En los
años 30 la visión de nuestro pasado construida por el liberalismo comienza a
ser puesta en duda. Esto es consecuencia de la difusión del Nacionalismo[1],
el cual al cuestionar al liberalismo político provocó una relectura de nuestro
pasado y el redescubrimiento de nuestra tradición más profunda[2].
Podemos decir que el Nacionalismo argentino hace su aparición con el periódico La Nueva República, en diciembre de
1927.
La Nueva República
El programa que el mismo presentaba era
claramente antiliberal y antidemocrático, “restauracionista”. Los principios
que lo animaban iban en esa línea. En primer lugar, el periódico dejaba en
claro la necesidad de recuperar las jerarquías
en el orden social. La demagogia reinante, reiteradamente denunciada, debía ser
reemplazada por la excelencia. “Quince
años de demagogia, han bastado para desquiciar todos los organismos del Estado”[3],
sentenciaba el programa presentado en el número uno; “La jerarquía en las funciones del Estado”, se titulaba un artículo
escrito por Rodolfo Irazusta en el mismo número.
Este análisis nos lleva a otro de los
temas que aparece en los primeros números: la necesidad de distinguir entre el
sistema republicano y la democracia. Frente a la exaltación de la “democracia”,
que siguió a la Ley Sáenz Peña y al triunfo del Radicalismo, pero que en
realidad ya era parte del discurso circulante desde la imposición de la filosofía
liberal con la sanción de la Constitución de 1853, los “neorrepublicanos” se dedicaron a distinguir “república”, entendida como un sistema orgánico sustentado en
instituciones, de la “democracia”,
con toda la carga de plebeyismo e inorganicidad que dicho régimen supone. En
este sentido, se preocuparon por demostrar que en ningún artículo de la
Constitución de 1853 se hace referencia al sistema democrático[4].
Es claro que la crítica se dirige más a las consecuencias de la Ley Sáenz Peña,
que hizo efectiva la democracia -y su
efecto, la demagogia-, que al texto
mismo de la Constitución[5].
En el número 13, del 5 de mayo de
1928, se vuelve a remarcar la diferencia
entre el sistema republicano proclamado por la Constitución y la democracia: “Este espíritu republicano ha sido
desvirtuado por el partido democrático que nos gobierna desde hace veinte
años...La democracia ha podido hasta ahora con el régimen autonómico y con el
principio de autoridad, y quizá emprenda de aquí a poco decididos ataques
contra el régimen de la propiedad y la familia”. La crítica a la democracia
va intrínsecamente unida a la condena del sufragio universal. No sólo porque
permite el triunfo de lo más bajo, sino porque detrás de la propaganda
electoral que dicho método de elección exige, opera en forma oculta una “plutocracia” que busca obtener sus
propios beneficios: “Se sabe...que en
Francia se opera subterráneamente, al mismo tiempo que la propaganda
eleccionaria, una batalla de grupos industriales, de concesionarios de Estado,
de compañías coloniales...Ningún régimen es tan caro como el democrático”.[6]
La crítica a la
democracia lleva a los miembros de la Nueva República a abrevar en las fuentes
clásicas, donde redescubren el valor de la “forma
mixta” de Gobierno. Bajo el título “La
forma mixta de gobierno”, escribía Rodolfo Irazusta en el número 5 del
periódico: “Todos los gobiernos son
monárquicos, aristocráticos y democráticos al mismo tiempo...Platón,
Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Vico, Rivarol reconocen como la
mejor forma de gobierno a aquella que
concilie los anhelos de libertad con las exigencias de la autoridad. La
aparición de los ideólogos con sus constituciones escritas provocó el olvido
del orden tradicional que se había establecido espontáneamente…La democracia
sistemática que conocemos, es lo más absurdo que hay, es el pecado contra el
espíritu”.
