Todos los puntos cardinales de nuestra Patria, que forman una cruz bajo la gran Cruz del Sur, están cubiertos por la sombra de María. El norte: custodiado por María del Milagro, en Salta, y María del Valle, en Catamarca; el este: bajo el cuidado de la Virgen de Itatí; la zona en torno al Plata y el Paraná: puestos al amparo de Santa María del Buen Aire, Nuestra Señora de Luján, y la Virgen del Rosario. La región patagónica –al sur-, incorporada tardíamente al territorio nacional, está bajo el cuidado de María Auxiliadora, gracias a la labor civilizadora y evangelizadora que en esa zona llevaron adelante los salesianos. En efecto, San Juan Bosco, fundador de la Orden Salesiana, tuvo una devoción particular a la Santísima Virgen bajo el título de Auxilio de los Cristianos[1]. Se cuenta en la vida de Don Bosco:
“En febrero de 1863, encontrándose con algunos clérigos y jóvenes
laicos, les habló de la muerte, e insistiendo, con gran disgusto suyo, les
aseguró que pronto tendría que dejarlos. Le dijeron que pidiera al Señor le
concediese, para su consuelo, al menos veinte años más de vida, y le
preguntaron qué debían hacer sus niños para que consiguiese aquella avanzada
edad. Respondió que lo ayudasen en la batalla que tenía que librar contra el
enemigo de las almas. –Si me dejáis solo –añadió- acabaré más pronto, porque he
resuelto no ceder, aunque sea a costa de caer muerto en el campo…- Al ver que
sus palabras les afligían y encontrándose entre ellos algunos clérigos próximos
a recibir las Órdenes Sagradas, concluyó diciendo: Pedid al Señor que realice
mi esperanza de poder asistiros a todos cuando digáis la primera Misa.
–Divulgadas pronto estas palabras por la casa, despertaron en todos un gran
deseo de conservar la vida a su padre y maestro.
Sin
embargo, su salud continuó despertando viva inquietud. Aunque dudaba vivir más
de los cincuenta años, y siendo seguro que Dios no abandonaría la obra
empezada, pensaba levantar un gran templo en honor de aquella que, en repetidas
visiones, le había mostrado y prometido con prodigalidad templos y casas. Así
se lo declaró a D. Juan Cagliero, añadiendo que la Virgen quería ser honrada
bajo el título de María Auxiliadora, y que aquella debía ser la iglesia madre
de su futura sociedad; el centro de donde irradiarían todas sus demás obras a
favor de la juventud. Y acababa diciendo: María Santísima es la fundadora y
será la sostenedora de nuestras obras.
(…)
Desde el primer mes de la obra D. Bosco repartió una circular pidiendo
ayuda para la construcción ‘de una iglesia en honor de la Sma. Virgen, bajo el
título de Maria Auxilium Christianorum’. Después de haber reunido una Comisión
de arquitectos amigos suyos, para los planos, y como aquéllos no se pusieron de
acuerdo se dirigió entonces al arquitecto Antonio Spezia, al cual doce años
antes, (…) había dicho: ‘Otra vez tendré necesidad de usted’. Esta ‘otra vez’
había llegado. El Sr. Spezia hizo un boceto del plano del templo en forma de
cruz latina, sobre una superficie de 1200 metros cuadrados, en consonancia con
la amplia concepción de D. Bosco, el cual presentó el plano al municipio.
Éste lo aprobó, aunque no encontró de su agrado el título de María
Auxiliadora, tildándolo de beatuco e inoportuno; pero Don Bosco con santa
perspicacia lo mantuvo, además de que el Sumo Pontífice Pío IX le había mandado
–así lo refiere él mismo- una primera oferta de quinientos francos, dando a
entender que María Auxiliadora sería el título grato a la Reina del Cielo.
