CONGRESO EUCARÍSTICO DE 1934: UN CANTO DE FE Y PATRIOTISMO

 "El XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, fue presidido por el Cardenal Eugenio Pacelli, Secretario de Estado del Papa Pío XI, en carácter de Legado Papal a latere. Posteriormente, el piadoso y prestigioso Cardenal llegó al Supremo Pontificado en 1939, con el nombre de Pío XII. Desde su visita a nuestro país, tuvo amor  de predilección por la Argentina y no dejó nunca de ponderar el memorable Congreso. El mismo día de su clausura decía: 

“El Congreso Eucarístico ha sido una cosa estupenda, indescriptible, superior a cualquier expectativa, a toda imaginación. No tengo bastantes palabras para expresar el consuelo de mi espíritu por haber asistido a tan altos espectáculos de fe y de piedad, que quedarán  entre los hechos más hondamente grabados en mi memoria” (Cardenal Pacelli, La Nación, 15 de octubre de 1934, recuadro).

Diez años después,  ya siendo Papa, en un mensaje al Congreso Eucarístico Nacional celebrado  en conmemoración de aquél, decía: “Vuestro inolvidable Congreso, arrastrando a todo un pueblo fundido en un solo afecto, ante un altar; haciendo hincar las rodillas, movidos por un idéntico espíritu, a representantes de casi todo el mundo, fue antes que nada eso: El triunfo mundial de Jesucristo, Rey de la paz”. (Pío XII, Radiomensaje del 15 de octubre de 1944)


Los más ilustres visitantes expresaron conceptos muy similares:

El Patriarca de Lisboa, Cardenal Cerejeira, a quien llamaban “el Cardenal de la Eucaristía”, expresó:

“El espectáculo dado por Buenos Aires en oportunidad del XXXII Congreso Eucarístico Internacional, es maravilloso. Difícilmente podría asistirse en Europa a uno semejante. De los numerosos actos a los cuales he asistido fue la extraordinaria concentración nocturna de hombres en la Plaza de Mayo el que más me impresionó. Por instantes, escenas como las de las confesiones al aire libre, bajo la sombra espesa de los árboles, traían a mi memoria los relatos de la vida de las catacumbas, y durante los primeros siglos de la Iglesia cristiana.” (La Nación, 15 de octubre de 1934)

El Cardenal Verdier, Arzobispo de París, quiso elogiarlo “con toda su voz”:

“Llevo en mi alma la emoción sentida por los millares de católicos reunidos en la magna manifestación eucarística de Buenos Aires”. “Este Congreso nos ha revelado una Argentina más bella aún que la que conocíamos. Deseo elogiar con toda mi voz el impulso y el espíritu de fe sincera con que ha ofrecido a nuestro Dios un triunfo aún inigualado.” (La Nación, 15 de octubre de 1934)

El Primado de Polonia dejó un pensamiento sobre la “fuerza espiritual” de nuestro país:

“El pueblo argentino ha dejado ver uno de los pliegues más encantadores y significativos de su espíritu: Se ha manifestado con una fuerza espiritual y conducta de primer orden en ocasión del XXXII Congreso Eucarístico Internacional. Cardenal Augusto Hlond, Primado de Polonia” (Nota al periodismo, Bs. As., 14 de octubre de 1934)

El Cardenal Leme, Arzobispo de Río de Janeiro, ponderó la participación ejemplar del Presidente de la Nación y su oración ante el Santísimo Sacramento: 

“Pocas veces en mi vida observé tanta devoción. Pocas ciudades como Buenos Aires pueden dar el magnífico espectáculo que hemos presenciado. Es un triunfo, pero es un triunfo de Nuestro Señor Jesucristo. Bastaría el espectáculo de la Comunión en las calles y en Plaza de Mayo para que el viaje realizado estuviera más que compensado. Valía la pena venir, aunque más no fuera para ver tomar parte en dichas ceremonias en forma pública y oficial al primer mandatario de esta Nación. Bastaba su discurso en el banquete del Señor Cardenal Legado para sentirnos orgullosos, ya que podría figurar en la página más brillante del derecho eclesiástico”. (13 de octubre. Última sesión de la Sección Brasileña, en el Colegio San José)

Monseñor Isidro Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo y  Primado de España consideró el congreso como “una explosión de fe y de piedad”:

“…este magno Congreso, como esta inmensa Cruz -decía- no se improvisa sin base; esta explosión de fe y de piedad exige un alma nacional católica, y no se concibe sino como una floración de un árbol robusto, cuya raigambre se ha nutrido secularmente de la savia del pensamiento y del amor a Jesucristo” (La Nación, 15 de octubre de 1934).

Nuestro periodismo constató y documentó esas magníficas realidades vividas en el Congreso¨:
“El XXXII Congreso Eucarístico Internacional habría de constituir la más extraordinaria apoteosis que la fe cristiana que un pueblo pudo ofrecer al mundo”. (La Nación lunes 15 de octubre de 1934, página 6 1ª columna).

