LAS RAÍCES DE LA EPOPEYA
La segunda mitad del siglo XX fue un tiempo en el que se pudo ver el heroísmo con el que muchos argentinos derramaron su sangre por el Bien de la Patria. Para comprender el espíritu que animaba a estos héroes es necesario conocer ciertos cambios que comenzaron a darse a partir de la década del 30. En esa época comienzan a promoverse ciertos ideales que inflamaron el corazón de por lo menos dos generaciones de argentinos. Analicemos, pues, esos ideales que nos ayudarán a conocer las motivaciones que animaron a nuestros héroes recientes.
1-
Concepto de Patria y Nación resignificados a
partir de 1930. En efecto el desarrollo del pensamiento nacionalista llevó a
repensar la idea de Patria que nos había transmitido el liberalismo triunfante
a partir de 1852. Algunos hitos en este esfuerzo intelectual fueron los
siguientes:
a)
Toma de conciencia del fracaso de la
Democracia liberal.
b)
Interés por los autores
contrarrevolucionarios.
c) Resignificación del concepto de Nación y
Patria a partir del pensamiento contrarrevolucionario (sobre todo en la primera
generación nacionalista tuvo una gran influencia el francés Charles Maurras.
Luego algunos autores profundizaron también en las ideas de Burke, De Maistre,
Donoso Cortés, etc.).
d)
Revalorización de las raíces hispánicas de la
Patria: Orígenes comenzados a tener en cuenta ya por ciertos sectores del
conservadorismo de principios del siglo y reivindicados por la política
“hispanoamericanista” de la primera Presidencia de Yrigoyen. Ese fundamento hispano
es visto a partir de los años 30 desde una perspectiva teológica gracias a las
obras de Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu, García Morente, etc. Esto se
complementa con el impacto provocado por la Guerra Civil Española, y la
consiguiente influencia del Carlismo (con el concepto de “Tradición”, definido entre
otros por don Vázquez de Mella), y sobre todo de la Falange (que define a la
Patria como una “Unidad de Destino en lo Universal”).
e) El impacto provocado por el Congreso
Eucarístico de 1934, que ayudó a redescubrir las raíces católicas de la “Patria
hispánica”.
f)
La profundización teológica y metafísica –ya
a comienzos de la década del 20- a partir de los “Cursos de Cultura Católica”
(revalorización de los grandes autores del pensamiento clásico: Platón,
Aristóteles, San Agustín y sobre todo Santo Tomás de Aquino, y estudio del
Magisterio de los Papas).
2-
A partir de estos elementos se constituyen
grupos patrióticos que difunden un Ideario claro:
a)
Origen hispánico y católico de la Patria.
b)
Toma de conciencia de que la Patria se vio
desviada de su tradición original por la Revolución Liberal y por la Masonería,
y se encuentra amenazada en sus raíces por las distintas corrientes de la
Izquierda revolucionaria.
c)
Se reconocen el valor fundamental que tienen como
instituciones vertebradoras de la Nación la Iglesia y las Fuerzas Armadas
d)
Concepción orgánica y corporativa de la
sociedad y de la Nación.
e) Comienza a tomarse conciencia de que la
Patria es una realidad física y “metafísica”. El amor a la Patria debe abrazar
ambos aspectos. Los “guardianes” de la Patria deben consagrar sus vidas a defenderla
en toda su integridad: defender su “cuerpo” –el territorio-, y su “alma”: su
tradición más profunda. Se comenzará a hablar del “ser nacional” (concepto tan
defenstrado en peores épocas posteriores)
f) En las décadas subsiguientes ha habido
eximios maestros que se han consagrado a formar a la Juventud, y en particular
a los miembros de las Fuerzas Armadas, en el Ideal de defender a la Patria en
su integridad.
3-
Dichas prédicas dieron su fruto en las
décadas del 70 y del 80, en las que más allá de las miserias propias de todo lo
humano –y de la presencia de una fuerte influencia del pensamiento liberal en
muchos sectores que procuraban conservar todavía ciertos “valores” patrios en
medio de terribles conflictos-, floreció el heroísmo de testigos que dieron su
vida por la Patria luchando primero contra la agresión internacional marxista,
emboscada en el Monte tucumano o mimetizada en la gran urbe con el resto de la
población, y luego contra una Potencia internacional usurpadora del suelo
Patrio del Sur. Supieron dar la vida por el Ser físico y metafísico de la
Patria. “De aquella siembra, tales
cosechas”.
