“¡Difícil abocetar una semblanza de este glorioso santo español y universal en pocas páginas!
Santo Domingo, físicamente, fue la conjunción de una 'mens sana in corpore sano'…
Inteligencia de primer orden, perspicaz para captar la esencia de las cosas, profunda en los ahondamientos, intuitiva frente a la realidad, ágil para razonar.
Voluntad pronta y firme.
Memoria tan feliz como para dejar admirados a cuantos le conocieron y trataron…
Fue austero como su tierra castellana; fuerte como el linaje de caballeros de quienes descendía a través de muchas generaciones; sano, con salud bien acreditada…
Psicológicamente fue un hombre muy agradable, con pleno dominio de sí mismo, sin dejar traslucir nunca las muchas preocupaciones que desde que comenzó sus trabajos misioneros embargaban su ánimo. Las guardaba en su interior; luego, por las noches, cuando estaba a solas con nuestro Señor, se enfrentaba con ellas en la presencia de Dios.
Su semblante reflejaba serenidad y alegría. Por los caminos hablaba con sus compañeros de viaje, y en los despoblados cantaba con voz sonora y bien timbrada, como si no tuviera problemas de ninguna clase…-
Sobre una naturaleza tan rica actuó la gracia divina, elevando, perfeccionando y sobrenaturalizando todas aquellas prendas humanas…
Analizando la vida de Santo Domingo, parece como si su santidad personal, derivada, por supuesto, de la gracia divina, se hubiese nutrido, sobre todo, de la fe teologal y manifestado principalmente en forma de generosidad, que es una manera de ser de la caridad.
Fe, convicción y adhesión a estas tres verdades: la existencia de Dios, creador universal y providente; la realidad de un plan divino sobrenatural del que forman parte las criaturas humanas, la encarnación de Cristo, su magisterio y redención, la institución de la Iglesia como empresa de salvación de los hombres mediante su doctrina, sacramentos y leyes positivas…
…la iglesia le ha aplicado las palabras del libro del Eclesiástico: ‘Como el lucero de la mañana, como la luna llena, como el sol resplandeciente, brilló en la Iglesia de Dios…’
(Ya no tenemos a Domingo) pero queda la Orden, buen espejo para quien quiera conocer siquiera algunas de las calidades del santo. Quedan los documentos y modo de ser dominicano. Por imperativo de leyes biológicas físicas, el hijo reproduce una naturaleza similar a la del padre; y por imperativos de leyes biológicas morales, los religiosos de la Orden de los Predicadores reflejan el talante humano y espiritual de su fundador.” (JOSÉ MACÍAS, Santo Domingo de Guzmán. BAC popular. Madrid. 1979, pp. 262-267)
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