MAYO
Fueron los “hechos de Bayona” los que determinaron el futuro de la América Hispana.
“El acontecimiento que marcó a fuego la relación entre la metrópoli y sus colonias – o reinos independientes de la corona de Castilla- y que hizo de disparador de toda la revuelta hispanoamericana, sucedió dos años antes del estallido (…). El episodio tiene nombre: la farsa de Bayona”.[1]
Sin embargo, para comprender en profundidad los acontecimientos rioplatenses que se desarrollaron a partir de 1810 no podemos dejar de referirnos a las consecuencias de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807. Nos dice al respecto el mismo autor:
“Buenos Aires había producido así, sin que formara parte de un plan original con arreglo al cual desarrollar una estrategia política, tres hechos notables: 1) derrotar en dos oportunidades al Imperio Británico; 2) destituir, en un hecho sin precedentes en el Imperio español en América, al virrey Sobremonte, y 3) militarizar exitosamente una ciudad mal dotada para la guerra.”[2]
Por lo tanto los hechos desencadenados a partir del 10 son consecuencia de la crisis y caída de la Monarquía Borbónica, del vacío de poder generado por dicha situación, y por el estallido del Movimiento Juntista. Por otra parte, los cuerpos militares surgidos después de las Invasiones Inglesas tuvieron una participación fundamental en la búsqueda de una alternativa frente a la desaparición de la estructura imperial hispánica.
Frente a la caída del Imperio se abrían tres posibilidades para el Río de la Plata:
1- 1- Aceptar el status quo local: el mantenimiento de la burocracia virreinal y el
reconocimiento del último vestigio de poder independiente de los franceses que
quedara en la Península (como por ejemplo el Consejo de Regencia de Cádiz).
Esta posición tenía muchos adversarios, debido a los errores y abusos que los
funcionarios virreinales habían venido cometiendo en los últimos tiempos. Por
otra parte, las elites locales querían una mayor participación en las tomas de
decisiones, y que la suerte del Continente no quedara atada a las desgracias de
la Península y a las ambiciones de las otras potencias europeas (Gran Bretaña,
Francia, y los vecinos portugueses).
2- 2- El establecimiento de una monarquía borbónica
en el Río de la Plata coronando a la princesa Carlota Joaquina, única
representante de la familia real que no había caído en poder del “amo” de
Europa. Claro que debía ser una Monarquía temperada,
“a la inglesa”
3- 3- Establecer Juntas de Gobierno como en la Península.
Lo señalado nos da la pauta del alto nivel de politización de las elites después de los acontecimientos locales de 1806, y sobre todo a partir de los hechos europeos posteriores a 1808. En este contexto se deben ubicar los hechos del 1 de enero de 1809 en Buenos Aires, y los de Chuquisaca y la Paz, a mediados de aquel año. A esta situación debemos agregar las rivalidades entre peninsulares y americanos, porteños y provincianos, Buenos Aires y Montevideo, etc.; para comprender los enfrentamientos que se van a desatar tras la caída del poder virreinal.
La Semana de Mayo
La suerte de nuestras tierras fue decidida en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810:
“El tema del Cabildo fue muy concreto. Si
debía cesar el virrey en caso afirmativo
cuál sería el procedimiento para elegir quien lo sucediera en el mando civil y
militar (…)
Después de los discursos vinieron los
votos (…). El primer voto fue el del obispo a favor del Virrey. El segundo fue
el del militar de más alta graduación en el virreinato, el teniente general
español Pascual Ruiz Huidobro (…)
Cornelio Saavedra votó en el orden 29, con las siguientes consideraciones: ‘consultando la salud del pueblo y en atención a las actuales circunstancias, debe subrogarse el mando superior el Excelentísimo Virrey, en el Excelentísimo Cabildo de esta Capital, en el ínterin se forma la corporación o junta que debe ejercerlo; cuya formación debe ser en el modo y forma que se estime por el Excelentísimo Cabildo, y no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando.”[3]
El reemplazo de los funcionarios que representaban a una Monarquía inexistente, así como la disputa de poder entre los distintos sectores de la sociedad criolla, a lo que hay que sumar las ambiciones de ingleses, franceses y portugueses –con las redes de aliados locales que tenían-, nos explican la seriedad de los conflictos que se desencadenaron, produciendo una guerra civil que condujo –como lógica consecuencia de la evolución de los acontecimientos americanos y europeos-, a la independencia de nuestro continente y a la fragmentación de los antiguos virreinatos –en particular el nuestro- en nuevos estados nacionales.