4-Dichos actos de Heroísmo, con el consiguiente Testimonio, hoy son desconocidos e ignorados, presentándose otros modelos y otros ideales. Aquellos arquetipos deben ser conocidos y mostrados sobre todo a la Juventud. Es algo que reclama el Bien Común. Con esta intención vamos a analizar algunos de aquellos actos heroicos puestos de manifiesto durante el conflicto austral, reconociendo en los puntos arriba mencionados, las raíces más profundas de tales actos de heroísmo.
ACERCA DE LOS HÉROES DE AQUELLA GESTA
Dicen que “el soldado muere cuando su pueblo lo olvida”. Desde estas páginas intentaremos contribuir humildemente a mantener viva la llama de que aquellos héroes nos legaron. A propósito, viene muy bien recordar las palabras de uno de los grandes soldados sanmartinianos, Mohamed Alí Seinedín, quien expresara lo siguiente: “Malvinas está como una piedra aflorando en el mar manteniendo la vigencia de los valores supremos de la Patria”. La sabiduría de esta cita resulta inconmensurable. Malvinas fue la última gran causa nacional, que supo unirnos a todos los argentinos. El espíritu de Malvinas viene a recordarnos lo que fuimos y aquello que queremos ser: una Nación soberana, consciente de un glorioso pasado. El conflicto por Malvinas mostró que existía una Argentina profunda, heredera de la Patria vieja -hispana–: la de los Reyes Católicos y los conquistadores; y de la Patria nueva –criolla- gestada por los ejércitos de San Martín y Belgrano, cuya soberanía fue defendida bravamente en tiempos de Rosas contra los poderosos del planeta. Esa Argentina profunda estuvo representada por un puñado de héroes capaces de batirse, Rosario al cuello, por Dios y por la Patria. El mundo no le pudo perdonar a la Argentina este “pecado” de haber desafiado al Orden Internacional liberal y masónico, como un lustro antes lo hizo con el marxismo. Nos dice al respecto Alberto Caturelli:
“Ese
núcleo de pensar originario –interiorista, realista y trascendentista- sabe que
la historia no la hace solamente la libertad del hombre sino también la
libertad de Dios, cuyo acto creador y conservador acompaña todo acto libre
hasta su fin. Por eso, nuestras Malvinas e islas del Atlántico Sur, por
designio de la Providencia que es coautora de la historia, como blancas ovejas
separadas del rebaño, se han cargado de un simbolismo histórico. La rebelde
Argentina, que ha sabido resistir tantas veces la agresión espiritual y
material de Albión y Leviatán, el 2 de abril de 1982 se atrevió, en nombre del
derecho aniquilado en la reunión de Harmagedón, a exigir lo que ha sido siempre
suyo; y también ha sabido del dolor lacerante del 14 de junio. Este dolor de lo
que está pendiente, es más fructífero de lo que muchos imaginan y las Malvinas
se han convertido en el símbolo de toda Iberoamérica, como signo de la síntesis
del espíritu descubridor cristiano y de lo originario abierto a la originalidad
del futuro. Signo de la resistencia de Hispanoamérica a las fuerzas de los
imperios seculares del orbe y símbolo de unidad de nuestros pueblos.
Precisamente en los momentos difíciles de la historia, surge la fortaleza como
la virtud más necesaria porque es el hábito que sostiene el ánimo para que
resista y ataque los máximos peligros. Si es verdad que Inglaterra –si los
gauchos del aire y del mar hundían los buques principales de su flota- tenía
previsto un ataque nuclear contra Córdoba, hemos de pensar que el gesto
argentino y las Malvinas mismas implican un significado histórico de tal
trascendencia que el espíritu del Harmagedón estaba dispuesto al holocausto.
Las Malvinas, pues, son símbolo de unidad de Hispanoamérica y signo de la
síntesis del espíritu descubridor cristiano y la originariedad que funda la
novedad de nuestro propio mundo, última esperanza de la verdadera tradición de
Occidente. Por la sagrada patria argentina, por la patria grande
hispanoamericana y por la tradición cristiana, dejaron sus huesos los héroes de
Malvinas.”[1]
EL OPERATIVO ROSARIO
La acción de recuperación de nuestras Islas Malvinas llevó el nombre de Operativo Rosario. Justamente el rosario, como en 1806 y 1807, estuvo presente entre los bravos guerreros de aquella epopeya.
