“Huizinga llamó a los siglos XIV y XV con la declinante designación de ‘otoño’...
Para quien pretenda hacer una historia de la espiritualidad religiosa, los jalones cronológicos son demarcaciones que no deben tomarse con excesivo rigor. La ciudad cristiana alcanza sus más altas realizaciones culturales en el siglo XIII: En ese mismo siglo se insinúa, con notable insistencia, la nueva orientación laicista de la cultura moderna. Las fuerzas ascendentes del cristianismo logran sus triunfos más resonantes y al mismo tiempo se alcanza una inesperada promoción de riquezas y un gusto tan pronunciado por el conocimiento que fue capaz de abrir a la codicia, a la libido dominandi, un horizonte de posibilidades desconocidas en los siglos anteriores.
El hombre del siglo XIII siente en su plenitud la tensión equilibrada de ambas fuerzas. Bastará una pequeña oscilación de la balanza interior para romper ese ajustado equilibrio… La pobreza se convierte en una obsesión e inspira dos formas de fuga: una que tiende a abrazarla con los transportes de un despojamiento maniático y otra que parece huir de su contacto con los excesivos cuidados de una prolija economía. El hombre cristiano en sus dos versiones, monástica y caballeresca, no había conocido ni una ni otra forma de relación con la pobreza. El pobre lo era sin ostentación y el noble usaba de sus bienes con la prodigalidad de quien lo sabe instrumento de su responsabilidad social.” (RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, Decadencia de la ciudad cristiana. Biblioteca Dictio. Buenos Aires.1979, pp. 9-11)
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