"...el pueblo vendeano estaba mal preparado para aceptar la nueva concepción de la fe impuesta por la Convención y la Asamblea Nacional Constituyente. En gran partes...se debe a la obra de un santo, Luis María Grignion de Montfort, que a comienzos del siglo XVIII había predicado el Evangelio en las provincias del Centro-Oeste, Bretaña y Normandía...los métodos empleados por San Luis María para llegar al alma de sus feligreses...pueden reducirse a un par de palabras: auténtica santidad.
Grignion de Montfort dejó como continuadores de su obra a los hermanos Misioneros de María, llamados también 'les Mulotins', en recuerdo del padre Mulot, que fue el digno heredero del santo de La Vendée.
Pierre de La Gorce ha evocado la figura de San Luis María...:
'...este sacerdote...(vive) una fe tan profunda que se comunica por contagio; ninguna preocupación fuera de la salud eterna; ningún odio excepto al pecado; en la cátedra, una implacable rigidez de doctrina, y en las conversaciones íntimas una ternura infinita; un corazón lleno de Dios y lágrimas verdaderas, capaces de provocar otras lágrimas. Con todo esto, una vida despojada hasta el desprecio más profundo de todo cuidado material; un celo que abría todas las fuentes de la vida, aunque debiesen secarse antes de tiempo; largas caminatas a pie, de misión en misión; una habitación siempre pobre, un perpetuo cuidado de no contar personalmente para nada, de no ser más que un obrero del Evangelio.'
He aquí dibujada con precisión clásica, la fisonomía del apóstol. Esta predicación tendía a concretarse en forma sensible: calvarios, cruces en las encrucijadas de los caminos, escapularios y el hábito de rezar el Santo Rosario. Estos testimonios materiales de su espiritualidad encarnada y:
'la devoción al Sagrado Corazón de Jesús han quedado como testigos perpetuos, hasta nuestros días, de esta penetración profunda, de la prédica montfortiana en las almas vendeanas.'..."
(RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, La contrarrevolución en Francia)
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