Los trabajos se confiaron al contratista Carlos Buzzatti. No tardó la
Virgen en demostrar que no fueron vanas las esperanzas que en Ella se habían
puesto. La adquisición del terreno y la cerca con que había que rodearlo
importaban la cantidad de cuatro mil liras. El ecónomo preguntó a Don Bosco:
-¿Cómo nos a vamos a arreglar? ¡Esta mañana en casa no había ni para franquear
el correo!-
-Comienza a excavar los cimientos –le respondió el Santo.- ¿Cuándo hemos
empezado obra alguna teniendo dispuesto el dinero? ¡Es necesario dejar que la
Divina Providencia haga algo!
Dieron principio a las excavaciones. Cuando se acercaba el fin de la
primera quincena, llamaron a Don Bosco junto al lecho de una persona gravemente
enferma, inmóvil desde hacía tres meses, trabajada por la tos y la fiebre y con
gran debilidad de estómago. Le sugirió la idea de hacer una novena a María
Auxiliadora. La enferma prometió entregar un donativo para la nueva iglesia.
El
último día de la novena Don Bosco debía dar mil francos a los jornaleros y fue
a ver otra vez a la enferma. La criada, apenas lo vio, le anunció que la señora
estaba completamente curada, y que había salido varias veces fuera de la casa.
He aquí que gozosa se presenta la señora misma diciendo: -Estoy curada, ya he
ido a dar gracias a la Virgen; venga, aquí tiene el paquete que le he
preparado, éste es mi primer donativo, y ciertamente no será el último. –El
Santo tomó el paquete, volvió a casa, lo abrió y encontró cincuenta marengos,
ni más ni menos que mil francos; ¡los que le hacían falta!
Desde
aquel momento fueron tantas las gracias concedidas por la Virgen a los
que contribuían a la construcción de la nueva iglesia que Don Bosco pudo decir que la Reina del Cielo se la edificó por sí misma: Aedificavit sibi domum Maria.”[2]
“La Virgen, al mismo
tiempo, continuaba multiplicando en provecho del templo en construcción y de
las necesidades del Oratorio toda clase de maravillas, las cuales D. Bosco
divulgaba en sus cartas. Con la noticia de tantos favores se difundió
rápidamente la más tierna confianza en María Auxiliadora.
De
este modo pudo acabarse en setiembre de 1866 la cúpula del Santuario. Lenta fue
aquella construcción, pues D. Bosco se encontraba en gran penuria de dinero.
Después de estar construidos los arcos que debían sostenerla, el Santo dudó
algunos días antes de resolverse a terminarla. Finalmente se decidió para mayor
rapidez en los trabajos y economía de gastos a sustituirla por una simple
bóveda y así lo ordenó a Buzzatti y al ecónomo D. Savio. Éstos, maravillados
dieron largas a la orden durante un mes. María Auxiliadora proporcionó los
medios necesarios para la cúpula, por mano del banquero Cotta, el cual no
obstante sus 83 años, habiendo curado por las oraciones de D. Bosco de una
enfermedad mortal, le entregó 10.000 francos que le había prometido para
obtener aquella gracia de la Virgen. Vivió todavía hasta el 28 de diciembre de
1868 sano y todo lo robusto que se puede ser en esa edad, y conservó siempre
una profunda gratitud a la gran Madre de Dios por el señalado favor que había
obtenido.
Ocurrió otro acontecimiento aquel año, más maravilloso aún. El 16 de
noviembre se debían pagar cuatro mil liras para los trabajos de la iglesia. D.
Rua sólo pudo durante el día reunir apenas unas mil. D. Bosco con el semblante
risueño y el corazón lleno de fe y de confianza dijo: -Para todo hay remedio;
después de comer iré yo a buscar el resto.
En
efecto, a la una salía del Oratorio. Había ya dado una vuelta larga sin saber a
dónde ir, cuando se encontró cerca de Porta Nuova. No conocía en aquellos
sitios a ninguna personan rica; se detuvo, y estaba pensando por qué había ido
a parar allí, cuando se le acercó un criado de librea, en cuyo semblante se
veía una extraña tristeza unida a grande ansiedad, y le dijo:
-Reverendo padre, ¿es usted quizá D. Bosco?
