"Cualquiera que visitaba Roma durante el siglo primero a. de J. C. podía observar que la Urbe mantenía en todo su esplendor el culto de los antiguos dioses. Los templos dedicados a las numerosas festividades públicas eran muy concurridos. Una impresionante cantidad de colegios sacerdotales se encargaba de mantener en vilo los cultos de esta abigarrada población sobrenatural-
Júpiter, como siempre, encabezaba el cortejo de los dioses, y los templos levantados en su honor adornaban los puntos más importantes de la ciudad...
Neptuno había consolidado su prestigio después de las guerras púnicas y el agradecimiento romano se manifestó en varios templos dedicados a su honor. El más importante se levantó en el campo de Marte y hubo otros, de menor fuste, en diferentes partes de la ciudad.
Marte, divinidad privilegiada y una de las primeras adscriptas a la gloria de Roma, tenía todo un campo consagrado a su culto y un gran templo sobre la Vía Appia. En el mismo campo de Marte se erigió un santuario para Apolo...
Mercurio, Minerva, Diana, Ceres y Venus eran especialmente venerados por los romanos y cada uno de ellos tenía sus santuarios... (Había también) templos dedicados a los héroes divinizados... (y) a las numerosas abstracciones, como la Concordia, la Fides, la Mente, la Piedad y la Victoria...
Las fiestas -el hombre antiguo no conoció eso que nosotros llamamos fiestas cívicas- fueron siempre religiosas y ocupaban una buena parte del años. Basta leer el calendario religioso para poder apreciar todo el tiempo que se reservaba al culto. Existían fiestas ordinarias y fiestas extraordinarias. Entre estas últimas sobresalieron los triunfos. En ellos se exaltaba al mismo tiempo la patria y la religión cuando el general victorioso ofrecía en el altar de la ciudad los laureles y las víctimas que llevaba consigo." (RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, Pax Romana. Ensayo para la interpretación del poder político en Roma. Libería Huemul. Buenos Aires, pp. 197-198)
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