Una fe, profundamente mariana, como la que
comunicaba el entonces Teniente Coronel Seineldín a sus hombres, animó la
gesta. Nos cuenta Kasanzew en su libro Malvinas a sangre y fuego:
“El
misticismo se contagia. Como se contagia el valor. Y eso depende de los jefes.
Los del Regimiento de Infantería 25, por ejemplo, habían planificado retiros
espirituales para la tropa que, en lo posible, debían llevarse a cabo de forma
regular. El teniente coronel Seineldín, me decía una y otra vez: ‘Cuando
vuelva, acuérdese que ustedes, los de la prensa, no estaban aquí para contar
cómo abatimos un Harrier, cómo cayó la bomba y demás pavadas. Lo que hay que
hacer cuando salgamos de acá, es volver con un mensaje para la creación de una
nueva Argentina. Y la nueva Argentina debe ponerse a cumplir los designios de
la Virgen, debe derrotar al ‘mundo’ en sentido evangélico, debe ser una
Argentina cristocéntrica.”[2]
Unas
páginas antes nos decía Kasanzew:
“Que
la religión cumplió durante la Gesta Austral precisamente esa función de
escudo, me lo atestiguaron incontables combatientes.
Uno de ellos,
Miguel Savage, conscripto del Regimiento 7: ‘Estábamos en el pozo, aguantando
la artillería, había muertos afuera, heridos adentro. Era un momento caótico,
terrible, en cualquier momento moríamos. Yo agarré el rosario y entré a rezarlo
a los gritos, entre las bombas. Y de golpe yo, y todo mi grupo, sentimos como
una tranquilidad, algo mágico, una paz interior que nos daba la certeza de que
íbamos a volver y que nuestras vidas iban a ser buenas. Fue algo muy lindo,
sentimos a Dios bien cerca. Y nuestro pensamiento en ese momento era: ‘Dios, si
Vos nos salvaste de esto, ahora en la vida te vamos a responder y te prometemos
ser fieles a la fe’.”[3]
Kasanzew relata también la experiencia de uno de los capellanes. El
padre José Fernández le contaba:
“Llorábamos
todos (…). Los caídos estaban en bolsas de plástico; cuando se descubre una de
esas bolsas, el capitán Videla se impresiona mucho y llama por señas al
conductor del tanque: -¡Hey, mister!– el inglés baja y se acerca. Entonces, el
capitán le muestra el cadáver y le dice por señas: -Mire como mueren nuestros
soldados– ahí miré yo también. Se ve que el muchacho, que tenía el rosario al
cuello, en la agonía había llevado el crucifijo a su boca. Murió besando la
cruz de su rosario.”[4]
Sebastián Miranda, que ha indagado el tema de la Guerra de las Malvinas,
nos relata:
“Pero las tropas a las
que se enfrentaban los paracaidistas británicos (que eran fuerzas de elite) y a
las que hacen referencia (en forma elogiosa) no eran otras que las de la
sección AOR de la Compañía ‘C’ del RI 25 al mando del Teniente Roberto Néstor
Estévez (…). Una vez que los lograron vencer, por haber agotado la munición, la
actitud combativa no disminuyó:
‘…Rod Bell, infante de marina intérprete,
estaba fascinado viéndolos rezar sus oraciones en la oscuridad quebrada por las
llamas de las hiniestas encendidas, dirigidos por un joven subteniente baleado
en una pierna y con una herida de metralla en un ojo. Algunos estaban
arrodillados, otros tenían rosarios. Ambas partes eran conscientes de ser
sobrevivientes de una experiencia mortífera…’.”[5]
En otra de sus obras, Miranda se
dedica a indagar el influjo que pudo haber tenido la prédica de ese gran
apóstol -maestro y testigo de la Verdad- que fue Jordán Bruno Genta, sobre
muchos de los héroes de las Malvinas. El prólogo de su libro lo hizo Nicolás
Kasanzew, quien en su Malvinas a sangre y
fuego, había hecho referencia a este tema. Prologando el escrito de
Miranda, afirma Kasanzew:
“El
tema de la influencia del filósofo argentino Jordán Bruno Genta sobre no pocos
combatientes de la guerra de Malvinas y, especialmente, sobre los pilotos de la
Fuerza Aérea que diezmaron la colosal flota británica, nos proporciona la
oportunidad de reflexionar sobre el todavía insuficientemente estudiado
fenómeno del heroísmo. (…) Genta le dedicaba a la cuestión muchos momentos de
su cátedra privada de filosofía, que tuve el privilegio de frecuentar, allá por
la década del 60. Nadie puede dudarlo: en el hombre heroico anida una
poderosísima fuerza instintiva, que lo empuja a realizar actos reñidos con el
comportamiento común y el instinto de supervivencia. Pero a ese instinto lo
legitima, potencia y le brinda un sentido trascendente la acción del pedagogo.
