"Nos enseña San Pablo que el primer Adán fue terreno, y de él nacieron hombres terrenos; en tanto que el segundo, Cristo, fue celestial, y según él son los cristianos hombres celestiales. Pues bien, si nos atenemos a los testimonios de quienes le conocieron de cerca, Santo Toribio de Mogrovejo fue ciertamente un 'hombre celestial'. De él dicen que se le veía siempre con 'un rostro risueño y alegre', y que 'con ser hombre de edad, parecía un mozo en su agilidad y color de rostro'. De su presencia afable fluía con autoridad un espíritu bueno: 'No parecía hombre humano', 'parecía...una cosa divina', 'un ángel en la tierra', 'un santo varón en su aspecto', de manera que 'era un sermón sólo el verle'...
La clave de cada persona está siempre en su vida interior. Santo Toribio, al decir de quienes más le conocieron, vivía 'en perpetua y continua oración y meditación' y 'andaba embebido en Él como un ángel'. Por eso ´sus pláticas no eran otra cosa sino tratar de Dios y de su amor'. En medio de grandes trabajos y graves negocios, 'vivía con Dios en una quietud de su alma, que no parecía hombre de carne'. Según decían, verle rezar era un verdadero sermón, era la mejor predicación posible sobre la majestad de Dios, la bondad de Dios, la hermosura de Dios." (JOSÉ MARÍA IRABURU, Hechos de los Apóstoles de América)
Unas líneas antes el autor se refería a la gran obra del santo Arzobispo: el III Concilio de Lima. Nos dice al respecto:
"El Concilio III de Lima...logró un texto relativamente breve, muy claro y concreto...y sumamente determinado y estimulante en sus decisiones...va siempre al grano, y apenas da lugar a interpretaciones equívocas.
Se ve siempre en él la mano del Santo arzobispo, la determinada determinación de su dedicación misionera y pastoral, su apasionado amor a Cristo, a la Iglesia, a los indios."
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