EL INFLUJO FRANCISCANO EN LA CULTURA OCCIDENTAL

"Para el pobre de Asís, primeramente tuvo que horadarse la roca a profundidades inusitadas, a fin de esconder el cuerpo ante el peligro de los robos de reliquias tan frecuentes en la Edad Media. En la tumba hubo que erigir una primera basílica para recibir la muchedumbre de peregrinos, y encima de ésta construir, aun, una segunda, que llevase la oración más cerca del cielo...
   Pero los hombres de la Edad Media no pensaban haber concluido un monumento por amontonar piedra sobre piedra: era preciso que estas piedras hablasen y que hablasen el lenguaje de la pintura, que fuera entendido por los ignorantes y por los pequeños; que el cielo fuera visible en ellos y que los ángeles y los santos permanecerán presentes con sus imágenes, a fin de consolar y de predicar a los pueblos...La basílica de Asís vino a ser la cuna de un renacimiento, del que presenció todo el progreso. Es allí en donde Guido de Siena y Giunta de Pisa se destacaron poco a poco como maestros griegos, dulcificando la sequedad y evitando la inmovilidad de aquel estilo. Vino en seguida Cimabue. Representó toda la Historia Sagrada en una serie de pinturas que decoraban la iglesia superior y que el tiempo ha mutilado. Pero seiscientos años no han empalidecido el esplendor de las cabezas de Cristo, de la Virgen y de San Juan, que pintó en la clave de los arcos, ni la imágenes de cuatro grandes doctores, en que la majestad bizantina se armoniza ya con un ambiente de vida y de juventud inmortal. En fin, apareció Giotto, y una de sus obras fue 'El triunfo de San Francisco', pintado en cuatro compartimentos, bajo la cúpula que corona el altar de la iglesia inferior. Nada hay más celebrado que esos hermosos frescos; pero yo no conozco nada más impresionante que aquel en el que están representandas las bodas del siervo de Dios con la santa Pobreza, la pobreza con los rasgos de una mujer extremadamente hermosa, pero de rostro demacrado, con los vestidos andrajosos de rostro demacrado, con los vestidos andrajosos; un perro ladra contra ella, dos niños le tiran piedras y llenan de espinas su camino. Sin embargo, tranquila y alegre, tiende la mano a Francisco; Cristo mismo une a los dos esposos, y en medio de las nubes aparece el Padre Eterno, acompañado de ángeles, como si el tema fuera más propio del cielo que de la tierra, asistiendo por esta causa a las bodas de los dos mendigos. Aquí no hay nada que recuerde los procedimientos de la pintura griega; todo es nuevo, libre e inspirado. El progreso no se detiene entre los discípulos de Giotto llamados a continuar su obra: Cavallino, Tadeo Gaddi, Buccio Capanna. Es medio de la variedad de sus composiciones, se reconoce la unidad de la fe que brilla en sus obras.
   Cuando nos detenemos ante estás castas representaciones de la Virgen, de la Anunciación, de la Natividad, delante de esas imágenes de Cristo crucificado, con ángeles tan tristes que lloran alrededor de la cruz, recogiendo en unas copas la Sangre divina, es preciso tener el corazón bien duro para no sentir cómo acuden las lágrimas a los ojos, para no arrodillarse y golpearse el pecho como los pastores y las pobres mujeres que oran al pie de estas imágenes. Sólo entonces nos apercibimos que San Francisco es el verdadero maestro de la escuela de Asís. Entonces se siente lo que comunica de ardor y de poder. Se comprende entonces cómo Giotto salió de allí capaz de comenzar ese apostando, harto conocido, que hizo de él un hombre tan grande, que le condujo a Pisa, a Padua, a Nápoles, a Aviñón, dejando a su paso de cada ciudad no solamente admirables obras sino discípulos por centenares para estudiarlas, sobrepasarlas y sumergir, por decirlo así, a Italia entera en esa evocación nueva, en la que debía hallar su última gloria." (FEDERICO OZANAM, Los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII)

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