Para abordar un estudio de los tipos de sociedades y sus características vamos a realizar una primera clasificación entre sociedades tradicionales y sociedades modernas. El paso de una a otra se produjo a partir del fenómeno conocido como Revolución (finales del siglo XVIII), la cual dio origen a la Modernidad.
Las Sociedades tradicionales
En
realidad el término que correspondería para analizar este tipo de agrupaciones
sería el de Comunidad. El mismo hace referencia
a un tipo de “organización natural”,
fundado en vínculos étnicos, culturales
y familiares. En tanto que el término
sociedad se utilizaba para hacer
referencia a una agrupación creada a partir de un pacto voluntario sustentado en un contrato. Generalmente se trataba de sociedades formadas con un fin
mercantil.
Las comunidades tradicionales tenían un fuerte vínculo con el mundo rural. El campo ejercía una gran
influencia sobre la vida urbana. En
tanto que en las sociedades modernas esta relación se invierte, pasando la
ciudad a ejercer un papel decisivo. Por este motivo, las comunidades
tradicionales estaban mucho más cerca de lo natural;
en tanto, que las sociedades modernas, son más “artificiales”.
Por otra parte, en las comunidades tradicionales eran muy fuertes los
lazos familiares. La familia era
considerada una institución de origen sagrado, fundada en el matrimonio sacramental e indisoluble.
Las familias ocupaban, por tanto, un
lugar fundamental en el entramado social. Algunas de ellas se destacaban del
resto ya sea por sus aportes a la conformación del grupo, ya por los actos
heroicos de los antepasados, por el desarrollo económico alcanzado, por la
influencia política, etc. Por otra parte, el prestigio de la familia estaba
ligado a la propiedad de bienes
raíces (tierras), por eso, para preservar el lugar de la familia en el cuerpo
social, éstos se transmitían en mayor medida al hijo primogénito (Mayorazgo).
Los miembros de estas comunidades se agrupaban además en corporaciones menores conforme al rol que jugaban en el cuerpo social. Así, durante el Medioevo, surgieron las Universidades, integradas por maestros y estudiantes ávidos de la búsqueda de la sabiduría –entregados sobre todo al estudio de la Teología y de la Filosofía-; también se conformaron los gremios que asociaban a los que se dedicaban a un mismo oficio, organizándolos jerárquicamente en maestros, oficiales y aprendices.
Con respecto a la autoridad,
era considerada como una proyección
social de la autoridad paterna, la que por otra parte era un reflejo de la Paternidad de Dios. Por tanto, la
autoridad hacía referencia al mundo sobrenatural. De la Religión, pues, se nutría toda la vida cultural y la cosmovisión de
la comunidad. La cosmovisión se trasmitía, en primer lugar, en el seno de la
familia; pero, todas las instituciones y actividades culturales contribuían a
comunicarla a sus miembros. En la mayor parte de estas formaciones sociales, se
consideraba además que la misma vida social y la comunicación de los valores
religiosos y tradicionales, contribuían al perfeccionamiento personal de los
miembros de la comunidad (los grandes filósofos griegos hablaron del desarrollo
de las virtudes).
La cultura clásica fue un gran aporte para las comunidades occidentales. Los griegos enseñaron que la vida social se debía fundamentar en la Justicia y el Bien Común. Los romanos, por su parte, fueron los creadores del Derecho; y el Cristianismo enseñó que las relaciones humanas se deben fundar principalmente en la Caridad.