-Sí, para servirle.
-¡Oh!, ¡qué providencia! –continuó-; ¡seguramente el Señor ha hecho que
le encuentre a usted por aquí! Mi señor está enfermo y me ha enviado a usted
para que tenga la bondad de ir a visitarle. Vaya que desea mucho verle.
Llegó al palacio, le salió al encuentro una señora triste y llorosa, y
le dijo que hacía mucho tiempo que deseaba su visita para obtener de María
Auxiliadora la curación de su marido enfermo de hidropesía y reducido ya a lo
último.
Pocos
minutos después D. Bosco entró en una habitación donde encontró en cama a un
señor de edad algo avanzada, el cual al verlo exclamó con gran contento:
-¡Oh, D. Bosco! ¡Si supiese qué necesidad tengo de sus oraciones!
Solamente usted me puede sacar del lecho.
-¿Hace mucho tiempo que se encuentra usted en este estado?
-Hace tres años, tres años largos. Sufro horriblemente, no puedo hacer
el menor movimiento, y los médicos no me dan esperanzas de curación.
-¿Quiere usted dar un paseo?
-¡Oh pobre de mí, no lo daré ya más, si no me pasean!
-Si se pone usted de acuerdo con su señora lo dará hoy usted con sus
piernas y en su carruaje.
-¡Oh si yo pudiese conseguir al menos un poco de alivio haría con gusto
cualquier cosa por sus obras!
-¿Sí?, pues vea, señor, el momento es propicio de verdad; tengo
precisamente necesidad de tres mil francos.
-Pues bien, si me proporciona un poco de alivio, yo procuraré
complacerle al fin de año.
-Pero yo tengo necesidad del dinero esta misma tarde.
-¡Esta tarde!, ¡esta tarde!...y ¿dónde encontrarlos? Tres mil liras no
se tienen a la mano. Sería preciso ir al Banco.
-Y
¿por qué no ir al Banco?
-¿Quién?
-¡Usted!
-¿Salir yo?, ¡imposible! ¡Su señoría bromea!
-¿Imposible?, ¡imposible para nosotros;
pero no para Dios omnipotente! Arriba, dé gloria a Dios y a María Auxiliadora.
(…).
Y
después de haber hecho reunir en aquella habitación a todas las personas de la
casa, unas treinta, se rezaron oraciones especiales a Jesucristo sacramentado y
a María Auxiliadora.
Cuando se acabó de rezar, dio la bendición al enfermo, el cual comenzó
inmediatamente a vomitar, y tanto, que su esposa, espantada comenzó a gritar:
¡Se muere!, ¡Se muere!
El
Santo interrumpióla diciendo:
Esté
tranquila, que no muere; porque ha vuelto a su estado normal.- E hizo traer al
lecho del enfermo aquellos vestidos que desde tiempo atrás estaban guardados.
(…) Pocos momentos después, el paciente estaba vestido, se paseaba por
la habitación y mandó enganchar el carruaje. Antes de salir pidió algo de
comer, y le trajeron diversos platos que comió con gusto (…).
Apenas regresó al Oratorio, el Santo encontró a la persona que lo esperaba para cobrar la cantidad que se le debía, logrado lo cual, pudieron continuarse los trabajos.”[3]
Don Bosco tuvo también especial cuidado del cuadro que debía representar a la augusta Auxiliadora.
