El primero de Abril de 1834, en el castillo de Arrancy –noreste de París- nació Carlos Humberto René de la Tour du Pin, heredero de una familia de tradición militar e ilustre linaje. El destino tenía reservado a este varón una vida de incansable lucha por Dios, la Patria y el Reinado Social de Jesucristo.
Su padre se esmeró en darle una formación
católica y monárquica, propia de la época y propia también por su tradición
familiar. Estudios de latín, griego, filosofía y matemáticas fueron parte de su
formación elemental. Sin embargo lo que dictaminó el eje de su filosofía sería
la contemplación de la vida rural, arduo ir y venir de labores cotidianas,
acompañadas de aquellas bondades de la creación, como es poder ver a la
naturaleza pródiga el devolver con frutos de bendición los sudores depositados
en su seno. En esos años iniciales extrajo sus primeras lecciones de
sociología, muchas oídas decir a su padre, a quien veneraba. Una de esas enseñanzas le marcó para toda la vida: “Piensa, hijo mío, que
eres tan sólo el administrador de esta tierra para beneficio de sus moradores”.
En su juventud decidió cumplir con su
vocación militar, que le atraía desde muy niño. Su larga trayectoria marcial,
que consumió la mitad de su vida en desinteresado sacrificio por la patria,
quedó pormenorizada en su obra “Hojas militares”. Aquí nos limitaremos a decir
que participó en la Guerra de Crimea, en la segunda guerra de independencia
italiana, en la conquista y pacificación de Argelia, en la Guerra
Franco-Prusiana y finalmente quedó como agregado militar en la embajada de
Francia en Viena. De todos sus destinos aprendió cosas valiosas: de las
estructuras sociales, la organización laboral en cada cultura, sus formas de
gobierno, etc. Ya sea observando a los
tártaros de Crimea, a las tribus bereberes del Magreb, a las pequeñas aldeas
que salpicaban el Piamonte o a las industriosas urbes del Rin, el Ródano y el
Po.
Durante la guerra Franco-Prusiana estuvo en
cautiverio, allí un jesuita lo puso en contacto con importantes figuras de la
política alemana, que en esos momentos encarnaban la postura católica durante
la Kulturkampf, como el político Hermann Von Mallinckrodt y el obispo de
Maguncia, Wilhelm Emmanuel Von Ketteler. Las reuniones que mantuvo con figuras
de esa talla le confirmaron lo que siempre intuyó desde su juventud: que el
liberalismo, las diversas corrientes de pensamiento nuevas, nacidas al fragor
de la revolución francesa, habían destruido el orden social y era necesario que
los católicos tomasen la delantera en la política y recuperen el terreno
perdido ante las ideologías disolventes.
Aprovechó su estadía como agregado militar en
Viena, reforzando su formación doctrinal, rodeado del ambiente monárquico y
contrarrevolucionario, frecuentando figuras notables como el Conde de ChambordEnrique de Artois, el príncipe de Liechtensteiny el barón de Vogelsang, --quien creó el
diario Vaterland, que ya poseía en la
década de 1870 ideas embrionarias de corporativismo-.
La
Tour du Pin veía con amargura que las ideas revolucionarias estaban llevando a
su país a un prolongado declive moral y social, y que el cataclismo llegaría
más temprano que tarde. Así que buscó que la aristocracia militar católica
diese un golpe de Estado e improvise una respuesta, pero no contó con el apoyo
necesario ya que el general Billot, ministro de Guerra, quien podía haber
asestado el golpe de gracia a la república a principios de la década del 80,
hizo un paso al costado. Inmediatamente pasó al retiro, convencido de que la
respuesta no saldría del ejército sino de la sociedad en su conjunto, y se
dedicó de pleno a la acción política, mientras administraba la estancia
familiar de Arrancy.
Fundó el círculo
“Tradición y Progreso”, que arrancó siendo un promotor de la organización
sindical y luego aglutinó a numerosos círculos de obreros que se iban formando.