Autonomía y Fidelidad
En su obra Mayo Revisado el historiador revisionista Enrique Díaz Araujo desmitifica el carácter liberal de la Revolución de Mayo, explicando el proceso que se abre en el 10 en el contexto de la crisis del Imperio Español y del marco legal del mismo, indicando que las jornadas de Mayo se caracterizaron por la fidelidad a la Monarquía, pero buscando una Autonomía con respecto a las “autoridades” peninsulares que obraban en nombre del Monarca ausente. Finalmente la evolución de los hechos condujo a una justificada Independencia.
“Anarquía y usurpación peninsulares, que
no el declamado ‘despotismo’, fueron las causas reales del Autogobierno (…)
La fidelidad rioplatense interpretada como
una felonía, y el consiguiente ataque realista desde Montevideo y el Perú:
motivos suficientes para que la Autonomía comenzara a devenir en Independencia
(…)
(…) los hombres de Mayo no se movieron por impulsos ideológicos. Ellos tenían muy en claro que el movimiento americano se encaminaba contra el Consejo de Regencia y las otras autoridades metropolitanas conexas, en procura de la autonomía comarcal (empezando por la provisional, de orden municipal); para escapar a la eventualidad de la dominación francesa o la inglesa.”[4]
Por su parte, Vicente Massot nos explica el proceso que se abre en el Río de la Plata a partir de 1808 haciendo girar su argumentación en torno a tres conceptos claves: Revolución-Independencia-Anarquía.
“el proceso que se inicia pocos años antes
de 1810 y se prolonga (…) hasta mediados de la década del 30 (…) podría decirse
que se compendia y resume en tres términos los cuales, a su vez, transparentan
otras tantas realidades: revolución, independencia y anarquía
(…)
La revolución merece su nombre menos por el impulso de trastocar los fundamentos económicos, sociales o religiosos del virreinato, que por su descendencia (…): la independencia y la anarquía.”[5]
Retomando la obra de Díaz Araujo, éste en el Tomo III nos plantea que la revolución cambió su curso por obra de la acción de Moreno, que fue quien en realidad orientó a la Revolución hacia una posición acorde con el liberalismo, más aun, con el jacobinismo.
“Sabido es que el Primer Gobierno Patrio
se constituyó basándose en unos arreglos entre los grupos políticos existentes
en Buenos Aires (…)
Pues (…) uno se esos sectores, el llamado ‘morenista’, se apoderó hegemónicamente de la Revolución, desplazando a los demás y consiguientemente, reemplazando los objetivos institucionales comunes, por unos unilaterales, de corte ideológico sectario.”[6]
Antonio Caponneto también nos presenta un morenismo jacobino:
“Otros criollos, en cambio, no entendían, no
valoraban ni amaban lo que España había traído a estas tierras, y querían
deshacerse de todo ello (…)
Por ejemplo, Moreno, Monteagudo, Castelli.
Querían asesinar a los españoles.
Escribieron un Plan de Operaciones
para fomentar el terrorismo, el rencor y el odio. Eran socios de los ingleses y
defendían sus intereses económicos. Y lo peor: atacaban la Religión Católica
(…)
Algo muy feo e imperdonable que cometieron fue matar a Don Santiago de Liniers. El gran Caudillo de la Reconquista.”[7]
Massot, por su parte, nos muestra un Moreno más orientado hacia la “derecha”, o al menos no tan inclinado hacia la “izquierda”.