Porque la valentía, y aún el auto sacrificio, puede entrar en contradicción con
el heroísmo, si sirven a fines falaces (…). Genta, asesinado por la guerrilla
marxista en 1974, fue maestro de héroes y héroe él mismo. De ahí la profundidad
de su impronta en quienes, en 1982, hicieron trastabillar a las temibles
fuerzas armadas del soberbio imperio británico. La audacia y el valor son
potentes soportes del heroísmo, pero serán vanos, si en conjunción con esos factores
no aparece también el pensamiento que define el sentido de la vida. Ese
pensamiento cristiano y clásico que Genta transmitía a sus discípulos; la firme
convicción de que la muerte en combate defendiendo valores trascendentes es el
nacimiento a la vida eterna. Por eso, no había nada más peligroso que un halcón
argentino recién confesado. El deber, el honor, la voluntad, la intrepidez, la
abnegación, la resiliencia, son los elementos constituyentes que encuentran su
expresión en los hechos heroicos.”[6]
El libro de Miranda está introducido por
la Oración del paracaidista francés, que tanto le gustaba repetir a Genta, y
que muestra el espíritu que buscó infundir en sus discípulos:
“Dame Dios mío lo que
te queda.
Dame lo que se te
rechaza.
No te pido la
riqueza, ni el éxito, ni siquiera la salud.
Tantos te piden eso,
Dios mío, que ya no debes tenerlo.
Dame Dios mío lo que
te queda, lo que otros no quieren.
Quiero la inseguridad
y la inquietud.
Quiero la tormenta y
la lucha.
Y que Tú me los des,
Dios mío, definitivamente.
Que yo esté seguro de
tenerlos siempre,
Porque no siempre
tendré el coraje de pedírtelos.
Dame Dios mío lo que
te queda. Dame lo que se te rechaza.
Pero dame también el
coraje, la fortaleza y la fe.”
Este es el espíritu que guió a muchos de los héroes de aquella gesta.
[1] Caturelli, Alberto. La Patria y el Orden Temporal. El simbolismo
de las Malvinas. Gladius. Buenos Aires. 1993, pp. 250-251. Unas páginas antes
el autor nos explicaba lo que entiende por los imperios de Albión, de Leviatán, y por el reunión
de Harmagedón. Por Albión, entiende
a la Inglaterra moderna, que rompe con la Cristiandad a partir de Enrique VIII
–recogiendo la herencia disolvente que arranca con el nominalismo, en el orden
filosófico-teológico, y con Marsilio de Padua, en el orden sociopolítico-. Por Leviatán, a los Estados Unidos, con su destino manifiesto, su democracy de exportación, y toda una
concepción que está en las antípodas de la hispánica, heredera de la
Cristiandad medieval. Por reunión del
Harmagedón, hace referencia al mundo posterior a Yalta (pp. 235-246).
[2] Kasanzew, Nicolás. Malvinas a sangre y fuego. Buenos Aires.
2012, p. 172.
[3] Ibídem, 169.
[4] Ibídem, 170.
[5] Miranda, Sebastián. La
guerra del Atlántico Sur. Los mitos desmalvinizadores y estrategias para su
recuperación. Grupo Unión & Ediciones Soberanía. 1884 Ediciones. Buenos
Aires. 2017, pp. 108-109. Menciona Miranda a Estévez, caído heroicamente en
cumplimiento del deber. Es célebre la carta que éste envió a su padre pocos
días antes de su muerte:
“Querido papá,
Cuando
recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios
Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en
cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡qué misión! ¿no es cierto? ¿Te
acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos
destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra
Soberanía? Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo,
totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en
ofrenda a nuestra Patria.
Lo único
que a todos quiero pedirles es: 1) que restauren una sincera unidad en la
familia bajo la Cruz de Cristo. 2) que me recuerden con alegría y no que mi
evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante, 3) que recen por mí.
Papá,
hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy
debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por
creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico,
argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios
por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte
abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Roberto.
[6] Miranda, Sebastián. Jordán Bruno Genta y la gesta de Malvinas. Grupo
Unión & Ediciones Soberanía. Buenos Aires. 2015, pp. 7-8.
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