La ciudad de Rosario, tercera en número de población en la actualidad y de la que nos vamos a ocupar ahora, nunca fue fundada sino que se formó como poblado en torno a una capilla dedicada a la Virgen del Rosario.
“Los habitantes de la
ciudad nunca dejaron de recordar sus orígenes. Después de la creación del
Curato en 1730 en los alrededores de la Capilla utilizada en 1731, la gente
recordaba a su pueblo festejando como su día los primeros de cada mes de
octubre al celebrarse la fiesta de la Virgen del Rosario costumbre que se
mantiene hasta hoy.”[1]
La zona
originalmente fue poblada por calchaquíes cristianizados. Dispersados de su
sitio original por otros indios se establecieron en los pagos de los Arroyos.
“Según el historiador Dr. Manuel
M. Cerveras ‘abandonada la Capilla del Salado, en sitio inmediato a la estancia
de San Antonio de los jesuitas, veinte leguas al norte de la ciudad de Santa
Fe’ (…)
Los calchaquíes se dispersan al ser desalojados del lugar, por ataques
de indígenas salvajes, manteniéndose cristianos vagan ‘sin pastor ni
doctrinante’ por zonas pobladas de españoles. La vida nómade de estas tribus se
desarrollaba desde el río Carcarañá a la cañada de Las Hermanas. Desde finales
del siglo XVII se designó al espacio comprendido entre ambos accidentes
geográficos como Pago de los Arroyos nombre bien asignado por atravesar dicha
zona los arroyos Blanco o San Lorenzo, Salinas o Ludueña, Saladillo o Romero, del
Animal o Frías Seco, Pavón o Primero del Medio, Segundo, Ramallo o Tercero y
las Hermanas. (…)
Los aborígenes llevaban la Imagen de la Virgen del Rosario con el Niño
que hoy se encuentra en el monasterio de Cristo Rey, siendo innegable que ésta
era del Litoral, al estar realizada en ‘palo de yerba’. El misionero jesuita
inició al indígena en la difícil tarea de la talla de madera. Así no cabe duda
de su procedencia, de imaginería india por su infantil ejecución (…).
La
superficie del pago de los Arroyos luego de producirse diversos incidentes
entre los cabildos de Buenos Aires y Santa Fe sobre los límites que separaban
sus respectivas jurisdicciones, fue dividido en 1721, quedando la parte
comprendida entre el río Carcarañá y el Arroyo del Medio bajo la dependencia de
Santa Fe, y desde este arroyo hasta el de las hermanas, de Buenos Aires. (…).
(…) (El) primer historiógrafo del Rosario, Pedro Tuella Monpesar
(publicaba en 1802), (…) en
las páginas del primer periódico, aparecido en Buenos Aires ‘El Telégrafo
Mercantil’, (…) los orígenes del pueblo en conformidad a las informaciones
recogidas por tradición.
(…)
Cuenta Tuella que hacia el año 1725 se descubre el principio de este
pueblo ‘que no hubo fundación premeditada ni distribución de solares, ni
tampoco trazado de calles como por las Leyes de Indias era obligatorio hacerlo
al fundar pueblos y ciudades. Tal principio ocurrió con la instalación de una
toldería de indígenas calchaquíes a una distancia de cuatro a seis cuadras del sitio
donde cinco años después el capitán Domingo Gómez Recio, nieto del primer
propietario de estas tierras, levantó la primera capilla construida para servir
a los escasos cristianos radicados en la comarca. Esta capilla construida con
paja y barro, al año siguiente de su construcción en 1731, sirvió de sede a la
Parroquia del Pago de los Arroyos. La primera instalada en la vasta región que
media entre las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe.”[2]
En esa capilla se veneró a una imagen de la
Virgen del Rosario, -la “primera” imagen-, traída por los calchaquíes. Esta
zona tuvo su desarrollo gracias al Padre Alzugaray.
“El juicio sobre sus servicios y méritos, le merece a los miembros del
Cabildo de Santa Fe el citado dictamen (…)
El
dictamen dice: ‘la virtud del ministro Dr. Ambrosio de Alzugaray es notoria y
ejemplar y por consiguiente la suavidad de su escogida naturaleza con la que
tiene granjeadas todas las voluntades de todos los vecinos y moradores de esta
región haciéndose universalmente amable en ella por sus prendas y manteniéndose
por ellas en toda amistad y asistencias y aplicaciones (…) acude con prontitud
y edificando todos los ministerios de su estado y (…) sirviendo al Curato (…)
administrando sacramentos, bautismos, crismas y casamientos y asistiendo a
enfermos y moribundos (…)’.”[3]
“La capilla del Pago de los Arroyos (…) fue denominada capilla del
Rosario, en virtud de la Imagen allí venerada y que perteneciera a los
calchaquíes (…).
