EL SIGLO XX: EL MÁS TRÁGICO DE LA HISTORIA HUMANA

   El siglo XX fue, sin ningún lugar a dudas, el más trágico de la historia humana. El incendio que se extendió a los largo de todo el siglo XIX como consecuencia de las transformaciones desencadenadas por la Revolución Francesa se tornó devastador en la centuria vigésima. Destrucción, guerras, caos, conflictos sociales, tremendas persecuciones religiosas -las peores de toda la historia-, y el ateísmo instituido en forma oficial. La Revolución se tornó marxista, la masonería siguió trabajando por descristianizar a los pueblos, y las dos guerras mundiales dejaron más de 60.000.000 de víctimas. El comunismo dejaría 100 millones de muertos.
     Mientras la desolación se cernía sobre el planeta, mucho peor que la supuesta amenaza climática actual, Dios hizo oír su voz: envió a su Madre a Fátima, en el año 1917 -y a otros rincones de nuestro pobre mundo-. El mensaje de Fátima nos advierte acerca de la Justicia divina colmada ante tanta expansión del mal. Pocos años después en un rincón del este europeo una monja polaca tendría revelaciones de Jesús, quien le haría entender la necesidad que tiene el mundo de la Misericordia del Corazón de Jesús. El mal desencadenado exigía Justicia, pero también necesitaba de un torrente abundante de la Misericordia Divina. Otra figura que nos muestra esta realidad es la de San Pío de Pietrelcina. En efecto, su vivencia profunda de la pasión del Señor, expresada en los estigmas que lo acompañaron casi toda su vida, son una muestra inequívoca de la necesidad de Redención de nuestro tiempo.
      Si la primera parte del siglo se caracterizó por las dos guerras más terribles de la historia y por la irrupción de la ideología más criminal, además de otros totalitarismos, la segunda mitad estuvo signada por la Guerra Fría con la consiguiente amenaza de un holocausto nuclear. En ese contexto, la Iglesia se propuso una serie de reformas de cara a la realidad del mundo en el que le tocaba llevar adelante su misión. Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II que fue concluido por su sucesor Pablo VI. Los cambios necesarios fueron acompañados de desviaciones en sectores progresistas de la Iglesia. Sacerdotes y religiosas abandonaron el ministerio, adoptaron ideologías claramente anticristianas, convalidaron conductas inmorales que se iban difundiendo en la sociedad de los 60. La crisis de la Iglesia fue seria, y muerto Pablo VI fue a Juan Pablo II a quien le tocó enfrentar los desafíos que el mundo y la Iglesia del último cuarto del siglo XX demandaban. El Papa polaco tuvo que ordenar la situación interna de la Iglesia, sostener la ortodoxia al mismo tiempo que dialogaba con otras confesiones cristianas y otras religiones; y enfrentar al comunismo, dueño de media Europa y de gran parte del mundo. Por supuesto, que en una situación tan delicada se podían cometer errores, pero Juan Pablo no dejó de ser una figura clave en la evolución del mundo y de la Iglesia de finales del segundo milenio, con un resultado favorable. El logro principal, la caída del comunismo; pero nuevos desafíos se presentaron. Quien recibió esa herencia fue su sucesor, Benedicto XVI, señalando claramente que una de las características principales de la cultura posmoderna era el "relativismo cultural". Ante un mundo caído en el nihilismo más extremo el Pontífice alemán levantó la bandera de la predicación de la Verdad y la proclamación de la Fe. Su primera Encíclica, Caritas in veritate, señalaba la necesidad de Verdad en nuestro mundo; en el año 2012 inauguró el año de la Fe. Fe y Verdad, por tanto, lo que con urgencia necesita nuestro siglo XXI.