“Don Bosco había encargado el cuadro de María Auxiliadora al pintor Tomás Lorenzone, el cual, artista de mérito y religioso, mientras lo terminaba siguiendo fielmente las indicaciones del Beato (sic), confesó varias veces que al pintar la cara de María Auxiliadora le parecía que una mano invisible le guiaba el pincel. Ciertamente es así, porque cualquiera que contemple aquella sagrada pintura se impresiona con la dulzura de aquel semblante de maternal realeza y siente que el corazón se le inunda de devoción y confianza. La Virgen, como celeste visión, reina en un mar de luz que le envían de lo alto el Padre Divino y el Espíritu Santo, para simbolizar la dignidad y las gracias de que está enriquecida. Dos legiones de ángeles la contemplan con amor, mientras Ella con la mano derecha levanta el cetro y con la izquierda estrecha dulcemente contra su pecho al niño Jesús que, sonriendo, extiende los brazos y parece decir: ‘¡Rogad, rogad a mi Madre; todo se lo he entregado a Ella!’ Todos los Apóstoles y los Evangelistas le forman obsequiosa corona. Con la mirada fija en Ella o vuelta a quien se acerca, parece que dicen: ‘¡Acudid, acudid ¡oh! Cristianos; he aquí a vuestra Auxiliadora!’ Abajo, en el fondo se delinean en lontananza las colinas de Turín, y de cerca se ve el Oratorio de Valdocco, como indicando la ciudad y el alcázar de los triunfos de la Auxiliadora.”[4]
Don Bosco ha sido un santo muy particular. Entre los acontecimientos maravillosos que rodearon su vida se destacan los sueños premonitorios que tuvo. Uno de ellos se refirió a la Patagonia.
“En 1875 un nuevo sueño lo iluminó. Él mismo lo narraba así: ‘Creí hallarme en una región salvaje y desconocida: una inmensa llanura inculta. En la lejanía se esfumaban altísimas y escabrosas montañas. Turbas de salvajes recorrían desiertas soledades. Eran altos, de aspecto feroz, de rostro bronceado, los cabellos largos y tupidos, y se cubrían con pieles de animales. Vi aparecer a unos Misioneros que intentaban predicar a Jesucristo, mientras aquellos bárbaros se entretenían en luchas y orgías. Encendidos en furor diabólico, les torturaron y les dieron muerte[5]. Ante esta sangrienta escena, me pregunté: ¿será posible convertir a gente tan feroz? Divisé, entonces, en el horizonte a otro grupo de Misioneros. Venían sonriendo y cantando, acompañados de niños indígenas. Yo temblaba…Los van a matar, me decía. Quise detenerlos y reconocí que eran nuestros salesianos. Con estupor vi, que llegados en medio de los salvajes, éstos depusieron su fuerza y sus armas y comenzaron a andar alegremente. Nuestros Misioneros hablaban amigablemente con esas hordas y las instruían. Los bárbaros los escuchaban con atención y aprendían con prontitud. Después rezaron en coro el rosario, y entonaron un cántico a la Virgen con tan recias voces, que yo me desperté’.”[6]
“Lo cierto es que creyó que se trataba de pobladores de África o Asia, pero al observar imágenes de distintas regiones de ambos continentes, no los reconocía con los que había soñado. Al presentársele láminas de Argentina con imágenes de indígenas de la Patagonia, comprende que a esa región en torno al Río Negro corresponde lo ‘visto’ en sueños.”[7]
Y a la Patagonia trajeron, los hijos de Don Bosco, la fe, la civilización y la devoción a María Auxiliadora.
“Los salesianos
habían llegado a la Argentina en 1875, pero en un primer momento ejercieron su
apostolado en la ciudad de Buenos Aires, en San Nicolás de los Arroyos y en
otros lugares que no eran precisamente de misión. Don Bosco, con todo, desde
Turín animaba y urgía a ir a la Patagonia, la verdadera tierra de misión por él
soñada. La oportunidad de tener un buen conocimiento de los lugares y de las
situaciones se presentó con la expedición del general Julio Argentino Roca. El
Padre Santiago Costamagna, nombrado capellán del ejército, estuvo en Choele
Choel, Patagones y Viedma; y realizando una acción pastoral directa entre los
indígenas, pudo constatar el campo que se abría a los Salesianos y cómo podían
corresponder las poblaciones locales al Evangelio.
