LA DEVOCIÓN A LA INMACULADA EN EL MEDIOEVO

Si bien la devoción tierna a la Madre de Dios tiene orígenes muy antiguos, sin embargo podemos afirmar que la Edad Media fue un tiempo en el que se dio una profundización de este fervor mariano. En un artículo que trata de tema se dice:

     “Durante el Medievo grandes multitudes se trasladan de una región a otra. (...)

     Los cristianos concebían la batalla por la salvación como un drama que recorre la vida y que implica a la Iglesia militante en la tierra junto con la Iglesia purgante (Purgatorio) y la triunfante (Paraíso). Por encima de todos está Dios, después, descendiendo, la Madre de Dios, María, los Ángeles y los santos (...)

    Este es el sentido de las peregrinaciones, de las iglesias dedicadas a los Misterios de Cristo, a la Virgen y a los santos. Los caminos que unen los países europeos están plagados de iglesias dedicadas a ellos. Algunas de estas iglesias se convierten en punto de referencia especial gracias también a los milagros y a eventos históricos vinculados a la protección de la Virgen como la liberación de una guerra, de una peste, la reconciliación entre facciones en guerra o simplemente a una aparición que presenta diferentes formas, desde el descubrimiento de un icono mariano, a una verdadera y propia aparición sobrenatural en momentos especialmente calamitosos.

     Desde el siglo IX las iglesias dedicadas a la Virgen se multiplican. (...) Cuando aparece en las iglesias la costumbre de construir más capillas y altares laterales, no hay iglesia que no tenga una dedicada a la Virgen. A ella se dedican oratorios y pequeñas capillas, templetes marianos en los caminos del campo y en los cruces; a ella se dedican las campanas de las iglesias; los cristianos empiezan a bautizar tomando su nombre; surgen los primeros grandes santuarios marianos que pueblan la geografía europea y que son la meta de peregrinación de las más diversas regiones europeas como Puy-en-Velay en Francia; en España: Covadonga en Asturias, donde comienza la “Reconquista española” bajo la mirada de la Virgen; Montserrat en Cataluña; el Pilar de Zaragoza; Guadalupe en Extremadura.

     En Inglaterra, conocida entonces como la ‘tierra de María’ surge Walsingham (hacia el 1061). Este santuario mariano se considera la cuna del cristianismo en Inglaterra y tal vez sea la primera iglesia mariana de la isla, donde más tarde –hacia 1184– los normandos erigen una bellísima iglesia que será saqueada en 1530 en la época del cisma de Enrique VIII.

     En Italia (desde el siglo XV), la Santa Casa de Loreto, construida sobre la casa de María de Nazaret. Pero todo el mapa europeo está sembrado de estos santuarios que muestran la mirada misericordiosa de María sobre el pueblo cristiano. Surgen confraternidades marianas que agrupan a artesanos y trabajadores, que dan solemnidad a las fiestas de María y erigen iglesias, oratorios y altares en su honor. 

     (...)

     En este momento de cambio de época, nacen (a partir del siglo XIII) en el seno de la Iglesia movimientos (...) que se mueven entre la búsqueda de una autenticidad evangélica y la fascinación por la renovación de la vida cristiana en la fidelidad a la Iglesia: son las órdenes mendicantes.

     Estas nuevas órdenes sitúan en el corazón de su experiencia el Misterio de la humanidad de Cristo encarnado y, por tanto, la presencia de María. Ha sido siempre el signo de su eclesialidad y ortodoxia. Entre ellos recordamos algunos como los dominicos, los franciscanos, los carmelitas y los siervos de María que se ponen bajo la protección de la Virgen. Esta última orden tuvo su origen en la experiencia de gracia de siete comerciantes florentinos, que abandonaron sus actividades para buscar en la contemplación del Misterio de la Virgen, especialmente en sus sufrimientos, una unión más completa con Cristo.

     (...)

     Hay (...) muchas fiestas de la Virgen que fueron instituidas en diferentes lugares durante el Medievo y que después se extendieron a toda la Iglesia. Es el caso de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María que se celebraba en Inglaterra y en Normandía en el siglo XI. El Misterio fue sacado a la luz teológicamente por san Anselmo: la preservación de la Virgen del pecado original.”

(http://forosdelavirgen.org/23582/por-los-caminos-medievales-la-edad-de-oro-de-la-devocion-mariana/)

     A este último dogma, profundizado durante la Edad Media, es al que nos queremos referir en este apartado. Si bien el artículo citado hace referencia a San Anselmo como uno de los primeros grandes impulsores de su reflexión; fueron, en realidad, los franciscanos quienes más indagaron teológicamente, en tan profundo privilegio mariano. Un autor de la Orden de los Frailes Menores nos explica la importancia que tuvo el franciscano Duns Scoto en el desarrollo teológico que permitió explicar este dogma.

     “¿Evolucionan los dogmas de la Iglesia? (...). No evolucionan en su contenido, es decir, lo que hoy es verdadero, mañana o dentro de un siglo no vendrá a ser falso; pero sin evolucionar en lo que afirman o niegan, pueden evolucionar y evolucionan en la conciencia que de ellos va adquiriendo la misma Iglesia. (...)

      En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no se propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de María. (...) Pero la doctrina sobre el privilegio de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura de María a la de Eva en relación con la caída y la reparación del género humano; al exaltar, con palabras sumamente encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar sobre la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la ciencia sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primeros Doctores de la Iglesia.

     (...)

      A los antiguos Padres llamó poderosísimamente la atención, no menos que a nosotros, el bello vaticinio sobre la Redención humana contenido en el Protoevangelio. Y habiendo escrito San Pablo que Cristo es el nuevo Adán, completaron sin esfuerzo el paralelismo, contraponiendo María a Eva. Apenas podrá hallarse un Santo Padre que no eche mano de este recurso al hablar de la Redención. Y es tan constante la doctrina, tan universal el principio, que no es posible no admitir que arranque de la misma tradición apostólica.