“Mariano Moreno, Juan José Paso, Juan José
Castelli y Manuel Belgrano (…) no ganaron sus credenciales revolucionarias por
su afán de trastocar los fundamentos económicos, sociales o religiosos del
Virreinato, sino merced al cambio político que urdieron y, más aun, a la
consecuencia que tuvo en años venideros: la independencia (…)
Al analizar, pues, el uso de algunos de
los principales conceptos de la ciencia política utilizados por el secretario
de la Junta hay que buscar menos en las posibles inspiraciones ideológicas (…)
y hacer hincapié más en las necesidades políticas (…)
(…) atendiendo (…) más a los pactistas peninsulares que a Rousseau, apuntaba Moreno al hecho de que la Junta debía tener el consentimiento de los pueblos, aunque, delegado el poder, se establecía entre ambos una ineludible relación de mando-obediencia (…).”[8]
Recordemos, por otra parte, que si bien Moreno hizo editar el Contrato Social de Rousseau, lo expurgó de aquellos capítulos en los que el autor “delira en materia religiosa”.
Los hombres de Mayo fueron en general exponentes de una cultura hispánica, católica y monárquica, más o menos conservadores, más o menos tocados por las ideas del siglo -con mayores o menores influjos iluministas y críticas a la cultura barroca de los sectores populares-, que pedían reformas en la educación (en una línea utilitarista), o que criticaban cierta escolástica decadente[11]; pero no fueron necesariamente radicales o impíos.
“Si el proceso revolucionario hispanoamericano triunfó (…) se debió entre otras razones a la capacidad que demostró la clase dirigente de las Provincias Unidas para gerenciar una empresa tan compleja y peligrosa. Ahora bien, sus hombres no venían de Inglaterra ni de Francia. Habían recibido la educación del reino que introdujo en América su idioma, religión, leyes y costumbres; que fundó ciudades por doquier y creó escuelas y universidades cuya calidad nada tenía que envidiarle a la del resto del mundo colonial y que legó a todos los habitantes de estas latitudes una legislación tan realista como generosa.”[12]
Lo erróneo sería suponer que nuestra revolución significó una ruptura con el pasado y el triunfo del “jacobinismo”; en tanto que el bando realista habría representado una postura tradicionalista, ultramontana y “reaccionaria”. En realidad hubo conservadores y liberales en ambos bandos:
“Como punto de partida dejemos centrado que existieron cuatro tendencias
en torno a la Revolución de Mayo: dos impulsoras de la misma y dos contrarias.
De las impulsoras, una fue de tendencia tradicionalista (Saavedra) y otra
liberal (Mariano Moreno). De las contrarias, una fue igualmente tradicionalista
(Abascal, Liniers, Elío) y otra liberal (Consejo de Regencia y Cortes de
Cádiz).”[13]
Un representante del conservadorismo
realista fue el ilustre Santiago de Liniers. Desencadenados los hechos de Mayo
de 1810, no pudo ver que una “nueva fidelidad”,
el servicio a la Patria naciente, venía a reemplazar a la vieja fidelidad a un
Rey que ya no reinaba. Y se opuso a un Movimiento que consideró revolucionario
en la entraña misma de su ser. Encabezó la resistencia contrarrevolucionaria en
Córdoba, que fue fácilmente contenida, y los cabecillas capturados y
condenados. En estas circunstancias, y
ante la presión de su padre político que no entendía su conducta, Liniers
escribe:
“(…)
mi amado padre (...) en cuanto a mi individuo; ¿cómo siendo yo un general, un
oficial quien en sus treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al
soberano, quisiera Usted que en el último tercio de mi vida me cubriese de
ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey; que por esa
infidencia dejase a mis hijos un nombre, hasta el presente intachable con la
nota de traidor? ¡Ah mi padre! Yo que conozco también la honradez de sus
principios, no puedo creer que Usted piense, ni me aconseje motu proprio,
semejante proceder (...)
