El mar en la Sagrada Escritura es signo del mundo y de sus peligros. En su hermoso libro Jardín Cerrado, sobre la Virgen en las Escrituras y en los Santos Padres, Carlos Biestro nos dice que Jonás en el vientre de la ballena “es signo de Cristo: en María Él toma la ‘culpa de este mal que nos ha venido sobre nosotros’, y es lanzado al mundo pecador representado por el mar”[1]. Siempre la cultura cristiana tuvo en cuenta los peligros del mar, y acudió para protegerse de ellos a la Madre del redentor.
Los marinos españoles que se lanzaban a recorrer el Océano en busca de nuevas tierras para su Dios y para su Rey solían acudir, de acuerdo con esta piadosa tradición, a la Reina del Cielo. Nos narra Cayetano Bruno:
“Era solemne el acto de zarpar. Estando todo prevenido, se alzaban las
anclas, menos una. Dos grumetes se encaramaban a las vergas de los trinquetes,
y, a la voz del piloto, dejaban caer las velas. El piloto de la barra asía el
gobernalle, y a una señal suya gritaba el piloto del mar:
‘Larga trinquete, en nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo e
Spíritu Santo, tres Personas y un solo Dios verdadero, que sea con nosotros y
nos guarde, guíe y acompañe y nos dé buen viaje a salvamento, y nos lleve y
vuelva con bien a nuestras casas.’
Suelta la vela del trinquete, el piloto se volvía a la tripulación y
pasajeros, que, sobrecogidos por lo nuevo de la maniobra y lo solemne del paso,
estaban de pie y destocados sobre cubierta, y encomendábales rezasen
devotamente un Ave María ‘ofrecida a Nuestra Señora la Santísima Virgen María,
Madre de Dios, para que alcance de Nuestro Señor Jesucristo, su precioso Hijo,
que les conceda buen viaje a salvamento’.
Puestos así bajo el amparo de la Estrella de los mares, desplegábanse las velas y empezaba la navegación hacia las regiones de los sueños (…).”[2]
Don Pedro de Mendoza, el primero en levantar una fortificación a orillas del Río de la Plata, también era devoto de la Virgen, protectora de los navegantes; a Ella se encomendaba antes de sus viajes, y a esa devoción tierna debemos el nombre de nuestra ciudad capital: Santa María del Buen Aire, devenido luego en Buenos Aires.
La advocación de Santa María del Buen Aire es de origen mercedario. José Brunet, en un artículo aparecido en el número 23 de la revista Mikael nos relata sus orígenes:
“Conocemos
el origen de esta advocación de la que un historiador, Fray Felipe Guimerán,
escribió en 1591: ‘Partió de un puerto de España para Italia, una nave cargada
de mercancías y durante el viaje sobrevino una furiosa tempestad. Hubo que
arrojar al mar cantidad de bultos y entre ellos, una caja grande de madera que
no se sumergió, sino que colocándose delante de la nave parecía que tiraba de
ella y la guiaba. Al llegar frente a la isla de Cerdeña, la caja, seguida de la
nave, torció hacia la playa de Cagliari, donde se detuvo (...). A la novedad
acudió la gente y queriendo transportarla, no fue posible moverla. De
improviso, se oyó la voz de un niño que dijo que llamasen a los padres de la
Merced, que tienen un convento en la colina, a pocos metros de distancia. Ellos
la llevaron fácilmente y, al abrirla en casa, encontraron una hermosa imagen de
la Santísima Virgen, tallada en madera, con el Niño Jesús en un brazo y un
cirio encendido en la otra mano’. (...)
Aquella caja misteriosa se conserva aún en el santuario de Cagliari y
cuatro grandes relieves esculpidos en el siglo XVII dan cuenta de aquel
memorable acontecimiento. Más aún, una información de testigos hecha por el
arzobispo de Cagliari en 1592 avala documentalmente la veracidad del suceso y
portento (...).
De
cómo esta devoción y advocación pasó a España, se comprueba al saber que la
isla de Cerdeña y su capital Cagliari pertenecieron desde fines del siglo XII a
la corona de Aragón (...).
Precisamente en una de sus colinas, denominada de Bonaria, se levantaba
la iglesia que el infante don Alfonso había dedicado a la Virgen y que entregó
en 1335 a los mercedarios. (...) La imagen recibió el nombre de aquella colina
de Bonaria, muy a propósito para designar los buenos vientos o aires necesarios
para una feliz navegación.
(...) Cuando a comienzos del siglo XV, a pocos años del suceso, el
consejero y capellán especial del rey Martín de Aragón, Fr. Jaime Thaust, en su
condición de Maestro General de la Orden de la Merced visitó dicho santuario
convirtióse en uno de sus más fervientes propagandistas. Nos dicen los
historiadores de la Orden que embelleció a sus expensas el altar de la Virgen,
mandó sacar copias de la imagen, de las que llevó a España para su oratorio
privado, y ordenó en toda la Orden el rezo de preces y oraciones especiales por
él compuestas en honor de la Virgen de Bonaria (...).
Dado el carácter profundamente católico y filialmente mariano del pueblo
español, más el mercedarismo aragonés, fácil es convenir en que aquellos
marinos y navegantes llevaron consigo la devoción a la patrona de los que desde
entonces se acogieron a su patronazgo (...).
A
Ella acudían los navegantes para internarse a la mar, como lo comprueba el
suceso de la navecilla de marfil, del que el mismo historiador Guimerán nos
dice cuanto sigue:
‘Sucedió años después que yendo una señora en peregrinación a Jerusalén,
pasó a visitar este santuario, y prendada de la Virgen le dejó en recuerdo una
navecilla de marfil que llevaba, con ánimo de regalarla en el Santo Sepulcro.