La referencia al “pecado” que representa la Democracia nos lleva a otro punto
importante en el pensamiento del grupo, y es la relación que establecen entre
política y moral. En un artículo firmado por Tomás Casares se afirma: “el Estado no legisla, organiza ni manda en
vista de la felicidad inmediata de los súbditos. Legisla, organiza y manda para
disponer el ambiente social en que cada súbdito halle la posibilidad y aun
véase constreñido a realizar un destino que no es fruto de su arbitraria
elección individual, sino que le es propuesto y moralmente impuesto por una ley
superior a todo humano arbitrio[7]”.
La concepción moral planteada por Casares remitía a un principio teológico al que el jurista se remitía explícitamente: la Ley de Dios. En el tema de la relación el Estado y la Iglesia, los hombres de La Nueva República mostraron un profundo desacuerdo con el Liberalismo establecido: “El Estado vive en una sociedad y su religión no puede ser otra que la de la sociedad. Tal es el caso del Estado argentino cuya religión no puede ser otra que la de la sociedad argentina. La sociedad argentina es católica desde su nacimiento”.[8]
La década del 30
En el
siglo XX, la Patria se volvió a encontrar con sus raíces[9].
El encuentro con el pensamiento político contrarrevolucionario europeo ayudó, a
la generación de La Nueva República,
a repensar la realidad política argentina, superando los esquemas heredados de
la pseudo-tradición liberal. Los
Cursos de Cultura Católica –que comienzan a tener un desarrollo importante en
la década del 20-, y el Congreso Eucarístico del 34, permiten redescubrir el
núcleo diamantino de la Identidad Nacional. Durante los años 30 el Revisionismo
Histórico empienza a cuestionar la pseudo-historia
“mayo-caserista” forjada por los sectores liberales. En este contexto, los
enfrentamientos entre los patriotas que se encontraban con la Patria auténtica
y los representantes del liberalismo
masónico y de la izquierda revolucionaria se agudizaron, resurgiendo las
antiguas e insuperables antinomias. Un ejemplo de esta situación es el
asesinato, en 1934, del joven militante nacionalista Jacinto Lacebrón Guzmán[10].
Un enemigo del Nacionalismo nos narra
la evolución de esa primera generación:
“Fue
en esos años de la llamada Década Infame
cuando surgió uno de los elementos clave del nacionalismo: la reivindicación de
Juan Manuel de Rosas y de los caudillos federales. El llamado revisionismo
histórico fue también, para los más destacados estudiosos del tema, el primer
elemento original del pensamiento nacionalista argentino…
El
disparador más importante del revisionismo histórico fue el Pacto
Roca-Runciman, firmado en 1933 por el gobierno de Justo, que sometía a la
Argentina a condiciones indudablemente humillantes en sus relaciones
comerciales con el Reino Unido.
Los nacionalistas comenzaron a rescatar a Rosas como defensor de la
soberanía nacional contra las pretensiones de las potencias extranjeras, como
respetuoso de la Iglesia y de las jerarquías y, sobre todo, como figura opuesta
de los unitarios, que eran los antecesores de los liberales…El culto al
Restaurador se convirtió así en bandera fundamental de todas las agrupaciones
nacionalistas por venir.
La
UNES nació con ese sustento ideológico y en un contexto cada vez más nutrido de
luchas políticas y sindicales…La fundaron en 1935 los militantes de la Legión
Cívica Juan Queraltó y Alberto Bernaudo…
Los unistas convocaban a los defensores de la nacionalidad, frente a un
régimen al que identificaban con el imperialismo británico…la agrupación…llegó
a tener más de treinta filiales en todo el país…Queraltó…comandaría el
movimiento por casi veinte años…
Una de las principales causas de la UNES en aquellos años iniciales fue
el apoyo a los nacionales en la guerra civil española. Los nacionalistas veían
con entusiasmo el nacimiento de un fascismo español que agregaba al
autoritarismo…un elemento católico muy fuerte.