La Revolución
Con respecto a la Revolución es mucho lo que se ha dicho y escrito. Cuando nos referimos a la Revolución con “mayúsculas” estamos hablando de la Revolución Francesa. Ésta se produjo a partir de 1789 y se convirtió en un verdadero mito. Su lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” resume su propósito de transformar la vida social. Las Instituciones sociales con sus jerarquías internas y sus reglamentaciones aparecían como un obstáculo al desenvolvimiento de la “Libertad” y de la “Igualdad”. Por tanto había que eliminarlas y fundar la vida social sobre un nuevo “Contrato”. Así fue que los Gremios fueron disueltos, las Congregaciones Religiosas y la Iglesia perseguidas, la familia se vio afectada por la eliminación del Mayorazgo, la reducción de la autoridad paterna y la introducción del divorcio. La Monarquía fue abolida. En lugar de estas instituciones sociales el Estado, fundado en el Contrato Social rousseauniano, debía reglar la vida de los Individuos. La Revolución se convirtió en un Mito que marcó la evolución de los siglos XIX y XX. Este mito posee una visión fuertemente mesiánica, ya que considera que por su intermedio la Humanidad se va a regenerar, acabando con todas las desigualdades sociales e imponiendo el triunfo de los Derechos Humanos. El argentino Juan Carulla escribía en el año 1928:
“La Revolución
Francesa no difiere en nada de las demás revoluciones que ha conocido la
historia. Mentira que haya contribuido al progreso de los pueblos. Mentira que
haya mejorado la situación económica de la clase obrera. Mentira que haya
suprimido las guerras (…) La Revolución (…) lo único que consiguió realmente,
(es) matar, masacrar y mutilar a 20.000.000 de hombres, destruir las jerarquías
naturales indispensables para los pueblos e inficionar el mundo de absurdas
doctrinas que aún siguen haciendo estragos.”
El político irlandés, miembro del
Parlamento británico y pensador contrarrevolucionario, Edmund Burke contrapone
la Revolución Francesa a la Norteamericana producida por los mismos tiempos y
que dio origen a la Independencia de los EEUU. Nos cuenta al respecto el
sociólogo Robert Nisbet:
“En
Francia, el asalto a la moralidad y el gobierno tradicionales provino de un
pequeño grupo de franceses, los jacobinos (…) A los ojos de Burke, la labor de
los jacobinos al otro lado del canal era justamente lo contrario de lo que
habían hecho los colonos norteamericanos: la labor de liberación de ‘un poder
arbitrario’. Antes bien, se trataba de una nivelación hecha en nombre de la igualdad,
nihilismo en nombre de la libertad y poder, absoluto y total, en nombre del
pueblo. La Revolución norteamericana buscó la libertad para seres humanos
reales y vivientes y para sus hábitos y costumbres. Pero la Revolución francesa
estaba interesada mucho menos en lo real y lo vivo –los campesinos, la
burguesía, el clero, la nobleza, etc.- que en el tipo de seres humanos que los
líderes revolucionarios creían que podían fabricar a través de la educación, la
persuasión, la fuerza y el terror.”
El Estado totalitario surgido de la Revolución, supuesto representante de la Voluntad General (según el esquema mental de Rousseau, en quien se inspiraron muchos revolucionarios), crea una maquinaria que procura regular y organizar la sociedad en forma “artificial” eliminando o limitando la acción de los cuerpos sociales “naturales” y de los vínculos humanos creados a partir de los mismos. Escribía el autor español Elio Gallego en agosto de 2011:
“el Estado moderno lo que pretende es organizar y proporcionar al hombre moderno su ‘seguridad social’. De tal modo ‘que –en palabras de Dawson- incluso el nacimiento y la muerte, la enfermedad y la pobreza, ya no sitúan al hombre cara a cara con las últimas realidades, sino que sólo le ponen en mayor dependencia del Estado y de su burocracia, hasta el punto de que todas las necesidades humanas pueden solucionarse llenando el apropiado formulario’.”
Más allá del prejuicio que se suele tener acerca de la inevitabilidad de la Revolución y la presentación de la misma como la portadora del progreso, Calderón Bouchet nos indica que junto a la “nueva Francia” continuaba viva y vigente la “vieja” Francia. Dice, citando a otro autor:
“En la Francia del siglo XIX (…) existen numerosas sociedades yuxtapuestas. Hay en Francia de 1820, tal vez una del Antiguo Régimen a quien las vicisitudes políticas apenas ha rozado y que sobrevive a todos los cambios.” Claro, que también está la otra (u otras): “la sociedad burguesa (…) (y) la Francia obrera a punto de nacer.”
