a la playa por Crayer, Gaspar de Amberes, (1584 - Gante, 1669)
Pese a nacer en Amberes, su trayectoria está ligada a la ciudad de Bruselas, donde alcanzó el grado de maestro del Gremio de Pintores de Bruselas el 3 de noviembre de 1607.

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