El tema es complejo, y requiere de varias aclaraciones.
El mundo occidental, sufre un proceso de “revolución”, desde hace por lo menos dos siglos. Dicho proceso ha venido derribando los valores e instituciones fundamentales sobre los que se asentaba nuestra civilización (Dios, la Patria, la Familia, la Virtud, el Honor, etc.). Los actuales ataques a la Vida y a la Familia no son sino la consecuencia última de este proceso demoledor, del que no se ha salvado ni siquiera la Iglesia (sobre todo a partir del Vaticano II, no por culpa del Concilio, sino con pretexto del mismo). Este proceso se encuentra muy bien explicado, por ejemplo, en las obras del Padre Julo Meinvielle.
Dicho proceso demoledor es siempre violento. Ya sea la violencia física, como la que se desencadenó en la España de los años 30, y que tantos mártires provocó; o la de México en los años 20; o la de la Revolución Francesa, cuyo lado oscuro y asesino no siempre se cuenta en la “historia escolar”. Pero hay también otro tipo de violencia, la de “desnaturalizar” el Orden natural, de ponerlo patas arriba, de acostumbrar a la gente a tomar como norma lo que es anormal, de exaltar la libertad sin referencia a la Autoridad, de temer a los “excesos” del castigo que reprime más que a la violencia del pecado y del delito.
Hubo períodos, en la Historia, de Reacciones en los que, frente a la “violencia” de la Revolución, se debió oponer la violencia del “Orden”. Por supuesto que, muchas veces los intentos restauradores y “reordenadores” en su afán de ordenar, cometieron excesos. Pero esos excesos son producto de una violencia legítima que intenta responder a la violencia ilegítima. Por otra parte, ante una situación de desquicio se necesita de una mano firme. Es muy interesante al respecto el “Discurso sobre la Dictadura”, de Donoso Cortés, en el que el autor sostiene que ante el peligro de la “Dictadura del Puñal” se hace necesario responder con la “Dictadura del Sable”.
Cuando esos períodos pasaron, las supuestas víctimas se tomaron grandes represalias; desfigurando además la Historia, tratando de mostrar los supuestos o reales crímenes cometidos por el “Terror Blanco”, y silenciando y justificando los cometidos por el “Terror Rojo”.
Nuestra Dictadura Militar (en Argentina), con todos los excesos que cometió, con todos los delitos de orden económico, con los personajes impresentables que tuvo en sus elencos, estuvo, sin embargo, involucrada en esta lucha subterránea que recorre los últimos siglos de la Historia. De allí el odio que sobre ella se ha descargado, las mentiras acerca del número de desaparecidos (no 30.000, sino poco menos de 8000, muchos de los cuales “reaparecieron”, y otros que se sabe que murieron en enfrentamientos con las Fuerzas del Orden). Con esto no quiero justificar los excesos cometidos, sino entender el contexto en el que dichos acontecimientos se produjeron. Por otra parte, los jefes militares respondían a una doctrina militar que al considerar que se estaba en Guerra con un enemigo “invisible”, mezclado en la población civil, se debía responder con métodos excepcionales (lo cual es discutible).
La dialéctica Democracia versus Dictadura, los ataques a todos los “fascistas” de nuestra historia, responde a una visión del Pasado que termina justificando todos los estragos provocados por la Revolución Moderna (Laicismo, Divorcio, Aborto, Disolución del sentimiento de pertenencia nacional, pérdida de las buenas costumbres, de la moral cívica y social, destrucción de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, incremento del delito por las doctrinas garantistas). Basta ver las consecuencias provocadas por la reinstalación de la Democracia en nuestro país (apertura a la Pornografía, crítica de todo tipo de censura, la cultura en manos de los peores personajes, el deterioro de nuestro lenguaje, la blasfemia establecida como expresión “estética”, la instalación de un discurso único izquierdizante en los medios, la persecución a las Fuerzas militares, etc, etc.).
Por todo lo dicho, me pregunto, cuando elogiamos tanto a la Democracia, hablamos tanto de Democracia, ¿no nos damos cuenta que se trata de una palabrita “mágica” que esconde múltiples significados, y que tras esta palabrita podemos estar haciéndole el caldo gordo al “enemigo”? Como decía un pensador político francés del siglo XIX: “La Democracia no está enferma; la enfermedad es la Democracia”. Por lo menos esta Democracia que nos han impuesto desde el 83 en adelante.
Sí, claramente hoy en día cuando se habla de democracia y muchis se llenan la boca con esa palabra y se deshacen en elogios, están hablando de la democracia liberal que se basa en el derecho constitucional moderno en oposición al católico. Esa democracia liberal es revolucionaria en un sentido anticristiano y disolvente del orden social. Toda ley injusta en realidad no es ley sino violencia, y una ley es injusta cuando no se asienta en el derecho natural. De manera que la democracia liberal ejerce violencia sobre el pueblo con sus "leyes" inicuas como el aborto legal y otras. Claramente la democracia liberal mata, porque con sus leyes anticristianas matan el alma de la ciudadanía, y matar el alma es un pecado más grave que matar el cuerpo. Eso es violencia espiritual y ciertamente constituye una dictadura mucho peor y más sangrienta que las dictaduras restauradoras del orden a las cuales difaman como parte de su ímpetu revoluvionario.
ResponderBorrar"Sin una base moral cristiana, la democracia degenera, como queda indicado, en formas, disimuladas o manifiestas, de totalitarismo o de autoritarismo de Estado." (José Luis Gutiérrez García, La concepción cristiana del orden social, 1972, p. 57)