¿QUÉ
ES LA HISPANIDAD?
En los tiempos postmodernos que corren
todo lo que haga referencia a grandes actos de fe, a simples y profundas
definiciones metafísicas, a la vida entregada heroicamente a una gran causa, a la
elevación mística....aquello que sea salirse de una prosaica vulgaridad, es, no
solo incomprendido, sino insultado y vapuleado....¡Cuántas mentiras históricas
ha difundido este espíritu ruin y bastardo! ¡Cuánto ocultamiento de gestas
heroicas y nobles! ¡Cuántos héroes deformados! ¡Cuántos monstruos elevados al
procerato! ¡Cuántos movimientos históricos nobilísimos insultados y
vilipendiados, y cuántos dignos del desprecio presentados como arquetipos
ejemplares!....Detrás de esta concepción de la vida se encuentra contenido todo
el espíritu de la Revolución, claro que en su última y más decadente
manifestación.
Uno de los temas que más ha sufrido esta
deformación es el de la Hispanidad.
¡Cuántas mentiras no se han dicho al respecto! ¡Cuánta deformación de la verdad
histórica ha circulado, y circula, por doquier! ¡Cuántos medios de
desinformación divulgan las versiones más retorcidas de las gestas que hicieron
grandes a las naciones hispanas! En definitiva, -y perdón por las reiteradas
redundancias-: ¡cuánta mentira circulante! ¡Cuánta verdad ocultada!
Frente al sentimiento de justa cólera y de
impotencia que todo esto genera ha surgido un grupo de defensores de la
Hispanidad que en su legítima reacción han caído en el extremo de negar la
realidad de nuestra nacionalidad. Me refiero a las distintas versiones de
“carlismo” local, que en su defensa de nuestras raíces hispanas frente a tanta
agresión han reelaborado una versión de nuestra historia nacional que reniega
de nuestro proceso independentista y de la conformación de nuestra nación. Ante
a esta interpretación se debe afirmar que es justo reivindicar nuestra
identidad hispana sin caer en lo que algunos denominan el “españolismo”. Esto
ya lo habían visto claro nuestros primeros historiadores revisionistas cuando
reivindicaban una Argentina criolla, esto es hispana, frente al iluminismo
masónico encarnado en nuestro pasado por el unitarismo y sus “descendientes”.
Últimamente, Díaz Araujo ha contestado a toda la versión liberal y marxista de
nuestro devenir en obras definitivas sobre los hechos de Mayo y sobre nuestro
máximo prócer, el General San Martín.
Por tanto, Argentina sí. Hispanidad,
también. Surge, entonces, la pregunta: y, ¿qué
es la Hispanidad? ¿Cuáles son los rasgos que la definen?
Intentar un bosquejo de “respuestas” a
estas preguntas, es el objeto del presente artículo.
En primer lugar digamos que la Hispanidad
se define por una Fe, y una Fe militante. El catolicismo que informó la Cruzada
de reconquista española durante el Medioevo, que adquirió características
particulares –acentuando su militancia- a partir de la gesta americana y de la
lucha contra el Protestantismo –dando origen a la cultura tan característica
del Barroco hispano post-tridentino-; fue algo muy característico de las
naciones hispanas. Hasta tiempos muy recientes. Basta rememorar la gesta de la
Cruzada española del 36, o la guerra de los Cristeros en México, o nuestra
lucha contra el marxismo o por Malvinas que estuvieron impregnadas de un
profundo espíritu de Fe[1].
Sin embargo, esto es algo que no sólo marcó a la historia reciente de las
naciones hispanas, sino que es parte de su mismo ser, y que ha aflorado en
distintos momentos de nuestras historias nacionales. Como, por ejemplo, el
espíritu de Cruzada con que se vivió en Buenos Aires la lucha contra el invasor
britano entre los años 1806 y 1807. O la reacción contra la política liberal en
materia religiosa del Unitarismo durante la década del 20 del siglo XIX.