(...) Por último Señor, el que nutre a las aves, a los reptiles, a las
fieras y los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán
presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que
fue capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de
la lealtad, y del patriotismo, y que si no les deja caudal, les deja a lo menos
un buen nombre y buenos ejemplos que imitar (...)”[14]
Por su parte, Juan Manuel de Rosas en su mensaje a la Legislatura del
año 1836 nos brinda una interpretación “tradicionalista” de la Revolución que
llevó a la instalación de la Primera Junta. La Revolución se hizo, decía, “no para sublevarnos contra las autoridades
legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que acéfala la
Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra
nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que
había sido despojado por el acto de perfidia. No para romper los vínculos que
nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la
gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus
desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no
ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida España.”
[1] Massot, Vicente. La
excepcionalidad argentina. Auge y ocaso de una Nación.
[2] Ídem.
[3] Montejano, Bernardino. La filosofía política de Mayo.
[4] Díaz Araujo, Enrique. Mayo
revisado I.
[5] Massot, Vicente. La
excepcionalidad argentina…
[6] Díaz Araujo, Enrique. Mayo revisado III.
[7] Caponnetto, Antonio. El
Bicentenario en el aula.
[8] Massot, Vicente. Las ideas de
esos hombres. De Moreno a Perón.
[9] Ídem.
[10] Massot, Vicente. Matar y
morir. La violencia política en la Argentina
(1806-2011). Agrega el
autor las escalofriantes líneas que le escribía el general francés a su
gobierno: “Ciudadanos, la Vendée ya no
existe: ha perecido bajo nuestra espada, lo mismo que sus mujeres y sus niños
(…) De acuerdo con vuestras órdenes, he aplastado a los niños bajo las patas de
los caballos y he masacrado a sus mujeres, que por lo menos (…) ya no
engendrarán más bandidos. No tengo prisioneros que puedan reprochárseme.”
[11] “(…) nos venden doctrinas
falsas por verdaderas, y palabras por conocimientos (…) de ninguna manera
tratamos de lo concerniente a nuestros dogmas, ni a las decisiones de la
Iglesia, ni a nuestra legislación (…)
(a) la filosofía que se
enseña en nuestros estudios es adonde se
dirigen nuestras miras (…)
¿Qué otra cosa es obligarnos a discurrir sobre ridículas cuestiones (…); si los grados metafísicos en el individuo se distinguen real o virtualmente o por razón y otras cosas de este tenor? ¿Cuál es la utilidad que este estudio trae al hombre? ¿De qué le habrá servido un estudio tan ímprobo al hallarse en estado de ser útil a su rey, a su patria, a su religión y a sí mismo?” (Manuel Belgrano, Correo de Comercio, junio de 1810).
Si bien puede observarse una crítica a cierto escolasticismo, y un influjo de posturas utilitaristas acordes con la filosofía dieciochesca; sin embargo la concepción de servicio –a Dios, a la Patria y al Rey- que se desprende del último párrafo citado es acorde con la mentalidad tradicional.
[12] Massot, V. La
excepcionalidad…
[13] Romero Moreno, Fernando. Bicentenario y Tradicionalismo
[14] El Padre
Cayetano Bruno nos describe sus últimos momentos: “(luego de conocer la sentencia de muerte) Liniers ya no pensó sino en
su alma. (…) (un documento anónimo atestigua que) ‘pidió al Sr. Obispo
(Orellana) le sacase de su bolsillo el rosario y paseándose lo rezó y continuó
preparándose para la confesión, todo con
tal nobleza y entereza que…, en aquel estado de ignominia y con los brazos
atados, parecía más glorioso que en sus victorias de la Reconquista…Este Señor
y el coronel Allende hicieron su confesión con el Sr. Obispo (…) Liniers
rechazó la venda. Luego ‘en voz perceptible (…) imploró el auxilio de María
Santísima –bajo el título del Rosario de quien fue siempre muy devoto-, e
hincado de rodillas’ dio la señal a los soldados”. (Bruno, C. Creo en la vida eterna)
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