El
crecimiento de la UNES fue el que dio origen en octubre de 1937 a la Alianza de
la Juventud Nacionalista, que seis años después, en vísperas del golpe de junio
de 1943, adoptaría su nombre definitivo Alianza Libertadora Nacionalista.”[11]
Hernán
Capizzano desde otra perspectiva, pero refiriéndose a esa década tan rica, nos
dice: “A partir de entonces todo sería
expectativa, acción directa y trabajo intelectual. El movimiento estaba en
marcha y sus múltiples facetas y expresiones, desarrolladas a lo largo de los
años ’30, confromarían en la década siguiente un solo haz en torno a la Alianza
Libertadora Nacionalista”[12]
[1] Se suele relacionar los orígenes del Nacionalismo con movimientos afines surgidos en Europa unos años antes, o inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Hernán Capizzano nos aclara el tema: “Cuando la historiografía trata sobre el nacionalismo argentino suele cargar sus tintas sobre la influencia política que modelos extranjeros han tenido en sus inicios. Hay quien otorga la preeminencia al francés Charles Maurras, pero la lectura de artículos y trabajos salidos de la pluma del momento nos invitan a una mirada matizada…Claro que las influencias existieron, pero la originalidad, la elaboración y la reflexión de los distintos personajes parecen centrarnos en un pensamiento autónomo, realista y enmarcado en una construcción paulatina y rigurosa a la hora de encontrar el camino político y la verdad histórica.” (Capizzano, Hernán. Libertadora Nacionalista. Historia y crónica (1935-1953). Memoria y archivo. Buenos Aires. 2013, 12). Por otra parte ya nos referimos a este tema en la nota anterior.
[2] “Esta nueva y promisoria
crítica del liberalismo, que es del todo necesaria para plasmar una
restauración nacional simultánea, adolece de un carácter fragmentario y
ensayista…dado que el liberalismo, no se importó a la Argentina en forma de
doctrina (Sarmiento era nulo filósofo) sino en realizaciones, aplicaciones,
conclusiones y programas, su crítica actual toma de buena gana la forma
histórica más bien dialéctica, a lo cual invita también el terrible y
manifiesto fracaso práctico del régimen liberal en todos los órdenes
nacionales, desde la enseñanza hasta la economía. El problema candente y concreto de la apreciación de
Rozas (sic) fue el punto de arranque…Por esta brecha entró el descubrimiento de
la oligarquía argentina, hecho por los hermanos Irazusta, es decir, de la
continuidad histórica de una cadena de errores político-económicos de raíz a la
vez ideológica y social, encarnados en una pòstura de extranjerismo servil, que
es lo que llama ‘La Prensa’ la tradición
liberal argentina.” (Castellani, Leonardo. Decíamos ayer. Sudestada. Buenos Aires. 1968, p. 42). Castellani
enseñaba, pues, que al no “producir” filosofía, el liberalismo argentino
justificó su dominio de la vida social y política desde una elaboración historiográfica.
Por este motivo, la respuesta que dio la reacción antiliberal fue más
historiográfica que filosófica, dando origen al revisionismo histórico.
[3] El periódico nació con una crítica muy dura a la democracia, encarnada en ese momento por la UCR y llevada a la práctica a partir de la Ley Sáenz Peña del año 1912. Sin embargo, al hacer un repaso de los artículos del periódico queda claro que la democracia es vista como una lógica consecuencia de los principios liberales triunfantes a partir de 1853. No obstante, todavía no se produce una reivindicación de la figura del caudillo tradicionalista Juan Manuel de Rosas.
[4] En el número 12 del periódico se señalaba que “en los ciento y tantos artículos de la constitución del 53, ni una sola vez se habla de la democracia...Esto se debe a que sus autores, algunos de ellos muy cultos, conocían los clásicos políticos y sabían el verdadero significado de los vocablos. Sabían que la Democracia era el desorden, la crisis de las repúblicas y de las monarquías y no un sistema de gobierno y tenían fresco el recuerdo de los horrendos crímenes que el desborde del Demos había producido en Francia en el año 93”.