Desde entonces en sus alrededores y sin ordenamiento, ni trazado urbano,
se fueron afincando más pobladores cristianos a medida que obtenían propiedad
sobre los terrenos (…).
Según Fernández Díaz: ‘La ciudad de Rosario no fue fundada por nadie y
nadie pensó fundarla. Nació por un conjunto de circunstancias que fueron
encadenándose hasta el momento (por) (…) un cúmulo de causas concurrentes, (…)
(y) a la abnegación del Padre Alzugaray (…)’
‘El paisaje privilegiado del lugar donde se inicia este proceso, la
presencia de la Imagen cuya influencia entre gentes que la amaban y veneraban
debió tener gran arte en la realización de este hecho tan feliz’.”[4]
Aquella imagen original fue
reemplazada luego de unos años por una segunda imagen.
“El
segundo cura párroco de la parroquia Francisco de Cosio y Terán, quien
reemplazó en esas funciones al fallecido padre Ambrosio de Alzugaray en 1744,
encarga en la ciudad de Cádiz –España- una nueva imagen de la Virgen que es la
que hoy se encuentra en el mencionado camarín. Llegó por tierra desde Buenos
Aires y será el tercer párroco Miguel de Escudero quien la reciba y la coloque
en el altar del 3 de mayo de 1773.”[5]
La ciudad del Rosario, surgida al
amparo de la Madre Celestial, ocupará un lugar especial en la historia
posterior de nuestra Patria.
“El patronazgo de la Virgen fundadora se renueva permanentemente
intensificando la fe cristiana de nuestro pueblo. (…)
El
General Manuel Belgrano al frente del Regimiento 1º de Infantería llega a
Rosario el 7 de febrero de 1812 e ingresa a la ciudad por la calle que hoy se
conoce como Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Continúa por la hoy calle
Santa Fe y gira con su tropa a la que es actualmente calle Buenos Aires y forma
a su ejército frente a la Parroquia, hoy Catedral. Luego reza piadosamente ante
nuestra Virgen.
En
Buenos Aires había recibido la orden de ir con su regimiento a apostarse en la
Capilla de Rosario en donde debía construir dos baterías[6]
(…). Partió el 24 de enero de 1812 y el 6 de febrero acampó en las proximidades
de Arroyo Seco, continuando su marcha al día siguiente.
(…)
Llegados a la Plaza Mayor (…) ordena luego la construcción de la batería
Independencia en las islas y la batería Libertad en nuestra barranca.
(…)
Belgrano se destaca también por su alta religiosidad manifestada siempre
en su veneración a la Virgen. El rezo del Santo Rosario era su ritual
permanente. (…).
El
Padre Julián navarro, cura de la Parroquia (…) convoca a los vecinos y ofrece a
Belgrano materiales, herramientas y la ayuda de todos para la construcción de
la batería a orillas del Paraná. El mismo Padre Navarro a pocos metros de la
iglesia parroquial bendice, el 27 de febrero de 1812, la bandera celeste y
blanca que crea y enarbola por primera vez el General Belgrano en la batería
Libertad, correspondiendo al joven Cosme Maciel el honor de izar la enseña
patria.”[7]
El relato precedente nos permite comprobar
una vez más la presencia bienhechora de la Virgen sobre nuestra Patria. En este
caso sobre el desarrollo de la ciudad a la que la Providencia destinó para ser
la cuna de nuestra bandera.
[1] Chiarpenello, Miguel. A. La imagen olvidada. Rosario Antigua: Algo
para recordar. El autor. Rosario. 2010, p. 71.
[2] Ibídem, pp. 92-96.
[3] Ibídem, pp. 100-101.
[4] Ibídem, pp. 104-105.
[5] Ibídem, 37-38.
[6] Nuestra patria se
encontraba envuelta en la guerra civil que se había desatado con motivo de los
hechos de mayo de 1810, y cuyas vicisitudes llevarían a la proclamación de la
independencia en el año 1816. Las costas del Paraná eran asoladas en esos días
por contingentes armados provenientes de la ciudad de Montevideo, cuyas
autoridades no habían aceptado el cambio de gobierno producido en Buenos Aires
en 1810.
[7] Chiarpenello, Miguel. A. La imagen olvidada…, pp. 42-45.
AMEN AMEN
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