     Para graficar alguno de los aspectos de la época analizada pondremos tres citas que nos muestran las necesidades que tiene nuestro mundo contemporáneo. En primer lugar un texto extraído de un artículo referido a la figura de John Henry Newman. Si bien Newman es un hombre del siglo XIX, su labor intelectual es una prueba evidente de la necesidad que tiene nuestro mundo contemporáneo de la Fe. En segundo lugar, un texto del Diario de Santa Faustina nos pondrá en evidencia que hoy estamos en manos de la Misericordia Divina. Por último, cerraremos con un texto del recordado Benedicto XVI sobre el derecho que tiene la Iglesia de anunciar públicamente la Verdad sobre Dios y sobre el hombre en el mundo contemporáneo.
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     "Hay un texto memorable del mismo Newman, escrito a los tres años de su conversión, que nos habla del tema y nos permite ver un poco de la experiencia de su alma. Dice así: 'Tal es el Creador en su eterna belleza increada, que si nos fuera permitido contemplar moriríamos de puro rapto a la vista de Su gloria. Moisés, incapaz de olvidar el pequeño anticipo que había visto en la zarza ardiente, pidió ver la figura entera del Señor, y no se le concedió. Dijo Moisés: enséñame Tu gloria; y Dios le respondió: No puedes ver mi Rostro, pues ningún hombre me verá y seguirá viviendo (Cfr. Éxodo 33, 13, 23). Cuando los santos han sido favorecidos con algunos destellos de la gloria divina, ésta les ha conducido al éxtasis, ha roto sus débiles estructuras de polvo y ceniza, y atravesado sus almas con tal trepidación que han clamado a Dios, en medio de sus transportes, para que redujera misericordiosamente la abundancia de sus consuelos. Lo que los Santos experimentan directamente es disfrutado por nosotros en el pensamiento y la meditación, y este sencillo reflejo de la gloria divina basta para superar las pobres y fatigosas nociones de Él que nos rodean, y para conducirnos al olvido de nosotros mismos en la contemplación de quien es todo Belleza'.
     No me cabe duda de que esta experiencia íntima, cuyo alcance nos resulta muy difícil determinar, tiene mucho que ver con la decisión con la que Newman profesó siempre lo que denomina principio dogmático, que es en realidad la aplicación primera del hecho de que el espíritu humano necesita de la Verdad. Aparece ya en su juventud, tal como lo narra en la Apología. 'Cuando tenía yo quince años —escribe— tuvo lugar en mí un gran cambio de mente. Quedé bajo la influenza de un credo definido y recibí en mi inteligencia impresiones de dogma, que, gracias a Dios, nunca se han borrado ni oscurecido'. Estas convicciones dogmáticas crecientes, aplicadas al misterio de la Iglesia y de su Tradición, forman en 1833 el manifiesto doctrinal del Movimiento de Oxford y explican que en cierto modo la vida de Newman —calvinista, anglicano y católico— fuera una batalla firme contra el liberalismo religioso, es decir, la opinión 'según la cual no existe una verdad positiva en el ámbito dogmático, sino que cualquier credo es tan bueno como cualquier otro, y la religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o inclinación'. Hay una postura neta y a la vez creativa frente a la prioridad epistemológica del saber puramente racional, la afirmación del carácter esencial del dogma, y las ideas sobre la naturaleza simbólica de los enunciados religiosos y la simple equivalencia de las religiones.
     Aplicándolo al misterio del Ser divino en su relación con el hombre, el principio dogmático lleva a Newman a afirmar la primacía bajo Dios, de la persona humana, como ser moral y religioso con una vocación y libre para decidir su destino. Sólo en la relación íntima con un Dios que es inteligencia y Amor se desvela el misterio del Hombre. 'Cor ad cor loquitur', Un corazón habla a otro corazón. Esta sentencia, que Newman tomó al parecer de Francisco de Sales y adoptó años después para su escudo cardenalicio, quiere resumir su temprana experiencia de que en el mundo existían para él 'dos seres, y dos seres absoluta y luminosamente evidentes: yo mismo y mi Creador'. No hay que entender estas palabras como una manifestación de solipsismo, sino como una declaración acerca del carácter personal de la comunicación religiosa, de la grandeza del misterio de Dios, que debe ser amado y venerado por encima de todas las cosas, y de la irrepetibilidad de cada ser humano. 'En religión —escribía Newman en 1830— cada uno debe comenzar, ir adelante y terminar por sí mismo. La historia religiosa de cada hombre es tan solitaria y completa como la historia del mundo'." (JOSÉ MORALES MARÍN, "La personalidad del beato John Henry Newman en su teología", en https://www.humanitas.cl/teologia-y-espiritualidad-de-la-iglesia/la-personalidad-del-beato-john-henry-newman-en-su-teologia)
     "(Me dijo Jesús) Mi Corazón está colmado de gran misericordia para las almas y especialmente para los pobres pecadores. Oh, si pudieran comprender que yo soy para ellas el mejor Padre, que para ellas de mi Corazón ha brotado Sangre y Agua como de una fuente desbordante de Misericordia; para ellas vivo en el tabernáculo; como Rey de misericordia deseo colmar las almas de gracias, pero no quieren aceptarlas. Por lo menos tú ven a Mí lo más a menudo posible y toma estas gracias que ellas no quieren aceptar y con esto consolarás mi Corazón. Oh, qué grande es la indiferencia de las almas por tanta bondad, por tantas pruebas de amor. Mi Corazón está recompensado solamente con ingratitud, con olvido por parte de las almas que viven en el mundo. Tienen tiempo para todo, solamente no tienen tiempo para venir a Mí, a tomar las gracias.
     Entonces, Me dirijo a ustedes, almas elegidas, ¿tampoco entienden el amor de Mi Corazón? Y aquí también se ha desilusionado Mi Corazón: no encuentro el abandono total en Mi amor. Tantas reservas, tanta desconfianza, tanta precaución. Para consolarte te diré que hay almas que viven en el mundo, que Me quieren sinceramente en sus corazones permanezco con delicia, pero son pocas. También en los conventos hay almas que llenan de alegría Mi Corazón. En ellas están grabados Mis rasgos y por eso el Padre Celestial las mira con una complacencia especial. Ellas serán la maravilla de los Ángeles y de los hombres. Su número es muy pequeño, ellas constituyen una defensa ante la Justicia del Padre Celestial e imploran la Misericordia por el mundo. El amor y el sacrificio de estas almas sostienen la existencia del mundo. Lo que más dolorosamente hiere mi Corazón es la infidelidad del alma especialmente elegida por Mí; esas infidelidades son como espadas que traspasan Mi Corazón." (Diario de Santa Faustina Kowalska)

     "...no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas.
     Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino."  (Discurso del Santo Padre Benedicto XVI al 56 Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos, Sábado 9 de diciembre de 2006)



 


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