[5] Sin embargo en poco tiempo el periódico mostrará una crítica firme
al liberalismo en todos sus aspectos, incluida la Constitución de 1853. Esta
postura se acentuó cuando, una vez caído Yrigoyen, los partidos opositores se
querían quedar con el poder y exigían un llamado a elecciones fundándose en la
Constitución de 1853, frente a los sectores nacionalistas que pedían claramente
una reforma de la misma. Afirmaba el periódico el 5 de
octubre de 1931: “El partido conservador,
núcleo central del liberalismo constitucional del 53, se había decidido,
después de vacilaciones de orden ideológico, a participar en la acción revolucionaria,
con el propósito de conseguir por las armas lo que le negaban sistemáticamente
las urnas…El secreto de tal actitud consistía en que todos los intereses de la
oligarquía conservadora están contenidos en la constitución del 53, la cual
resulta, desde hace tiempo, contraria a los intereses públicos, que no
coinciden, en este momento histórico, con una organización apropiada al más
exacerbado individualismo”. Unos meses antes Julio Irazusta había escrito
un artículo denominado “Las libertades del Liberalismo”, que consistía en una
dura diatriba a dicho sistema tanto en su raíz filosófica, como en sus aspectos
político, social, económico, educativo y religioso: “El liberalismo es el descubrimiento del individuo. Al bien de todos
por medio de la organización aquel sustituyó, como fin de la sociedad, el bien
de cada uno por medio de una desorganización general.” Queda claro, pues,
que si bien en sus inicios La Nueva
República tuvo una clara impronta anti radical, antidemocrática, y
duramente crítica de la Ley Sáenz Peña, el fundamento sobre el que se
sustentaba dicha crítica era antiliberal. Y condujo, por ende, a la crítica del
instrumento jurídico sobre el que se fundamentó el liberalismo argentino, que
es la Constitución de 1853.
[6] La Nueva República. Año I. N° 11.
[7] La Nueva República. Año I. N° 4.
[8] La Nueva República. Año I. N° 12.
[9] En el apartado anterior hicimos referencia a la primera
manifestación escrita de importancia del Nacionalismo argentino. Aparte de esta
expresión gráfica, que fue el periódico La Nueva República se fueron
conformando agrupaciones políticas inspiradas en el ideario nacionalista: la
Legión de Mayo y la Liga Republicana, que tuvieron una participación activa en
la caída de Yrigoyen y la elevación al poder del General Uriburu. Con éste en
el poder se confarma la Legión Cívica, que tendrá una importancia clave en el
desarrollo posterior del Nacionalismo. Tomará el espíritu de setiembre de 1930
y lo comunicará luego a las próximas generaciones nacionalistas. En una obra dedicada
a la Legión Cívia, Hernán Capizzano se refiere a los puntos fundamentales del
“espíritu de setiembre”: “Puntos que
constituyeron durante años la bandera no solo de la Legión Cívica sino también
de una gran parte del nacionalismo argentino:
-Crítica del
sufragio derivado de la Ley Sáenz Peña.
-Cambio de la
representación parlamentaria partidocrática por otra de signo cuasi
corporativa.
Prescindencia
de todos los partidos políticos…
…puntos antiliberales por antonomasia, fruto no tanto de un imnflujo fascista como sí de un realismo empírico.” (Capizzano, Hernán. Legión Cívica Argentina. Del uriburismo al nacionalismo. Editorial Santiago Apóstol. Buenos Aires. 2007, p.38).
[10] Hernán Capizzano nos traza una semblanza del “Héroe”: “En el derrotero del nacionalismo argentino
los años que van de 1930 a 1945 son los más ricos en cuanto a su crecimiento,
desarrollo, producción intelectual, engrosamiento de sus filas, etc. Un
verdadero movimiento que pugnaba por ser encauzado y lograr la unidad de sus numerosos
matices, de su conducción y de su acción.
Y son precisamente los años en que la sangre se derramó con mayor generosidad.
Se consideró al joven Lacebrón Guzmán como el primer caído del movimiento, pero
otros lo habían precedido, aunque no se los honró debido a que, o no eran de
nacionalidad argentina o bien adscribían a grupos que todavía no se habían
afianzado dentro de sus filas.
