Carlos de Habsburgo (1500-1558), Emperador de Occidente y Rey de todos los reinos hispanos llenó la primera mitad del siglo XVI con su presencia. Debió enfrentar una Europa convulsionada por la Reforma Protestante, la amenaza turca y la rivalidad del Rey de Francia, Francisco I. Se dice que fue un Emperador que se la pasó en campaña -es famoso el retrato -montado sobre su caballo- que de él nos dejó Tiziano (todo lo contrario a la imagen que se tiene de su hijo Felipe II, quien desde la apacibilidad del Palacio de El Escorial despachaba los asuntos de sus Reinos).
Sin embargo en esta breve reseña nos queremos referir al retiro del Emperador al Monasterio de Yuste donde buscó terminar sus días en paz, alejado de los intrincados problemas del mundo de la política. Nos dice al respecto Wyndham Levis en su obra “Carlos de Europa, Emperador de Occidente”:
“Vivió su propia vida en Yuste, distribuyendo sus días entre los ejercicios religiosos (todos los domingos, miércoles y viernes escuchaba un sermón de alguno de sus predicadores, y los días de fiesta de guardar o de devoción confesaba y recibía la Santísima Forma), su jardín, sus libros y aquellos asuntos de gobierno que no pudo abandonar en su retiro. Cuando no estaba en la iglesia o ante su mesa de trabajo, se hallaba en su querido jardín planeando nuevos macizos de flores, una pajarera o albercas para los peces; contemplando la belleza de la llanura y de la sierra a la luz de la dorada mañana o en el encendido crepúsculo, o bien en su modesta librería, leyendo, repasando la colección de mapas y cartas del Viejo y del Nuevo Mundo, con un placer nunca disminuído, o recibiendo allí mismo uno o dos visitantes favorecidos, como el historiógrafo Sepúlveda y su antiguo compañero el militar e historiador Luis de Avila.”
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