El mismo autor analizando a un pensador contrarrevolucionario francés –Charles Maurras-, y la crítica que dicho escritor hacía del estatismo y el centralismo revolucionario, se refiere al ejemplo que éste utilizaba refiriéndose al federalismo argentino de los tiempos de Juan Manuel de Rosas:
“Su concepción de una monarquía tradicional representativa nació de esta acentuación del valor de los poderes regionales (…) pocos meses antes de morir volvió sobre esta idea (regionalista) y repitió (…): ‘Esos salvajes unitarios como solían decir los viejos argentinos’.”
En efecto, así como hubo una “vieja Francia”, aquí entre nosotros hubo una “vieja Argentina”. Muchos historiadores e intelectuales sostienen que el período en el que nuestro país fue gobernado por Juan Manuel de Rosas representa la reafirmación de la Tradición frente a la Revolución:
“Ezcurra Medrano citaba, de este libro de
Ingenieros otro párrafo elocuente:
‘La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido
a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la
Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto
movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que
coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el
predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo pensante
que efectuó la Revolución’(…)
En el artículo de 1940 ampliaría este
análisis:
‘Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como
nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja
aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos
Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos
aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la
Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de
conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de
la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la
prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las
buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan
suficientemente el espíritu católico de la Restauración(…)
En lo referente a la política interna, la época de Rosas no es otra cosa que
una larga lucha por la restauración de la autoridad y de la unidad que
caracterizaron al Virreinato, y que habían sido desquiciadas por los errores de
federales y unitarios. Rosas, respetando (…) el régimen de confederación
existente, realizó de facto, con el pueblo y en el sentido tradicional, lo que
otros pretendieron realizar de jure, contra el pueblo y en el sentido liberal
(…) Y toda esa obra verdaderamente organizadora – mucho más que las
constituciones impresas en papel – se iba haciendo sobre la base de la
legislación tradicional, sin improvisaciones constitucionalistas ni
codificadoras.
Hay, hasta en los detalles, un sabor tan tradicional en esa restauración de la
autoridad ‘al modo hispánico’, que Ernesto Quesada ha podido hacer un paralelo
exacto entre Rosas y Felipe II’. (…)
(…) en la misma línea de lo que
sostenía Don Alberto Ezcurra Medrano:
‘En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias
y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: ‘Las logias
establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican
teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan
golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del
Mundo’. Espíritu revolucionario que ‘ha penetrado infortunadamente hasta en
alguna parte del clero’. En la Argentina, ‘toda la República está plagada de
hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su
influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han
propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias
europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente’.
Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las
revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado
y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su
respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa
de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad
privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su
aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan
patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades’.”
(Moreno, Fernando. Rosismo, Tradicionalismo y Carlismo)
El General San Martín exiliado en Europa también describía la situación de exaltación revolucionaria que vivía el viejo Continente a mediados del 1800. En carta al Presidente del Perú, se refiere:
“a los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y civilización, sino también la propiedad, religión y familia.”
Los efectos de la Revolución se pueden apreciar cuando analizamos las características del mundo moderno. El autor español José Javier Esparza nos ayuda a reflexionar sobre algunas claves para entender la Modernidad:
“La modernidad se caracteriza, en lo cultural, por la filosofía de la Ilustración; en lo económico y social, por el ascenso de la burguesía; en lo político, por la desagregación del orden tradicional. No son tres procesos distintos, sino tres brazos de una misma corriente. Modernidad es tanto el ideal de la emancipación como su contraparte, a saber, la dominación de la tecnoeconómico sobre cualquier otro aspecto de la vida.”
Análisis sociológico
El sociólogo
Robert Nisbet elaboró una serie de conceptos que nos ayudan a entender las
características propias de las comunidades tradicionales y de las sociedades
modernas. Él las denomina Ideas elemento. “La
idea es (…) un gran foco luminoso que alumbra una parte del paisaje”, nos
dice, agregando: “No interesa que nuestra
concepción sea platónica o pragmática, pues en el sentido que emplearé el
término (…) podría ser tanto arquetipo como plan de acción.”
Pasemos a ver, pues, cuáles
son esas ideas que a Nisbet le sirven para analizar los fenómenos sociales. Son
cinco: “comunidad, autoridad, status, lo
sagrado y alienación”.