Esta maravillosa empresa nació en colaboración con otros notables de la época
como el general Recamier, el Coronel Perceval, el Conde Eugenio de LurSaluces y
La CourGrandmaison –algunos se espantarán por el nombre de este último, yo
también me espanté, ¡Qué inoportuna conjunción de palabras!-. Más adelante y
merced a la notoria reproducción de los Círculos de obreros, formó el Comité de Círculos Católicos de Obreros de
París, donde se unieron Emilio Keller, Maurice Meigen, León Gautier, entre
otros.
Con todo lo que venía acarreando, La Tour Du
Pin organiza la famosa reunión de Friburgo, que dio lugar a la Unión Internacional de Católicos Sociales,
y a la unión de Friburgo, a donde asistieron figuras como Vogelsang,
Loevenstein, el Padre Weiss y Rodolfo
Mayer. Gracias a la Unión de Friburgo, la encíclica Rerum Novarum obtuvo
un excelente ejemplo de la puesta en práctica de muchos de sus principios, y el
papa León XIII se lo hizo saber en sus cartas. Su intensa labor organizativa
motivó el surgimiento de numerosos sindicatos agrícolas por toda Francia, y más
tarde se le sumaron los industriales y comerciales.
La Tour du Pin escribió mucho sobre la
cuestión social, por ejemplo en el diario “La Asociación Católica” que sacaba
el Comité de Círculos Católicos de Obreros de París, en donde sentó las bases y muchos pormenores
del régimen corporativista católico. También colaboró con Acción Francesa
escribiendo muchos artículos y prestando apoyo moral al naciente movimiento
–que luego sería de vital importancia en el desarrollo doctrinal del
nacionalismo contrarrevolucionario-.
Este hombre no solamente discernía los
problemas filosóficos que flagelaban a su patria, también sabía que el
principal mal del sistema capitalista era la usura, y la repudió y denunció
enérgicamente; contempló dentro de su corpus doctrinal la necesaria
participación de los sindicatos dentro de la organización política del Estado,
y que esa participación se presente en todos los niveles: municipal,
parlamentos regionales y parlamento general. Sostuvo la cooperación rectamente
entendida de todos los elementos productores, lo que daría consigo la
socialización del crédito. Enseñó que la organización de la sociedad debía
darse en las unidades elementales que son la familia, el taller y la
corporación, entre muchas otras cuestiones tanto políticas como económicas,
laborales, culturales.
Ideas similares a las suyas se plasmaron en
la ley italiana de 1926 sobre los “colligamentos”, aunque aún no nos animamos a
afirmar que los intelectuales del fascismo hayan sido receptores de la doctrina
de La Tour Du Pin o si solamente hayan llegado a las mismas conclusiones. Eso
requeriría un estudio más pormenorizado, que no pretendemos hacer aquí.
Vivió muchos años luego de su retiro y sobrevivió
a la Primera Guerra Mundial, también a su señora esposa, a quien siempre tuvo
presente luego de su partida, y a muchos de sus camaradas. Recordaba con
especial aprecio a León Harmel, un industrial textil que fue algo así como su
compañero de fórmula durante largas décadas. Este otro hombre fue un auténtico
apóstol de la Acción Social y extraordinario fomentador de la sindicación
profesional Católica en Francia.
Del extenso trabajo intelectual de René de La
Tour Du Pin nos ha llegado especialmente un libro, llamado "Hacia un Orden
Social Cristiano", que sintetiza su magna obra. En el expone muchos puntos
del corporativismo que luego algunos intentarían poner en práctica, por ejemplo
en la dictadura de Miguel Primo de Rivera o en el Portugal de Salazar.
La muerte le sorprendió al atardecer del 4 de
diciembre de 1924, en forma de sueño reparador, al final de una larga jornada
de noventa años, llena de gestas gloriosas y amargos contratiempos, la recibió
tranquilo y sereno, como lo fue aquel paisaje de su niñez. Pidió ser sepultado
junto a su amada, acompañado de una bellísima frase de San Juan Crisóstomo:
“Dios y el amor por las cosas elevadas les reunió”.
La Tour
du Pin, Católico, contrarrevolucionario, verdadero padre
del Corporativismo. Maestro.
Franco Abregú
Muy interesante. La auténtica tercera posición.
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