LA HISPANIDAD: IDEA Y REALIDAD

Podemos decir que el término “Hispanidad” tuvo un desarrollo progresivo hasta llegar al sentido definitivo que se le terminó dando.

     Miguel de Unamuno en marzo de 1910 escribe en el diario La Nación de Buenos Aires un artículo en el que utiliza la palabra, aunque limitando su alcance al de comunidad con una identidad lingüística. Aún estaba lejos de la definición que le iba a dar el Padre Zacarías de Vizcarra.

     Antes de referirnos a la explicación que nos da Vizcarra es necesario recordar un hecho fundamental en la evolución de esta toma de conciencia que se va produciendo en el siglo XX acerca del valor de lo que luego se llamaría “Hispanidad”. En el año 1917 el gobierno argentino del presidente Hipólito Yrigoyen decreta la “Fiesta del 12 de octubre” para conmemorar el magno acontecimiento del Descubrimiento de América. En dicho decreto Yrigoyen hace referencia a la epopeya del descubrimiento, conquista y colonización de América por parte de España con conceptos sumamente elogiosos: “el magnífico valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, los labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento.” La fiesta comenzó a llamarse “Día de la Raza”.

      Es pues, a partir de la celebración del 12 de octubre, que Vizcarra propondrá, en el año 1926, reemplazar el término “Raza”, que lo entiende equívoco, por “Hispanidad”. Le da a este término un sentido análogo a Humanidad y Cristiandad, teniendo como aquéllos un doble significado: Por un lado significaría los pueblos con un mismo origen hispano, y, por otro, las cualidades que distinguen a estos pueblos. Un hecho a tener en cuenta por esos años es la coronación que en 1928 el Cardenal primado de España, como legado del Sumo Pontífice, y en presencia del rey Alfonso XIII, hace de la Virgen de Guadalupe de Extremadura como “Reina de las Españas”.

    En este clima de fervor hispánico el Episcopado Argentino propone en el año 1933 que la fiesta civil del 12 de octubre se complete con una fiesta religiosa, celebrándose ese día la Misa de la Santa Cruz “y…, para completar…la significación del hecho conmemorado, se añadan, después de la oración de la Santa Cruz…, dos colectas imperadas…, a saber: la de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora y la del Apóstol Santiago”.

     Con motivo de este decreto, el padre Vizcarra escribe un libro que titula “La Vocación de América”. Después de un primer capítulo dedicado a reflexionar sobre lo que significa el 12 de octubre para América, desarrolla otros cinco capítulos en los que analiza la relación entre América y las Misiones, América y la Santa Cruz, América y la Inmaculada, América y el apóstol Santiago, América y la Sagrada Escritura. Ya, el concepto de Hispanidad ha adquirido unos rasgos culturales, sociológicos y religiosos bien definidos, que los aportes de Ramiro de Maeztu y de Manuel García Morente terminarán de delimitar. Sin embargo, es necesario antes, hacer referencia a otro hecho de suma importancia ocurrido también en Argentina, en el año 1934: El Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires. Durante el mismo, el Cardenal Isidro Gomá, primado de España, dio una célebre disertación en el teatro Colón a la que denominó “Apología de la Hispanidad”, y cuya idea central fue que “América es la obra de España. Esta obra (…) lo es esencialmente de catolicismo. Luego, hay relación de igualdad entre hispanidad y catolicismo”. 

     Por aquellos años, Ramiro de Maeztu, que había sido embajador en la Argentina a finales de la década de 1920, comienza a escribir una serie de artículos en la revista “Acción Española” que luego serían recopilados y editados como libro con el título de Defensa de la Hispanidad. Hay una idea que recorre esta obra: la vocación ecuménica de los pueblos hispanos. Vicente Marrero en la introducción que hace a la Defensa la sintetiza del siguiente modo: “la posición ecuménica de los pueblos hispánicos,…dice a la humanidad entera que todos los hombres pueden ser buenos y que no necesitan para ello sino creer en el bien y realizarlo. Esta fue la idea española del siglo XVI. Al tiempo que la proclamábamos en Trento y peleábamos por ella en toda Europa, las naves españolas daban por primera vez la vuelta al mundo para poder anunciar la buena nueva a los hombres de Asia, de África y de América.”

     Pero la Hispanidad, que estaba siendo redescubierta, tenía muchísimos enemigos –los había tenido históricamente-. Muchos de esos enemigos eran interiores a los mismos pueblos hispanos y a España. Y por la defensa de la identidad hispana, y contra sus enemigos, se peleó en la península a partir del año 1936. Esos trágicos acontecimientos afectaron a un profesor de filosofía, kantiano, que tuvo que marchar al exilio, quien, en la angustia de haber tenido que dejar a su familia, redescubrió el consuelo de la religión y de la fe. La conversión religiosa de Manuel García Morente lo llevó a profundizar en la identidad de España y de la Hispanidad, que se caracteriza por un catolicismo militante. En 1938 viaja a tomar posesión de una cátedra en Argentina, y allí, en el mes de junio da una célebre conferencia denominada “Idea de la Hispanidad”, en la que describe las características del caballero hispano. De vuelta en España abrazará el sacerdocio, pero sin dejar de  meditar en el tema de la Hispanidad, produciendo la obra “Ideas para una filosofía de la Historia de España”. En ella viene a decirnos Morente que España se define por un estilo, y “que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano.”