De regreso en Buenos
Aires, Costamagna aceleró los trámites ante el Arzobispo Monseñor Aneyros, para
que fuese confiada a los Salesianos la misión de Patagones, ya que los padres
Lazaristas, por falta de personal, debían abandonarla. El Arzobispo
condescendió y los Salesianos tomaron posesión de la misión en enero de 1880,
bajo la dirección del Padre José Fagnano. Junto con los Salesianos entraron
también las Hijas de María Auxiliadora.
(…)
Don José Fagnano, superior de la misión salesiana, fue designado párroco
de Patagones, y el 24 de abril de 1880 fue elevada a parroquia la antigua
iglesia de Viedma, ‘la primera parroquia que jamás haya existido en la Patagonia’;
se extendía al sur por miles de kilómetros.
Los Salesianos, consecuentes con su próxima misión, se preocuparon de
inmediato de la juventud: abrieron colegios, uno para niños y niñas en las dos
ciudades, con sus respectivos oratorios festivos y obtuvieron en este campo los
primeros resultados.
(…)
Verdaderos pioneros de los primeros años de presencia salesiana en la Patagonia fueron el Padre José María Beauvoir y el padre Domingo Milanesio, quienes, en varias e intrépidas expediciones, acompañados luego por otros salesianos, visitaron y animaron pastoralmente y en forma permanente, los centros humanos que se iban formando entonces en la zona con la gente nueva, que continuamente llegaba del norte del país o del exterior.”[8]
Un papel fundamental, en la labor salesiana en la Patagonia, jugó el Cardenal Juan Cagliero.
“Juan Cagliero nació en Castelnuovo d’Asti (Piamonte, Italia) el 11 de enero de 1838. En 1851 fue recibido por Don Bosco en su Oratorio de Valdocco (Turín, luego Casa Madre de los Salesianos) en donde cursó estudios secundarios. Fue uno de los primeros jóvenes que en 1854 adhirieron a la invitación de Don Bosco para fundar la Congregación Salesiana. Emitidos los votos religiosos y ordenado sacerdote en 1862, se le encargó la asistencia espiritual de los jóvenes del Oratorio de Valdocco, mientras se dedicaba a estudios de música, para la cual tenía muy especial talento e inclinación. En 1873 Don Bosco le nombra director espiritual del instituto de las Hijas de María Auxiliadora, recientemente fundado en Mornese (Piamonte, Italia)
Cuando en 1875, Don Bosco decide enviar a los primeros salesianos a la
Argentina, confió la tarea de ser el jefe de la expedición al Padre Juan
Cagliero, quien no decepcionó las expectativas del Santo. Comenzó a trabajar en
Buenos Aires entre los inmigrantes italianos con muy buen resultado, y luego,
con extraordinaria intrepidez, abrió varias obras a favor de la juventud en la
misma ciudad de Buenos Aires (Almagro), en San Nicolás de los Arroyos y en
Villa Colón (Uruguay). Su celo apostólico y su coraje para enfrentar cualquier
situación difícil le granjearon enseguida un gran predicamento. Entre otras
conquistas resultó memorable la de haber logrado entrar en el cerrado y
violento barrio de ‘La Boca’, en la capital argentina, en donde los sacerdotes
no podían actuar; Cagliero envió al famoso barrio boquense a los Salesianos
para que desarrollaran un normal trabajo
de evangelización y asistencia social. No faltaron durante este período inicial
de permanencia en Buenos Aires los primeros contactos con el mundo de la Pampa
y de la Patagonia, que era el escenario del gran sueño misionero de Don Bosco.