Reacción que aglutinó a los pueblos tras la bandera de Facundo Quiroga, que
enarbolaba el slogan “¡Religión o Muerte!”.
Relacionado con el punto anterior se
destaca la profunda piedad mariana de nuestros pueblos. Desde la tierna
devoción de los españoles a la Virgen del Pilar –Patrona de toda la
Hispanidad-, que los ha acompañado en sus grandes gestas; pasando por el amor
de la América Hispana a la Guadalupana, Emperatriz del Continente; o la
presencia mariana en nuestra historia local: la Virgen del Rosario de la
Reconquista y defensa de Buenos Aires –a la que Liniers ofrendó los trofeos de
guerra ganados a los ingleses-, la Virgen de la Merced y la del Carmen
–Generalas de los Ejércitos de Belgrano y San Martín-, la Virgen de Luján,
Itatí, del Valle...Todo en la cultura y en las sociedades hispanas está
impregnado de la presencia de María.
La imaginería religiosa, en particular la
que se caracteriza por el estilo barroco, está presente en todos los rincones
de nuestra geografía –en cada lugar, con su peculiaridad propia-. La
iconoclasia repugna profundamente al genuino espíritu hispano. En cada región
de la península, en los lugares más escondidos del continente americano, se
destaca la presencia benefactora de alguna imagen religiosa cargada de
significaciones y simbolismos para los lugareños.
El idioma es otro elemento fundamental de la
Hispanidad. El español –castellano-, con su riqueza desbordante, herencia
preciosa del latín, enriquecido por el griego y el árabe, es una lengua de
poetas, de místicos y de soldados -muchas veces estos tres aspectos encarnados
en una sola persona-. Lengua especialmente creada para expresar las realidades
más sublimes –y por tanto, intangibles-. Lengua que se ha cargado de una
peculiaridad propia en cada región del inmensa área hispana, pero que más allá
de dichos matices, es vehículo de comprensión para todos los que tenemos la
gracia enorme de ser hispanos.
La figura del Caudillo es encarnación
también del espíritu hispano. Desde la legendaria figura del Cid, pasando por
los grandes reyes y héroes que llevaron adelante la gesta de la Reconquista,
por los capitanes de la conquista americana, por los grandes Jefes de las
guerras independentistas, y –finalmente- por los caudillos que surgieron para
poner Orden en unas sociedades cada vez más corroídas por la anarquía que
producía el bacilo del liberalismo. El arquetipo del caudillo hispano tal vez
sea la simpática figura del Quijote, entregado a nobles, sublimes e ideales
causas.
Nuestra cultura, nuestra poesía, nuestra
música –acompañada de nobles instrumentos, como por ejemplo la guitarra-,
nuestras danzas, todo lleva un sello propio. Es posible distinguir aquello que
es de origen hispano, a pesar de las diversidades que en tan gran familia de
pueblos se da. En particular cuando contrastamos con las naciones sajonas, o
incluso con otras más cercanas a nuestra idiosincrasia como Francia, en seguida
surge –de la comparación-, el aire de familia que identifica a los hispanos. Y
eso es lo que despreciaron los liberales del siglo XIX, que renegaron de
nuestra identidad y nos quisieron hacer otra cosa. Es lo que odió la masonería
cuando “rehízo” políticamente estos países en la segunda mitad del siglo XIX. Y
lo que quiso destruir la Revolución en el XX. Y lo que pretende ignorar el
indigenismo postmoderno, que busca nuestras raíces en supuestos pueblos
originarios -expresión creada para ignorar nuestra auténtica identidad y para
someternos a la versión izquierdista del Nuevo Orden Mundial-.
[1] Recientemente Sebastián Miranda ha investigado el influjo que el magisterio del filósofo católico Jordán Bruno Genta –asesinado por sostener estos ideales-, ejerció sobre muchos héroes de Malvinas, en especial su concepción profundamente católica de la Patria: de sus raíces, de sus orígenes y de su historia.
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