Nacido en 1580 en el valle de Urgel, Cataluña, nació Pedro quien en 1602 entró a la Compañía de Jesús; habiendo pasado a Cartagena de Indias decidió consagrar su vida y su apostolado a los esclavos que a esa ciudad llegaban. Seguramente muchos despreciarán la labor de asistencia y de caridad del Padre Claver argumentando que lo que tendría que haber hecho es incitar a los esclavos a una rebelión contra el orden establecido. Con lo cual lo único que hubiera logrado es alborotar la sociedad con un propuesta puramente declamatoria. En su lugar, el santo jesuita lo que hizo es practicar la caridad directamente sobre las almas sufrientes. Nos dice al respecto el Padre José María Iraburu:
"Vivía Claver en un cuarto oscuro del Colegio de la Compañía, 'el peor de todos', según un intérprete, pero que tenía la ventaja de quedar junto a la portería, lo que le permitía estar listo para el servicio a cualquier hora del día o de la noche. Para su ministerio de atención a los esclavos negros tenía la colaboración de varios intérpretes negros...
En los días más tranquilos, el Padre Claver, acompañado de alguno de sus colaboradores, se echaba al hombro unos alforjas, y se iba a pedir limosna -dinero, y ropas, fruta y medicinas- para sus pobres negros en las casas señoriales de la ciudad...
San Pedro Claver llegó a Cartagena de Indias en 1610, y trabajó con los esclavos negros hasta 1651, año de su última enfermedad...
El padre Claver, era cosa sabida, tenía ofrecidas misas y penitencias a quienes le avisaran primero la llegada de algún galeón negrero. Entonces se despertaba en él un caudal de impetuoso de caridad y como que se transfiguraba, según dicen, 'se encendía y ponía rojo'. Iba al puerto a toda prisa, entraba en el galeón, donde el olor era tan irrespirable que los blancos, ni los mismos capitanes negreros, solían ser capaces de resistir un rato. Él se quedaba horas y horas, y lo primero que hacía era abrazar a los esclavos negros, especialmente a los enfermos, acariciar a los niños, entregarles todo lo que para ese m omento llevaba en la bolsa de piel colgada con una cuerda: dulces, frutas, bizcochos...
En cuanto era posible, el padre Claver iniciaba la obra de evangelización y catequesis de aquel millar de negros que anualmente llegaban a Cartagena. Horas y horas, cuatro, seis, lo que fuera preciso, se dedicaba a hablarles de Cristo y de la redención, ayudándose de dibujos y estampas, con el auxilio de los intérpretes...
Sus palabras y gestos pretendían la máxima expresividad. Por ejemplo, para explicar la conversión del hombre viejo en un hombre nuevo..." (Hechos de los Apóstoles de América)
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