(…)
El
Santo, entre tanto, alimentaba el celo de enviar a sus misioneros a evangelizar
la Patagonia, recientemente dominada por el Gobierno nacional. En 1883 logró de
la Santa Sede la creación del Vicariato Apostólico de la Patagonia y la
Prefectura Apostólica del Sur del Continente; como Vicario Apostólico fue
designado Don Juan Cagliero, y como Prefecto Apostólico Don José Fagnano.
Eran aquéllos tiempos de ruptura entre el Gobierno Argentino y la Santa
Sede debido a la ley 1420, y era necesario que el flamante Vicario Apostólico
pudiera tratar con autoridad a hombres de tendencia anticlerical, tanto más que
el Gobierno había expulsado del país al Delegado Apostólico.
Para darle prestigio y apoyo a la nada fácil tarea del Vicario
Apostólico de la Patagonia, el Papa León XIII quiso que fuera consagrado obispo
antes de tomar posesión de su sede.
Monseñor Cagliero, flamante Obispo, llegó a la Argentina con un buen
número de misioneros en marzo de 1885, pero tuvo que esperar hasta julio para
que lo recibiese el Presidente de la República, General Julio A. Roca, y
pudiese presentarse como Vicario Apostólico de la Patagonia. De acuerdo con su
carácter impulsivo, el 2 de julio abandonó Buenos Aires y partió para Carmen de
Patagones, sede del Vicariato, argumentando que él era sólo un inmigrante y que
iba a trabajar. El Padre Fagnano, hasta entonces párroco de la ciudad, le
preparó hospedaje y recepción y Monseñor Cagliero, sin reconocimiento oficial,
continuó recorriendo, a lo largo y a lo ancho el territorio nacional,
extendiendo y consolidando sus obras misioneras.
Es
necesario reconocer que cuando Cagliero tomó posesión de sus sede en Carmen de
Patagones (Sede que luego trasladó a Viedma, en 1888), los Salesianos ya habían
comenzado a trabajar con buen resultado en la Patagonia: los nombres de
Santiago Costamagna, Domingo Milanesio, José Beauvoir, José Fagnano…, por
nombrar sólo algunos, llegaron a ser célebres en la historia de la
evangelización de la Patagonia (…).
El
campo de trabajo del nuevo Vicario Apostólico fueron los asentamientos
poblacionales que se habían ido formando en las márgenes del Río Negro, pero ya
en 1886 intentó una empresa más audaz: atravesó los Andes y, a pesar de una
caída de caballo que le quebró varias costillas, llegó a Concepción, en Chile,
en donde fundó una Casa. Después por barco, acompañado por Monseñor José
Fagnano, nuevo Prefecto Apostólico del Sur Argentino-Chileno, viajó hasta
Tierra del Fuego, en donde dio lúcidas directivas para la organización
apostólica en aquellas regiones australes.
Apenas regresado a Viedma, reclamaron su presencia desde Turín a fines
de 1887 para que estuviera presente en los últimos días del Fundador y
recibiera su herencia espiritual. Al frente de nuevos grupos misioneros regresó
a la Argentina, en donde las obras salesianas se multiplicaron bajo su sabia y
emprendedora gestión. En Viedma fundó el Hospital ‘San José’ (…); en Bahía
Blanca construyó el Colegio ‘Don Bosco’ para los Salesianos, y el de ‘María
Auxiliadora’ para las Hijas de María Auxiliadora, y más tarde la Escuela
Profesional ‘Nuestra Señora de la Piedad’. Levantó otro colegio en Mendoza; en
Viedma abrió una Escuela de Agricultura; en Junín de los Andes animó la
fundación de un Colegio para niños y otro para niñas; en este último
transcurrió la pura infancia de la Beata Laura Vicuña, quien recibió allí el
sacramento de la Confirmación de manos del Obispo misionero.
El
elenco de sus obras continúa con la apertura de la Casa de ‘Nuestra Señora de
la Candelaria’, en Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente
americano; con la creación de varios centros de misión en la Gobernación de
Chubut, y con la evangelización de la Gobernación de La Pampa; con la erección
del Colegio ‘San Francisco de Sales’ en Viedma; y con el inicio de la
construcción de la Catedral de Viedma. En 1902, con el Padre Domingo Milanesio,
realizó una gira misionera por la Gobernación del Neuquén.
