"La derecha, como siempre, se hallaba dividida, pues, por su propia naturaleza, el hombre de derecha
da más importancia a los matices ideológicos que al éxito en la conquista del poder. El partido político de mayor envergadura era la CEDA, cuyo jefe, Gil Robles, era una personalidad de gran talla, aunque con ciertos defectos humanos graves para un hombre político; no supo medir bien la saludable reacción anturevolucionaria de 1934, y pensaba que las derechas podían vencer en las urnas, lo que es siempre difícil. Recordamos los grandes carteles de su propaganda electoral en el mes de febrero de 1936: ¡A por los 300! (diputados), que no correspondían a las expectativas reales y previsibles. Por otro lado, había también carlistas, monárquicos liberales y falangistas...
Las izquierdas, como suele ocurrir, se hallaban más unidas por el propósito de la Revolución y la
conquista del poder. Su fanatismo anticlerical había hecho ya su aparición desde los comienzos de la
República, en 1931, y se había confirmado su amenaza en la Revolución de 1934; no podía caber duda acerca de cuáles eran sus siniestros propósitos tras la esperada victoria electoral, pues había declaraciones muy explícitas en el sentido de que a la victoria en las urnas iba a seguir la Revolución por las armas, y por eso mismo, las iniciativas de apaciguamiento, por parte del Ejército, fueron displicentemente desatendidas, pues el nuevo Gobierno de izquierdas deseaba la Revolución desde el poder. De hecho, en el mes de julio de 1936 se organizaba ya la distribución de armas entre las milicias marxistas, y resulta evidente, por lo menos para los que vivíamos en Madrid, que, como decía uno de los dirigentes revolucionarios (citado por F. Suárez en 'Razón Española', n. 16, pág. 32), 'la verdad no es otra que la de que los militares se nos adelantaron para evitar que llegáramos a desencadenar la Revolución'. Esto explica también cierta precipitación entre los sublevados, que hubieron de superar las consideraciones de prudencia por la urgencia con que se presentaba la defensa contra la inminente Revolución; un retraso en el Alzamiento hubiera colocado al Ejército en la situación de inferioridad que supone no ser el agresor. Realmente, la agresión no-formal había sido tomada ya por las fuerzas revolucionarias, para las que la victoria electoral de febrero no era más que una cobertura legal de una agresión que iba a recrudecerse inmediatamente y sin escrúpulos, como sucedió en realidad por toda la zona dominada al comenzar la guerra. Así pues, aunque a la distancia de los años las circunstancias reales de aquel momento puedan ser ignoradas por los que no las vivieron, y ocultadas o tergiversadas por los que sí las recuerdan, el Alzamiento de julio de 1936 era absolutamente necesario para evitar la Revolución: fue una legítima defensa antirevolucionaria." (ÁLVARO D'ORS, "La violencia y el orden")
Comentarios
Publicar un comentario