El Occidente de finales del siglo XIX y principios del XX era un mundo muy orgulloso y ufano de los logros materiales conseguidos. Son los tiempos de la Belle Époque, de la Segunda Revolución Industrial, de la expansión imperial de una Europa pujante, de la fe en la Ciencia y en el Progreso, de una medicina que mejoraba notablemente las condiciones sanitarias de la vida humana, del consiguiente optimismo positivista. Pero por debajo de esa corteza de “progreso”, de bienestar, y de una promesa de “felicidad”, se escondía una profunda crisis espiritual. Si bien, el origen de esta “decadencia” se halla en el Renacimiento y la Reforma, dichos movimientos cristalizan en el Iluminismo racionalista e individualista del siglo XVIII y su consecuencia terrible, la Revolución Francesa. La Revolución fundada sobre los falsos principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad, trastocó todo el orden social y las Instituciones sobre las que éste se fundaba. Así, los Gremios fueron disueltos, la Congregaciones Religiosas y la Iglesia perseguidas, la familia se vio afectada por la eliminación del Mayorazgo, la reducción de la autoridad paterna y la introducción del divorcio.
En el proceso descrito se halla la raíz de todo el proceso posterior de la Civilización Occidental, que de aquel individualismo original conducirá a un proceso de masificación. Nos dice Calderón Bouchet al respecto: “El hombre liberado de todas sus excelencias y convertido en presa del animal colectivo por la excitación permanente de sus apetitos sensibles (…) se disuelve en la masa y pierde su relación orgánica con las asociaciones naturales, esas que nacen de la historia, el amor, la vocación profesional, la amistad”. Fue el gran pensador español José Ortega y Gasset quien mejor describió la irrupción de las “masas” en la vida social contemporánea:
“Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres (…) en los lugares mejores (…) reservados antes a grupos menores (…) La muchedumbre (…) es lo mostrenco social (…) Los derechos niveladores (…) se han convertido (…) en apetitos (…)
El hombre vulgar, al encontrarse con este mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la Naturaleza y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone su creación (…) Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masa revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar.”
“Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres (…) Cada día que tarde en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas ‘resentidas’ (…) ¿Hay nada tan triste como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter? ¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismos?”
En este contexto se creó un Estado burocrático, repleto de funcionarios públicos, que viven a costa de los recursos fiscales. Favores políticos a cambio de votos fue, a partir de ese momento, una constante. Por otra parte, se difundieron ideas muy disolventes que creaban un ambiente de luchas de clases y de permanente conflicto social. La ilusión de progreso indefinido se comenzaba a derrumbar. Un ejemplo fue lo ocurrido con la tragedia del Titanic. El hombre occidental, en su delirio fáustico, creyó haber superado los límites de la misma naturaleza, y considerando que el navío era invulnerable no previó la cantidad de botes salvavidas necesarios en caso de accidente. Luego, vino la Gran Guerra del 14, con su secuela de muerte y horror, demostrando que el poder material alcanzado por el hombre no era suficiente para lograr la “felicidad” terrena. Por fin, la Revolución Rusa hizo tambalear hasta los cimientos más profundos a la Civilización Occidental.
Hoy, se vuelve imprescindible volver a una sociedad que ponga en el centro el esfuerzo, el mérito y una vida social fundada en sanas relaciones sociales, teniendo como fundamento la familia.
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