(…)
Como coronación de este trabajo fue nombrado Cardenal en 1915; y en
1921, ya octogenario, fue nombrado Obispo Suburbicario de la diócesis de
Fascati. Murió en Roma el 26 de febrero de 1926. Sus restos mortales fueron
‘repatriados’ a Viedma y descansan en la Catedral por él construida.
Si
la evangelización y la promoción humana y social de la Patagonia le deben mucho
a la Congregación Salesiana, el Cardenal Cagliero es como el emblema y el
abanderado de esta gesta misionera.
General Roca, Cipolletti, Villa Regina, Neuquén, Ñorquin, Bariloche, son hoy nombres de poblaciones bien conocidas y hasta famosas por su desarrollo económico, industrial y turístico; pero entonces estaban en los albores de su crecimiento. No resulta exagerado afirmar (…) que estas poblaciones le deben mucho a los templos, a las escuelas, a las obras sociales de los Salesianos.”[9]
Ha sido titánica la labor apostólica desarrollada por los salesianos y por las hijas de María Auxiliadora en la Patagonia. Ponemos sólo un ejemplo para ilustrar, aunque sea mínimamente, al respecto. Relata Cagliero sus aventuras apostólicas en carta a Monseñor Domingo Jacobini:
“Al llegar nos recibieron así el cacique (Sayhueque) como sus
capitanejos, lo mismo que las autoridades del lugar.
Comenzamos la instrucción en tres sectores distintos de la tribu: los
niños, los adultos y los padres y madres de familia. Mostraban un gran deseo de
instruirse en las verdades de nuestra Santa Religión, lo mismo que de aprender
la lengua de los cristianos.
Con catecismos traducidos en la lengua de ellos, ayudados de buenos intérpretes y especialmente por obra de nuestro misionero don Milanesio, que domina maravillosamente la lengua chilena o araucana, pudimos instruirlos a todos, y hacerles aprender las oraciones y la recitación especialmente del santo rosario. Todos en general mostraron deseos de recibir el santo bautismo.”[10]
En carta a Don Bosco, escribe Cagliero:
“Termino en estos días la larga misión de la tribu de Sayhueque,
compuesta de 1.700 personas…Todos los días dábamos cuatro, cinco y hasta seis
instrucciones a diversos grupos de la tribu.
Se administró el bautismo a todas las criaturas, que también confirmé, por el justo temor de que fuese la tribu removida de un día para otro. Después bautizamos a todos los muchachos y muchachas de diez a veinte años. Por último, a los padres y madres de familia, que celebraron también, los más, o ratificaron sus matrimonios contraídos legítimamente secundum legem naturae.”[11]
Por tanto, ardua labor misionera,
consistente en catecismo, sacramentos y enseñanza de las oraciones, en
particular el rezo del Santo Rosario. María protegía
y guiaba la labor misionera salesiana, y los indios descubrían el amor de la
madre. De María, Auxilio de los cristianos.
Foto histórica. Turín 1875. El primer grupo
de misioneros salesianos enviados a la Patagonia.
Sentados: Juan Cagliero, San Juan Bosco, el cónsul argentino y José Fagnano
[1] “El primero que llamó a la
Virgen María con el título de ‘Auxiliadora’ fue San Juan Crisóstomo, en
Constantinopla en al año 345, él dice: ‘Tú, María, eres auxilio potentísimo de
Dios’.
San Sabas en el año 532 narra que en
oriente había una imagen de la Virgen que era llamada ‘Auxiliadora de los
enfermos’, porque junto a ella se obraban muchas curaciones.