-
Comunidad: “incluye a la comunidad local pero la
desborda, abarcando la religión, el trabajo, la familia y la cultura.”
-
La autoridad: “es la estructura u orden interno de la
asociación, ya sea política, religiosa o cultural, y recibe legitimidad por sus
raíces en la función social, la tradición o la fidelidad a una causa.”
-
El status: “es el puesto del individuo en la
jerarquía de prestigio y líneas de influencia que caracterizan a toda comunidad
o asociación.”
-
Lo sagrado: “incluye las mores, (…) las formas de
conducta religiosa y rituales cuya valoración trasciende la utilidad que
pudieran tener.”
- La alienación: “es una perspectiva histórica dentro de la cual el hombre aparece enajenado, anómico y desarraigado cuando se cortan los lazos que lo unen a la comunidad.”
Nisbet sostiene que a cada una de estas ideas corresponde un concepto antinómico que nos ayuda a comprender las estructuras sociales modernas:
“Así, opuesta a la idea de comunidad está la idea de sociedad (…), formulada con referencia a los vínculos de gran escala, impersonales y contractuales que se han multiplicado en la edad moderna, a menudo a expensas, según parece, de la comunidad. El concepto antinómico de autoridad es (…) el de poder, identificado por lo común con la fuerza (…) o con la burocracia administrativa (…). El antónimo de satus, en sociología, no es la idea popular de igualdad, sino la más nueva y refinada de clase, más especializada y colectiva a la vez. Lo opuesto a lo sagrado es lo utilitario, lo profano (…) o secular. Por último, la alienación (…) puede ser entendida mejor como inversión del progreso.”
Con respecto al concepto de “progreso” entendido por la Modernidad como ruptura con los lazos tradicionales, Nisbet nos muestra cómo “pensadores como Tocqueville y Weber dedujeron, no la existencia de un progreso social y moral, sino una conclusión más patológica: la alienación del hombre respecto del hombre, de los valores y de sí mismo, alienación causada por las mismas fuerzas que otros elogiaban, en ese mismo siglo, como progresistas.”
El “progreso” alcanzado por la Revolución a lo largo del siglo XIX fue muy grande. Recordemos lo que escribieron acerca de lo que veían en la Europa de mediados del XIX San Martín y Rosas, entre otros. Gran parte de la estructura social tradicional se estaba desarticulando, y las revoluciones y logias arreciaban. Sin embargo aquel mundo tradicional se resistía a perecer, y todavía hacia fines del siglo XIX se conservaban elementos del mismo. Por lo menos así nos lo describe Elio Gallego:
“El mundo del siglo XIX, el siglo liberal,
era todavía una época, aun en crisis, de convicciones religiosas y de
costumbres estables. Un siglo con clases sociales, con una aristocracia todavía
fuerte en lo social cuando no en lo político. Con una educación selecta y
selectiva, en la secundaria y sobre todo en las Universidades. Con un verdadero
gusto por la cultura y un cultivo del arte que aun no se había convertido en
mero producto de masas. Con un Estado mínimo que, en condiciones normales, no
alcanzaba a absorber en ningún caso más allá del diez por ciento de la riqueza
nacional, y dedicado en su mayor parte a gastos de defensa. Con una
administración que no estaba formada sino por unos miles de funcionarios. Con
una familia en general estable y con una mayoría todavía abrumadoramente rural.
Con unos Parlamentos que respondían en general a su nombre, donde se deliberaba
y se discutía. Parlamentos poblados de figuras egregias e independientes, en
los que apenas cabía encontrar políticos profesionales, ni grandes disciplinas
de partido (…) Y ese mundo histórico finalizó en 1914. Ese es el fin de la
época liberal y el comienzo de una nueva época, de un nuevo mundo radicalmente
distinto. El mundo de hoy. Un mundo caracterizado por la hegemonía de las
masas, en su búsqueda insaciable de consumo y bienestar. Un mundo de
intervencionismo estatal abrumador, donde el Estado tiende a cubrir y regular
todas las dimensiones de la vida de la ‘cuna a la tumba’, y que recauda y
distribuye aproximadamente la mitad de la riqueza nacional.”
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