"La lucha contra la Iglesia, destruye la sociedad civil.
La prolongada y terrible guerra emprendida contra la autoridad divina de la Iglesia, llegó al punto a que de suyo se dirigía; a saber, a poner en común peligro la sociedad humana, y principalmente la autoridad civil, en que estriba ante todo la salud pública; lo cual parece haberse verificado principalísimamente en Nuestros tiempos. Porque las pasiones del pueblo rehúsan, hoy más que antes, toda clase de autoridad y es tan grande la general licencia, tan continuas las sediciones y turbulencias, que no solamente se ha negado muchas veces la obediencia a los gobernantes, sino que parece que ni aun les ha quedado un refugio cierto para su propia seguridad. Se ha trabajado, ciertamente, largo tiempo con el fin de que ellos caigan en el desprecio y odio de la multitud, y estallando las llamas de la envidia así fomentada apenas ha pasado un pequeño lapso de tiempo, que vimos que la vida de los príncipes más poderosos corría muchas veces peligro de muerte, sea por asechanzas ocultas, sea por manifiestos y mortales atentados. Poco ha, se horrorizó toda la Europa al saber el sacrílego asesinato de un emperador poderosísimo; y atónitos todavía los ánimos con la magnitud de semejante delito, no reparan hombres malvados en lanzar abiertamente generales amenazas y terrores contra los demás príncipes de Europa.
La Religión es el fundamento del orden
Estos grandes peligros públicos, que están a la vista, llenan a Nos con grave preocupación, al ver peligrar casi a toda hora la seguridad de los príncipes y la tranquilidad de los imperios, juntamente con la salud de los pueblos. Sin embargo, la virtud divina de la Religión cristiana engendró la egregia firmeza de la estabilidad y del orden de las repúblicas al tiempo que impregnaba las costumbres e instituciones de las naciones. No es el más pequeño y último fruto de su fuerza el justo y sabio equilibrio de derechos y deberes en los soberanos y en los pueblos. Porque en los preceptos y ejemplos de Cristo Señor Nuestro vive una fuerza admirable para mantener en sus deberes, tanto a los que obedecen, como a los que mandan, y conservar entre los mismos aquella unión y como armonía de voluntades, que es muy conforme con la naturaleza, de donde nace el curso tranquilo, carente de perturbaciones en los negocios públicos. Por lo cual, habiéndonos sido confiados, por la gracia de Dios, el gobierno de la Iglesia católica, la custodia e interpretación de la doctrina de Cristo, juzgamos, Venerables Hermanos, que incumbe a Nuestra autoridad decir públicamente, qué exige la verdad católica de cada uno en este género de deber de donde surgirá también el modo y la manera con que en tan deplorable estado de cosas haya de atenderse a la salud pública.
A) Doctrina de la Iglesia acerca de la autoridad
Necesidad de una autoridad
Aunque el hombre, incitado por cierta arrogancia y tozudez, intenta muchas veces romper los frenos de la autoridad, jamás, sin embargo, pudo conseguir sustraerse por completo a toda obediencia. En toda agrupación y comunidad de hombres, la misma necesidad obliga a que haya algunos que manden, con el fin de que, la sociedad, destituida de principio o cabeza que la rija, no se disuelva y se vea privada de lograr el fin para que nació y fue constituida.
I - Origen Divino
Errores sobre el origen de la autoridad
Pero si no pudo suceder que la potestad política se quitase de en medio de las naciones, lo tentó ciertamente a algunos a emplear todas las artes y medios para debilitar su fuerza y disminuir la autoridad; esto sucedió principalísimamente en el siglo XVI, cuando una perniciosa novedad de opiniones envaneció a muchísimos. Desde aquel tiempo, la multitud pretendió, no sólo que le otorgasen la libertad con mayor amplitud de lo que era justo, sino que también establecieron a su arbitrio que se hallaba en ella el origen y la constitución de sociedad civil. Aún más: muchos modernos, siguiendo las pisadas de aquellos, que en el siglo anterior se dieron el nombre de filósofos, dicen que toda potestad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen la autoridad civil, no la ejercen como suya, sino como otorgada por el pueblo; con esta norma, la misma voluntad del pueblo, que delegó la potestad, puede revocar su acuerdo. Los católicos discrepan de esta opinión al derivar de Dios como de su principio natural y necesario, el derecho de mandar.
La voluntad del pueblo y la doctrina católica. Formas de gobierno
Importa que anotemos aquí que los que han de gobernar las repúblicas, pueden en algunos casos ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que a ello se oponga ni le repugne la doctrina católica. Con esa elección se designa ciertamente al gobernante, mas no se confieren los derechos de gobierno, ni se da la autoridad, sino que se establece quién la ha de ejercer.
Aquí no tratamos las formas de gobierno; pues nada impide que la Iglesia apruebe el gobierno de uno solo o de muchos, con tal que sea justo y tienda al bien común. Por eso, salva la justicia, no se prohíbe a los pueblos el que sea más apto y conveniente a su carácter o los institutos y costumbres de sus antepasados. Pero por lo que respecta a la autoridad pública, la Iglesia enseña rectamente que éste viene de Dios; pues ella misma lo encuentra claramente atestiguado en las Sagradas Letras y en los monumentos de la antigüedad cristiana, y además no puede excogitarse ninguna doctrina que sea, o más conveniente a la razón, o más conforme a los intereses de los soberanos y de los pueblos..." (de la Carta Encíclica Diuturnum Illud del Papa León XIII, sobre el origen del poder)
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