San Juan Damasceno en el año 749 fue el
primero en propagar la jaculatoria: ‘María Auxiliadora, rogad por nosotros’. Y
repite: la Virgen es ‘auxiliadora para evitar males y peligros y auxiliadora
para conseguir la salvación’.
En Ucrania, Rusia, se celebra la fiesta de
María Auxiliadora el 1 de octubre desde el año 1030, en ese año libró a la
ciudad de la invasión de una terrible tribu de bárbaros paganos.
En
el año 1572, el Papa San Pio V ordenó que en todo el mundo católico se rezara
en las letanías la advocación ‘María Auxiliadora, rogad, por nosotros’, porque
en ese año Nuestra Señora libró prodigiosamente en la batalla de Lepanto a toda
la Cristiandad que venía a ser destruida por un ejército mahometano de 282
barcos y 88.000 soldados.
En el año 1600 los católicos del sur de
Alemania hicieron una promesa a la Virgen de honrarla con el título de
auxiliadora si los libraba de la invasión de los protestantes y hacía que se
terminara la terrible guerra de los 30 años. La Madre de Dios les concedió
ambos favores y pronto había ya más de 70 capillas con el título de María
Auxiliadora de los cristianos.
En 1683 los católicos al obtener inmensa
victoria en Viena contra los enemigos de la religión, fundaron la asociación de
María Auxiliadora, la cual existe hoy en más de 60 países.
En 1814, el Papa Pío VII, prisionero del
general Napoleón, prometió a la Virgen que el día que llegara a Roma, en
libertad, lo declararía fiesta de María Auxiliadora. Inesperadamente el
pontífice quedó libre, y llegó a Roma el 24 de mayo. Desde entonces quedó
declarado el 24 de mayo como día de María Auxiliadora.
En 1860 la Santísima Virgen se aparece a
San Juan Bosco y le dice que quiere ser honrada con el título de ‘Auxiliadora’,
y le señala el sitio para que le construya en Turín, Italia, un templo.
Empezó la obra del templo con sus tres
monedas de veinte centavos cada una, pero fueron tantos y tan grande los
milagros que María Auxiliadora empezó a obtener a favor de sus devotos, que en
sólo cuatro años estuvo terminada la Gran Basílica. El Santo solía decir: ‘Cada
ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen’, desde
aquel Santuario comienza a extenderse por el mundo la devoción a María bajo el
título de Auxiliadora de los Cristianos.”
(https://www.aciprensa.com/recursos/historia-de-la-devocion-a-maria-auxiliadora-1104)
[2] Lemoyne, Juan Bautista. Vida de San Juan Bosco. Fundador de la Pía
Sociedad Salesiana y del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y de los
Cooperadores Salesianos. Editorial Don Bosco. Buenos Aires, pp. 283-285.
[3] Ibídem, pp. 295-298.
[4] Ibídem, pp. 308-309.
[5] Probablemente la imagen
del sueño haga referencia a los misioneros jesuitas que en el siglo XVII
intentaron infructuosamente evangelizar la región patagónica.
[6] Lemoyne, Juan Bautista. Vida de San Juan Bosco…, p. 612.
[7] http://argentinamundo.com/Don-Bosco-en-Argentina-Mundo--Espana-Sono-a-la-Patagonia/568
[8] Noriega, Néstor Alfredo. Artémides Zatti. El hombre. El apóstol. El
santo. Ediciones Didascalia. Rosario. República Argentina. 1997, pp.
106-107.
[9] Ibídem, 108-115.
[10] ARCHIVO GENERAL
SALESIANO, Bahía Blanca, Mons. Juan Cagliero. Cartas; citado en Cayetano Bruno,
Semblanzas misioneras de la Patagonia,
Tierra del Fuego y Malvinas. Ediciones Didascalia. Rosario. 1991, p.27.
[11] Ibídem, 27. Entre las niñas bautizadas se encontró Ceferina Yancuche, quien más adelante tomaría el hábito de Hija de María Auxiliadora.
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