TODA UNA CIVILIZACIÓN SE EDIFICÓ DESDE LA ORACIÓN
Cuando se estudia la historia de la América Hispana y nos encontramos con la presencia de Frailes, Sacerdotes,
Obispos, Capitanes, Funcionarios, que se destacaron por su esfuerzo y por su
celo en la edificación de una Cristiandad en este lado del Océano, no podemos
dejar de tener en cuenta el papel que jugó la Oración en aquella obra de
Civilización. Como hombres modernos nos es difícil valorar la importancia de la
misma. Sin embargo, el esfuerzo vale la pena. Una cita del gran Alexis Carrel,
referente a la Europa cristiana, pero perfectamente aplicable a nuestro tema,
nos puede ilustrar al respecto: “En casi todas las épocas, los hombres de
Occidente han orado. La Ciudad era antiguamente sobre todo una institución
religiosa. Los romanos elevaban continuamente templos por doquier. Nuestros
antepasados de la Edad Media cubrieron de catedrales y de capillas góticas el
suelo de la Cristiandad. Aún en nuestros días por sobre la altura de todos los
pueblos se destaca un campanario. por medio de las iglesias, así como mediante
universidades (...) los peregrinos llegados de Europa instalaron en el nuevo
mundo la civilización de Occidente.”[1]
MARÍA, LA GRAN FUNDADORA
Por otra parte, no podemos dejar de hacer
referencia a la Madre de nuestra Patria. En otra parte nos referíamos a los
Padres. Pero si hay Padre, también debe haber una Madre. María siempre ha
tenido un papel destacadísimo en la Historia de las Naciones cristianas. No se
pueden entender los orígenes fundacionales de nuestra nacionalidad sin la
presencia maternal de María. Ella ha acompañado a nuestra Patria desde sus
orígenes, y en todas las vicisitudes por las que le ha tocado pasar. Dice el
sacerdote e historiador Cayetano Bruno, en su documentada obra “La Virgen Generala”: “Porque es Madre la Virgen María, y Madre
tierna, solícita, dadivosa, se va con sus hijos a la guerra y quédase allí
compartiendo con generales y tropas las inquietudes de la lucha, y les da la
victoria, y les conquista la paz, y bajo su maternal amparo nacen y prosperan
los pueblos, las ciudades, las naciones”.
María ha llegado a nuestras tierras en los
barcos de los navegantes españoles. Pedro de Mendoza llamó a la ciudad por él
fundada Santa María del Buen Ayre, en
honor a la patrona de los marinos. Los conquistadores trajeron a los pueblos
por ellos fundados la imagen de la Madre dulce y tierna. Y los misioneros que
venían a regar con su sangre estas comarcas para que ellas sirvan al Rey de los
Cielos, trajeron aquellas devociones a las que tributaban honor sus
Congregaciones: la Inmaculada, los franciscanos y los jesuitas; Nuestra Señora
del Rosario, los dominicos. Así nuestra cultura hispanoamericana se fue
edificando a los pies de la Reina del Cielo.
Desde el milagro producido en las orillas del río Luján,
la Inmaculada se quedó para siempre en las riberas de dicho río para acompañar
a los argentinos a lo largo de toda su historia. La devoción del pueblo
argentino a la Virgen de Luján nació cuando en 1630 a orillas del río Luján
ocurrió un prodigioso suceso que obligó a dejar una pequeña imagen de la
Santísima Virgen en ese lugar. Allí se levantó una capilla que con el tiempo se
convirtió en el monumental y magnífico templo actual, uno de los santuarios más
grandes de Sudamérica y se cuenta entre los principales del mundo. Es visitado
todo el año por centenares de miles de peregrinos. Entre sus visitantes se
cuentan los que luego fueron los papas Pío IX y Pío XII y el actual Juan Pablo
II. Numerosos próceres pidieron la protección de la "Virgencita
Gaucha" y otros depositaron a sus pies los trofeos conquistados en las
batallas de la independencia nacional. El papa León XIII decretó la coronación
pontificia de la imagen, la que se llevó a cabo el 8 de mayo de 1887. El 8 de
mayo de 1944, el Poder Ejecutivo de la Nación declaró además, a la Virgen de
Luján, Patrona de las Rutas Nacionales.
Dijo el Cardenal Pacelli, futuro Pío XII, refiriéndose a la visita que hizo al Santuario de la Madre de Luján el 12 de octubre de 1947:
“En la calma del paisaje, las dos
torres del Santuario nos saludaban ya desde el horizonte como dos gritos de
triunfo elevados al cielo. Fue Ella la que quiso quedarse allí, pero el alma
argentina había querido comprender que allí tenía su centro natural. Y al
entrar en aquellas espaciosas naves, al ver las banderas que Belgrano ganó en
Salta o la espada que San Martín blandió en el Perú, al leer los mármoles que
recuerdan la solemne coronación de 1887 –la primera en América- o el
reconocimiento de su patrocinio sobre las tierras del Plata, de 1930; al subir
a aquel camarín, tan rico como devoto, entonces, sólo entonces, nos pareció que
habíamos llegado al fondo del alma grande del pueblo argentino.”
La región del Litoral también sentirá esta
presencia maternal bajo la advocación de Itatí. Y la región del Noroeste
acudirá en momentos de peligro a la Virgen del Valle, en San Fernando de
Catamarca. Un poco más al norte, la Virgen del Milagro vela sobre la ciudad de
Salta, y en el actual Gran Buenos Aires, en el populoso Morón, la Virgen del
Buen Viaje recibía las súplicas de aquellos que emprendían largas jornadas por
estrechos caminos hacia las lejanas regiones del Alto Perú, Cuyo o Chile.
Cuando llegó el momento de dar el grito
que abrió el camino a nuestra vida independiente allí estuvo nuevamente la
Madre. La Virgen de la Merced acompañando a los ejércitos de Belgrano y al
pueblo tucumano en aquel heroico 24 de setiembre de 1812. Pocos años después, Nuestra Señora del Carmen
acompañaba a los cuyanos protagonistas de la gloriosa gesta sanmartiniana.
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