"Carlos Borromeo no sólo es un gran santo y un célebre obispo, sino también uno de los grandes bienhechores de la humanidad...
En plena juventud -a los veintidós años fue creado cardenal-, san Carlos fue asociado como secretario de estado al gobierno de toda la Iglesia. En esa posición privilegiada, pero sumamente empeñativa colaboró prolija y eficazmente para la terminación del Concilio de Trento, que a todas luces fue una de las asambleas eclesiásticas de la mayor importancia y urgencia.
Como arzobispo de Milán, fue el intérprete más iluminado y el ejecutor más decidido del Concilio para la reforma de la Iglesia, comenzando por la reforma de sí mismo. Fue como la expresión plena y madura de las ansias de renovación de la Iglesia, que estaba llorando a mares por las desgarraduras producidas contra su unidad jerárquica y doctrinal por el protestantismo. Por eso san Carlos puede llamarse el reformador por excelencia con todo lo que significa de honor por la vuelta a las fuentes de la verdad y de la disciplina eclesiástica, pero también de esfuerzos, lágrimas y dolor. Para lograrlo, tuvo que superar, con tesón desplegado, formidables oleadas de oposiciones y contrastes que hubiesen tumbado a más de un valiente, pero no amilanaron a Carlos, en cuya bandera campeaba el lema: '¡TODO POR LA GLORIA DE DIOS Y EL BIEN DE LAS ALMAS!'..." (FRAY CONTARDO MIGLIORANZA, San Carlos Borromeo. Misiones Franciscanas Populares. Buenos Aires. 1986, pp. 5-6)
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