     (...) (Enseña) San Ireneo: ‘Así como aquella Eva, teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen, desobediente, fue la causa de la muerte, así también María, teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el género humano... De este modo, el nudo de la desobediencia de Eva quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen’. Es decir, que como un nudo no se desata sino pasando los cabos por el mismo lugar, pero a la inversa, así la redención se obró de modo idéntico, pero a la inversa de la caída.

     (...)

     Los siglos XIII y XIV son los del máximo esplendor de la ciencia divina llamada Teología. Los que la cultivaron se llaman Escolásticos, y hubo varios centros de importancia, entre los más ilustres, la Sorbona de París y la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Al comentar los Escolásticos el ‘Libro de las Sentencias’ de Pedro Lombardo, que les servía como de manual y guía para dar sus lecciones, se toparon con la cuestión de la Concepción de María. Los Doctores de París se inclinaron por la opinión maculista, y los de Oxford por la inmaculista, es decir, excluyeron a María de la común caída del pecado de origen. La victoria quedó por éstos últimos, y concretamente por el Beato Escoto, su más alto exponente y representante.

     (...)

     El Beato Juan Duns Escoto nació en Maxton (Escocia), de la noble familia Duns. Se formó en la Universidad de Oxford, y en la misma y en París enseñó teología. Al llegar a París, la cuestión sobre la Concepción de María estaba definitivamente ventilada y resuelta en sentido negativo. Su doctrina sobre la exención de María de todo pecado chocó con el ambiente reinante en la Universidad, y, según el estilo de la época, tuvo que defender su opinión en una disputa pública con los doctores de la misma. El rotundo triunfo que alcanzó, midiendo su ingenio y saber con los Maestros más renombrados, hizo aquella discusión científica celebérrima en los anales de la Universidad y aun de la Iglesia. La leyenda y la tradición, como acostumbran con los hechos trascendentales, la han adornado con mil detalles hermosos. Las crónicas eclesiásticas aseguran que, al pasar el Doctor por los claustros de la Universidad para la discusión, se postró ante una imagen de María, implorando su auxilio, y que la marmórea imagen inclinó su cabeza. En el aula magna de la Universidad, aguardaban al Doctor todos los Maestros. Presidían la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en París para negociar ciertos asuntos con el Rey. Sea de ello lo que fuere, la tradición nos dice que se opusieron al Doctor Mariano doscientos argumentos, que él refutó y pulverizó después de recitarlos uno tras otro de memoria. El número de argumentos, aun sin llegar a los doscientos, fue grande, porque de los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotros se pueden recoger cincuenta. La nobilísima Asamblea se levantó aclamándole unánimemente vencedor. Una defensa similar del privilegio mariano tuvo lugar en Colonia, donde el triunfo alcanzado por el Defensor de María fue tal, que hasta los niños le aclamaban por las calles: ¡Vencedor Escoto!

     Todos estos detalles de la leyenda demuestran la impresión que causó la defensa escotista en la imaginación de los contemporáneos (...)

     Pasemos a exponer la doctrina del Doctor Mariano. Notemos ante todo que el Beato Juan Duns Escoto se plantea la cuestión de modo completamente diferente al de los que le precedieron: ‘¿Fue concebida María en pecado original?’. Este modo de preguntar no presupone ni prejuzga nada, y tiene un sentido claro y terminante: ¿Tuvo o no tuvo el pecado original? Ello arranca de la idea que nuestro Doctor tiene del pecado de origen, hoy común a todos los teólogos. Para el Beato Escoto, el pecado original no consiste más que en la negación de la gracia que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nada sobre la carne, como hacían los anteriores.

     A la pregunta, pues, de si María fue concebida en pecado, responde: No. ¿Motivos? (...) Resumámoslo: ‘Se afirma que en Adán todos pecaron y que en Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos, también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de modo diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamente por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente, el médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que, sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin duda que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por lo menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en el pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su Madre’.

     El Beato Escoto va aplicando el argumento ora desde el punto de vista de Cristo Redentor perfectísimo, ora desde el punto de vista del pecado, ora desde el ángulo de María, llegando siempre a la misma conclusión. Su argumento quedó sintetizado para la posteridad con aquellas cuatro celebérrimas palabras: Potuit, decuit, ergo fecit, pudo, convino, luego lo hizo. Podía hacer a su Madre Inmaculada, convenía lo hiciera por su misma honra, luego lo hizo.” (Pascual Rambla, O.F.M. "Tratado popular sobre la Santísima Virgen", citado en 

http://www.franciscanos.org/virgen/rambla.html)

     Si bien la controversia en torno a este tema quedó definitivamente zanjada en tiempos del Papa Pío IX cuando este Pontífice proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María en el año 1854, fueron muchos los que a lo largo de los siglos reivindicaron este privilegio para nuestra Bendita Madre, muchos los que lo defendieron, muchos los que le dedicaron hermosas poemas. La Orden franciscana fue tal vez la que más se destacó en esta labor. También, a partir del siglo XVI, la Compañía de Jesús. No podemos dejar de mencionar la defensa que hicieron, además, los reyes de España pidiendo en diversas ocasiones al Santo Padre la definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara en la romana Plaza de España. 


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     A partir del siglo XVI, la labor evangelizadora impulsada por la Corona Española en América, y llevada adelante con gran ímpetu apostólico por franciscanos y jesuitas -entre otros-, llenó nuestro continente de iglesias, ermitas y capillas dedicadas a la Inmaculada. Hasta llegó a convertirse en una forma de saludo entre nuestros paisanos: “¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida!”

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