Y en la misma edición iniciaba su crónica de las ceremonias de clausuras así:

“Intentamos  describir el maravilloso espectáculo ofrecido por la muchedumbre durante la misa pontifical de ayer, y la frágil retórica humana se deshace en vano balbuceo. Inútilmente buscamos, en la historia de los pueblos un acontecimiento comparable. Jamás el triunfo de la Iglesia de Cristo ha sido llevado a tan alta cumbre. (La Nación, 15 de octubre de 1934, pag.3, primera columna) 

Todos tuvieron una misma impresión y un mismo sentir al ponderar el Congreso, pero hay alguien, que por su carisma profético ya lo había anunciado viajando en el Conte Grande. Fue Don Orione, con la anécdota que consignamos en nuestra primera página. Él, ya considerado un santo en aquel entonces, sintetizaba en una palabra su impresión del congreso: “¡Fue un Milagro!”

Nuestra generación ha recibido testimonios similares de nuestros mayores que vivieron ese Pentecostés de  Buenos Aires.  Nos quedan esos recuerdos transmitidos de padres a hijos y a nietos, nos quedan las crónicas periodísticas y algunas piezas literarias, pero lamentablemente no se ha hecho mucho para perpetuar el acontecimiento más grande de nuestra tradición patria. Sin embargo, lo que tenemos es suficientemente elocuente como para no dudar de  su inmenso valor para la Iglesia, sino también, y eso es lo que nos mueve a este trabajo, el constatar esa apoteosis nacional ofrecida al Señor de la Patria, un hecho de suavísimas notas de cielo y de abundantes frutos para nuestra vida cotidiana en la tierra.

Gracia de la Pura y Limpia Concepción del río Luján, Patrona de la Nación que también lo fue del Congreso. A Ella se habían elevado  fervorosas y perseverantes plegarias durante dos años de intensa preparación. El Legado, ya siendo Papa, recordaba que apenas clausurado el Congreso en Buenos Aires, peregrinó presuroso a dar  gracias a la Virgen “por el triunfo sin precedentes, que se debía, después de a Dios a la Pura y Limpia Concepción del Río Luján, ante cuya imagen se había orado sin interrupción” por la Magna Asamblea. (Pío XII, 12 de oct de 1947, radiomensaje al  1er Congreso Mariano Nacional de Luján). 

Este trabajo se propone recordar, ratificar, y proclamar, que nuestra Nación tiene una vocación católica tan sublime como inexcusable. Vocación que cuando fue seguida fielmente, atrajo bendiciones sin medida, y cuando fue olvidada o despreciada, tropezó, o se detuvo en callejones sin salida. Argentina es de Cristo en la Eucaristía y de la Virgen de Luján, como lo proclaman todas las banderas en silencioso flamear a lo largo y a lo ancho de nuestro país, y también en el mundo: “El sol de la Eucaristía sobre los colores de la Inmaculada”.

Precisamente para insistir en su condición de Madre, Reina y Patrona de la Patria, publicamos recientemente “María de Luján, Reina de la Argentina”, donde junto con algunas reflexiones, recopilamos una gran cantidad de textos para acercarlos a nuestros compatriotas de todas las edades, y que comprendan el tesoro que tenemos en Luján. Ahora, de forma similar, queremos evocar el gran Congreso con una crónica retrospectiva, que incluye discursos, homilías, hechos y dichos, que muestran lo mejor de nuestra tradición cristiana. 

Testimonio irrefutable de nuestra vocación eucarística y mariana ha sido el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires. Fue un gran triunfo de Jesucristo en el Sacramento del amor, lo confirman todos los relatos y testimonios que nos han llegado en 75 años. En esos días de cielo, la Argentina sintió, en lo más profundo de su ser nacional, un llamado irrecusable a luchar por el Reino Eucarístico de Nuestro Señor. 

Hoy, cuando las tinieblas en la que nos sumergen nuestros propios pecados y el olvido de Dios “fuente de toda razón y justicia”, de su ley, de sus mandamientos, hace que se siembre por doquier el rencor que lleva al enfrentamiento, y que la corrupción pretenda ahogarnos. Sin embargo, es precisamente hoy cuando muchos compatriotas ignorados, están reviviendo la adoración, que deseamos continuada, organizada, fervorosa ¡perpetua! al Dios de los corazones, para que desde el silencio de los soles de miles de Custodias ilumine toda la Argentina y disipe esas tinieblas.

La Virgen de Luján, como Madre y como Reina, nos está repitiendo: “Id a adorarlo, amarlo y escucharlo humildemente en la adoración, y luego haced lo que Él os diga”, Ella como Madre y Señora Nuestra, está concediendo la grande y suprema gracia de la vida eucarística en muchos lugares del país."

(Extraído del libro de Giorgio Sernani, Dios de los corazones. Evocación y crónica retrospectiva del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos Aires en 1934)









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