Los siglos XVI y XVII fueron tiempos de cambios profundos que dieron inicio a una época absolutamente nueva. El Medioevo se había caracterizado por una cultura abierta a la trascendencia, al Misterio, a la presencia de un mundo invisible mucho más real que el visible; mundo al que se accedía a través de signos y símbolos que se encontraban presentes por doquier. El arte, el lenguaje, la música, el trabajo, la familia, la vida, la muerte, todos los momentos de la vida se encontraban envueltos en un halo que lo llenaba todo.
En el siglo XV, durante la época denominada como Renacimiento, se producen una serie de descubrimientos geográficos y tecnológicos que condicionan un cambio profundo en la estructura de la cultura de la Cristiandad. Sin embargo, el gran hecho que transformó radicalmente a Europa fue la Reforma Protestante, la cual representó el intento de organizar la vida religiosa desde el individuo y no desde la estructura eclesial. En realidad, terminó fortaleciendo al naciente Estado monárquico. Como reacción la Iglesia promovió una Reforma disciplinar al mismo tiempo que una reafirmación de los principios doctrinales que habían sido puestos en cuestión por los protestantes. Esta situación religiosa, que a atravesó todo el siglo XVI, y que dio lugar a terribles conflictos por lo compenetradas que se encontraban la religión y la política, terminó dejando una Europa dividida.
Hemos hecho referencia en el párrafo anterior a la conformación de los Estados monárquicos. Justamente serán las Monarquías las que procurarán establecer en torno a sí un centro de unidad de las diversas comunidades y estamentos. Tras las guerras de religión fue lo que procuraron los Borbones en Francia. España también desarrolló este proceso, pero mientras en la península el fortalecimiento del poder real iba unido a la lucha por intentar recuperar la vieja unidad religiosa del continente, del otro lado de los Pirineos los Luises buscaron la unidad hacia adentro pero sembrando la división hacia afuera, con el fin, justamente, de debilitar a los Austrias.
Inglaterra, por su parte, se vio afectada por la crisis religiosa del siglo XVI, con la particularidad de que en la isla se creó algo realmente híbrido: una Iglesia nacional con una estructura muy semejante a la católica a medio camino del Protestantismo. Esta situación generó resistencias católicas, pero sobre todo de los grupos protestantes -denominados puritanos- más radicalizados. Por otra parte, la familia de los Estuardo aspiró a fortalecer la autoridad real, como se hizo en Francia, pero se encontró con un Parlamento dominado por la naciente burguesía y con gran influencia de los sectores puritanos, que opuso una gran resistencia dando lugar a dos revoluciones -una sumamente radicalizada hacia mediados del XVII-, y la otra moderada -a finales del siglo-. De estas revoluciones, sobre todo de la última -llamada “gloriosa”-. nació la Inglaterra Moderna, con una Monarquía limitada, una Iglesia oficial, y un Parlamento fuerte.
Mientras todos estos cambios se producían, en el norte de Europa una pequeña nación, Holanda -albergue de todos los refugiados de aquellos tiempos-, se iba constituyendo en el centro financiero del naciente capitalismo.
Deberíamos hablar del papel que pasó ocupar el Papado en la nueva estructura de poder, de Portugal, de las nacientes potencias del Báltico, de Prusia y de Rusia. Pero esos temas darían para otro artículo mucho más desarrollado.
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