Nació en la ciudad de Mendoza, el 17 de agosto de 1914, día en que se recuerda
a San Jacinto y día en que se conmemora al Libertador General San Martín. Todo
pareciera indicar que las cosas de Dios y de la Patria estuvieron presentes
desde su primer álito de vida. Una pedagogía por algunos resistida: no hay Dios
sin Patria, y está se desangra si no está Dios como fundamento. Y no cabe duda
de que Lacebrón llevó muy dentro suyo estos pilares, tan encarnados que en su
defensa conoció la muerte.
Su padre era don Modesto Lacebrón y su madre doña Rafaela Guzmán. Ambos
tuvieron otro hijo nacido en 1916 al que llamaron Tomás. Jovencísimo acompañó
los restos mortales de su hermano con el propio uniforme del grupo donde ambos
militaran. Más tarde ingresaría al Ejército.
Jacinto cursó sus estudios primarios en su ciudad natal y luego ingresó en la
Escuela Normal Nacional egresando en 1932 con el título de maestro. Tenía 18
años y decidió viajar a Buenos Aires para ingresar en la Facultad de Derecho.
En 1934, luego de asentarse durante un año en el Uruguay, vuelve a Buenos Aires
para reiniciar los estudios. Junto a su hermano se alistará en un nuevo grupo
surgido a fines del año anterior: la “Legión Nacionalista”.
Las crónicas postmortem lo señalan bajo un aspecto épico y sacrificado, “... la
flor del Cuyo altivo; a su edad, cuando
todo llama a la vida fácil, él la desdeña y se somete; obedeciendo a un
sublime mandato a la disciplina férrea pero noble de la valiente Legión
Nacionalista. Una misión se impone; ha de dar todo por ella sin reclamar nada,
y todo lo da...”.
Jacinto ocupó variadas actividades en su Legión Nacionalista. Había practicado
dotes de orador, pues en aquellos tiempos las tarimas de prédica y combate
podían alzarse en cualquier esquina céntrica o de arrabal. En más de una
ocasión fue uno de los oradores, y en otras ejerció tareas de milicia. En
efecto, también formó en los grupos especiales con que todos los sectores
políticos solían contar. El pacifismo a ultranza estaba muy lejos y más bien se
respiraba la realidad cotidiana de las pasiones, la lucha y la conquista de
espacios.
Pero su muerte no se produce en ninguno de aquellos escenarios. Lo tomó sin
prevenciones especiales, aunque no por sorpresa. En realidad la militancia de
calle conocía de los peligros y las sorpresas no existían.
Fue el 15 de septiembre de 1934, vísperas del Congreso Eucarístico
Internacional, muy cerca precisamente de donde se alzara la gran cruz que
dominó las ceremonias. No fue en busca de la aventura, de la violencia por la
violencia misma, ni siquiera para medirse ante el resto. Fue sencillamente en
defensa de dos hombres representantes del Ejército Argentino que atacados por
una horda comunista se hallaban en inferioridad de condiciones. La nobleza de
su alma no pudo resistir tal imagen. No importa quienes eran los agredidos, ni
siquiera el número de sus atacantes. No lo arredró la fiera imagen de los
victimarios. Pero cuando se lanzó a la lucha un impacto de bala lo echó en
tierra.
Horas más tarde fallecía con todos los auxilios espirituales. Todo el
movimiento lo invocó, lo homenajeó y llevó a pulso. No se lo lloró, se lo
envidió. Tal la mística de aquellos luchadores.” (Jacinto Lacebrón Guzmán. Primer caído del Nacionalismo Argentino. Librería Santiago Apóstol).
[11] Daniel Gutman. Tacuara. Historia de la primera guerrilla urbana argentina. Sudamericana. Buenos Aires. 2012, pp. 29-30.
[12] Capizzano, Hernán. Alianza Libertadora Nacionalista, 14.
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