Colgada del techo ante la imagen, tiene la navecilla siempre vuelta la proa al
viento que corre en alta mar..., de donde cuantos marineros han de partir del
puerto, van primero a certificarse, por la navecilla, del viento que tienen en
alta mar, y conforme a él ordenan sus partidas a su tiempo’.
La
ciudad de Sevilla se distinguió sobremanera en rendir culto público a la Virgen
del Buen Aire, como lo prueban la antigua Corporación de mareantes de Triana y
su cofradía. La expedición de Pedro de Mendoza no pudo de ninguna manera
ignorar este antecedente, más aún cuando en la misma tomaron parte, entre otros
clérigos y religiosos, dos mercedarios de dicha ciudad, Fr. Juan de Salazar y
Fr. Juan de Almasi, pertenecientes ambos a aquella Orden que, en la isla de
Cerdeña, era y es la guardiana y custodia de la célebre imagen, cuyo culto y
devoción extendiera también por España. El padre Salazar tuvo gran ascendiente
sobre Mendoza y otros jefes de la expedición (...).
Ulrico Schmidl (cronista de aquel
viaje) sólo nos dice: ‘Allí hemos levantado un asiento, éste se ha llamado Buenos
Aires: esto, dicho en alemán, es: buen viento’. Su comentarista acota en nota
respectiva: ‘Se nota que el autor se compenetró bien del idioma castellano,
pues aquí da a entender el verdadero sentido de la voz ‘aire’ como de ‘viento’,
y tan luego el ‘buen viento’ con que les favoreció la virgen del Buen Aire
(...)’.
Desde fines del siglo pasado (XIX) cuenta nuestra capital con un
monumento público verdaderamente digno que nos recuerda aquel origen y
trayectoria de Santa María del Buen Aire. Se trata de la actual basílica
homónima, cuyos comienzos fueron bien humildes, y cuyos protagonistas son los
sucesores de los mercedarios de Cagliari y de Sevilla, de aquellos frailes y
misioneros que junto a la Cruz y el evangelio traían consigo la imagen de la
Madre de Dios en sus advocaciones del Buen Aire y de la Merced (...).
Cuando después de setenta años de forzosa ausencia, los mercedarios se
establecen en Buenos Aires en 1893, lo hacen en el barrio de Caballito donde
instalan un pequeño oratorio y una pequeñita escuelita cuyos primeros alumnos
fueron seis niños. A fines de dicho año debió viajar a Roma el entonces provincial
y fundador de dicha casa, Fr. José León Torres (fundador en 1887 de los
Mercedarios del Niño Jesús y cuyo proceso de beatificación se tramita en Roma),
y allí conoció y trató al gran historiador y propagandista del culto a la
Virgen de Bonaria, el P. Fr. Francisco Sullis. Al enterarse éste de la nueva
fundación, insistió ante el padre Torres para que se erigiese un templo y
santuario a la Virgen de Bonaria.
A
su regreso, así lo hizo el P. Torres, ordenando que la nueva capilla provisoria
inaugurada den 1894 fuese dedicada a Ntra. Sra. de Buenos Aires, mientras el
colegio llevaba el nombre de San Pedro Nolasco, y en 1895 se expuso a la
veneración pública, por primera vez, su imagen (que aún se conserva), pintada
al óleo por la señorita Manuela Márquez, teniendo como modelo una estampa que
el padre Torres trajo de Roma.
A
comienzos de 1901 llegó desde su Mendoza natal un joven enfermo pero lleno de
fe, quien habría de ser el verdadero propulsor y alma mater del hermoso templo
que hoy apreciamos en todo su esplendor. Fue el P. Fr. José H. Márquez quien,
desahuciado de los médicos, encontró el remedio a sus males al conocer la
advocación de Ntra. Sra. de Buenos Aires, de la que se constituyó en su
sacristán, según sus palabras, y a quien suplicó la salud a cambio de la cual
él levantaría un gran santuario (...).
A
sus trabajos y desvelos, que muchas veces pusieron en peligro su frágil y
delicada naturaleza, débese la colocación de la piedra fundamental en 1911, su
inauguración el 3 de diciembre de 1932, su elevación al rango de Basílica en
1936 y su erección como parroquia (...) cuyo párroco fue ininterrumpidamente
hasta su muerte acaecida el 1° de agosto de 1962.”[3]
Cuadro de
Alejo Fernández, perteneció a la Casa de Contratación en Sevilla. Figuran bajo
el manto de la Virgen, a la derecha de quien mira la imagen, de afuera para
adentro: el rey Fernando el Católico, Sancho Ortiz de Matienzo (jefe de la Casa
de Contratación) y el Obispo Juan de Fonseca. A la izquierda, de adentro para
afuera: Cristóbal Colón o su hijo Hernando, y dos de los restantes, acaso
Américo Vespucio y Juan de la Cosa. En el fondo del manto, a ambos lados, indios
e indias de América.
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[1] Biestro, Carlos. Jardín cerrado. La Virgen en la Escritura y los Santos Padres. Deus in Te. Mendoza. Argentina. 2002, p. 216.
[2] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala. Estudio documental. Ediciones Didascalia. Rosario. 1994, p. 95.
[3] Brunet,
José. “Santa María del Buen Aire”, en Mikael
N° 23, Segundo cuatrimestre de 1980, pp. 35-40
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