     La realidad encerrada en el concepto de Hispanidad siguió profundizándose intelectualmente en los años siguientes, ayudando a repensar la identidad de las naciones hispanas. Así, le dio al Revisionismo histórico argentino un matiz que le faltó en sus primeras manifestaciones. Dentro de esta corriente historiográfica destacaron en la defensa de la hispanidad Vicente Sierra y Ernesto Palacio, así como la revista “Sol y Luna”, dirigida por Juan Carlos Goyeneche.

     Luego de esta breve reseña sobre la evolución del término Hispanidad, y de la reflexión que el mismo suscitó, surge la pregunta: ¿qué es, pues, la Hispanidad?

     En primer lugar digamos que la Hispanidad se define por una Fe, y una Fe militante. El catolicismo que informó la Cruzada de reconquista española durante el Medioevo, que adquirió características particulares –acentuando su militancia- a partir de la gesta americana y la lucha contra el Protestantismo –dando origen a la cultura tan característica del Barroco hispano post-tridentino-. Este espíritu de militancia católica se manifestó hasta tiempos muy recientes. Basta rememorar la gesta de la Cruzada española del 36, o la guerra de los Cristeros en México, o incluso nuestra lucha contra el marxismo o por Malvinas –gestas que estuvieron impregnadas de un profundo espíritu de Fe-. Sin embargo, esto es algo que no sólo marcó a la historia reciente de las naciones hispanas, sino que es parte de su mismo ser, y que ha aflorado en distintos momentos de nuestras historias nacionales. Como, por ejemplo, el espíritu de Cruzada con que se vivió en Buenos Aires la lucha contra el invasor británico en los años 1806 y 1807. O la reacción contra la política liberal en materia religiosa del Unitarismo durante la década del 20 del siglo XIX. Reacción que aglutinó a los pueblos tras la bandera de Facundo Quiroga, que enarbolaba el slogan “¡Religión o Muerte!”.

     Relacionado con el punto anterior se destaca la profunda piedad mariana de nuestros pueblos. Desde la tierna devoción de los españoles a la Virgen del Pilar; pasando por el amor de la América Hispana a la Guadalupana, Emperatriz del Continente; o la presencia mariana en nuestra historia local: la Virgen del Rosario de la Reconquista y defensa de Buenos Aires –a la que Liniers ofrendó los trofeos de guerra ganados a los ingleses-, la Virgen de la Merced y la del Carmen –Generalas de los Ejércitos de Belgrano y San Martín-, la Virgen de Luján, Itatí, del Valle......Todo en la cultura y en las sociedades hispanas está impregnado de la presencia de María.

    La imaginería religiosa, en particular la que se caracteriza por el estilo barroco, está presente en todos los rincones de nuestra geografía –en cada lugar, con su peculiaridad propia-. La iconoclasia repugna profundamente al genuino espíritu hispano. En cada región de la península, en los lugares más escondidos del continente americano, se destaca la presencia benefactora de alguna imagen religiosa cargada de significaciones y simbolismos para los lugareños.

    El idioma es otro elemento fundamental de la Hispanidad. El español –castellano-, con su riqueza desbordante, herencia preciosa del latín, enriquecido por el griego y el árabe, es una lengua de poetas, de místicos y de soldados -muchas veces estos tres aspectos encarnados en una sola persona-. Lengua especialmente creada para expresar las realidades más sublimes –y por tanto, intangibles-. Lengua que se ha cargado de una peculiaridad propia en cada región de la inmensa área hispana, pero que más allá de dichos matices, es vehículo de comprensión para todos los que tenemos la gracia enorme de ser hispanos.

     La figura del Caudillo es encarnación también del espíritu hispano. Desde la legendaria figura del Cid, pasando por los grandes reyes y héroes que llevaron adelante la gesta de la Reconquista, por los capitanes de la conquista americana, por los grandes Jefes de las guerras independentistas, y –finalmente- por los caudillos que surgieron para poner Orden en unas sociedades cada vez más corroídas por la anarquía que producía el bacilo del liberalismo. El arquetipo del caudillo hispano se lo puede ver representado en la simpática figura del Quijote, entregado a nobles, sublimes e ideales causas.

    Nuestra cultura, nuestra poesía, nuestra música –acompañada de nobles instrumentos, como por ejemplo la guitarra-, nuestras danzas, todo lleva un sello propio. Es posible distinguir aquello que es de origen hispano, a pesar de las diversidades que en tan gran familia de pueblos se da. En particular, cuando contrastamos con las naciones sajonas, o incluso con otras más cercanas a nuestra idiosincrasia como Francia, en seguida surge –de la comparación-, el aire de familia que identifica a los hispanos. Y eso es lo que despreciaron los liberales del siglo XIX que renegaron de nuestra identidad y nos quisieron hacer otra cosa. Es lo que odió la masonería cuando “rehízo” políticamente estos países en la segunda mitad del siglo XIX. Y lo que quiso destruir la Revolución en el XX. Es lo que pretende ignorar el indigenismo postmoderno, que busca nuestras raíces en supuestos pueblos originarios -expresión creada para ignorar nuestra auténtica identidad y para someternos a la versión izquierdista del Nuevo Orden Mundial-.

Sitio de Breda (1625) - Wikipedia, la enciclopedia libre

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