EL DIOS DE ABRAHAM

 "Abraham era un ser humano que sabía que un Dios le había hablado y que plasmó su propia vida con arreglo a ese diálogo con Dios... ¿Qué podemos decir del Dios de Abraham? No se presenta, ni mucho menos, con la pretensión monoteísta de ser el único Dios de todos los hombres y del mundo entero, pero tiene una fisonomía muy específica. No es el Dios de una nación determinada, de un determinado país; no es el Dios de un ámbito determinado, por ejemplo, del aire o del agua, etc., todo lo cual, en el contexto religioso de aquel entonces, era alguna de las formas más importantes de manifestación de lo divino. Es el Dios de una persona, concretamente de Abraham. Esta peculiaridad de no corresponder a un país, a un pueblo, a un ámbito de la vida, sino de estar relacionado con una persona, tiene dos consecuencias dignas de notarse.

     La primera era que este Dios tiene poder en todas partes en favor de aquella persona que le pertenece, que ha sido elegida por él. Su poder no se encuentra vinculado a determinados límites geográficos o de cualquier otra índole, sino que puede acompañar a la persona, protegerla, conducirla a donde él quiera y a donde esa persona se dirija. Asimismo, la promesa de un país no le convierte en el Dios de ese país, en un Dios que exista únicamente para los 'suyos', sino que esa promesa muestra que puede distribuir países según su voluntad. Podemos afirmar, por tanto: el Dios-Persona es translocal.

     A esto se añade una segunda consecuencia que Él actúa también de manera transtemporal; más aún, su forma de hablar y actuar es esencialmente el futuro. Su dimensión... parece ser el futuro... todo lo esencial viene dado en la categoría de la promesa de lo venidero: la bendición, el país. Esto significa que Él es capaz de disponer acerca del futuro, acerca del tiempo. Para la persona que le esté ligada, esto implica una actitud peculiar: debe vivir siempre sobrepasando lo presente; la vida debe extenderse hacia algo distinto, hacia algo mayor. El presente queda relativizado.

     Finalmente..., su alteridad con respecto a los otros y a lo otro, se denomina con el concepto de 'santidad', entonces se ve con claridad que esa santidad suya, ese 'ser mismo', tiene que ver con la dignidad del hombre, y con su integridad moral..." (JOSEPH RATZINGER. Fe, Verdad y Tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo, pp.129-130)



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