Estamos nosotros en la otra ruta, en la ruta de la
ciencia, del amor y de la libertad; hombres que leemos los Libros Santos como
documentos humanos (...), en la ciencia buscamos la interpretación de los
fenómenos (...) y no en los textos escritos. Tenemos una mente apta para pensar
en las cosas e instituciones, en su continuo devenir y evolución, no
petrificadas y fosilizadas en formas inmutables. Influyen en nosotros las
conquistas laicas, la creación del amor romántico, la secularización de la vida
y de las instituciones (...) es la evolución laica y liberal del país, que
iniciada desde los albores de la Revolución reclama ahora la ley del divorcio,
para conquistar inmediatamente después la separación de la Iglesia y del
Estado”
Discurso del Diputado
socialista Américo Ghioldi, Sesión del 22-IX-32
“La representación socialista y el propio señor diputado
Repetto (...) (han) invitado al ministro del Interior a que diera las razones
en virtud de las cuales ha dictado un decreto prohibiendo el uso de la bandera
roja (...)
Disiento fundamentalmente con la creencia de que éste sea
un país internacional, y pertenezco a un sector de la opinión pública que
piensa en forma diametralmente opuesta y a un partido esencialmente nacionalista,
y por estas razones le presto mi apoyo al mantenimiento del decreto dictado por
el gobierno de la nación”
Discurso del Diputado
conservador Manuel Fresco, 1933
Los discursos precedentes son una muestra
de los temas por donde pasaba el debate político en la década del 30. Eran
tiempos de fuertes contrastes en las ideas. La presencia de la Rusia comunista,
y la reacción que reafirmaba las identidades nacionales frente a la amenaza
roja, dividían a las sociedades del mundo occidental. En muchos países se iban
conformando Frentes Nacionales y Frentes Populares, se agrupaban las Derechas y las Izquierdas. El asesinato del diputado Calvo Sotelo desataba en
España el drama que ya se venía gestando desde tiempo atrás. Nuestra Patria no era ajena a tales
enfrentamientos, y los altercados callejeros eran un síntoma de las divisiones
que agitaban los espíritus: “en esas
calles (de Buenos Aires) se rezaba y se desfilaba, se cruzaban marcialmente los
pendones y se hincaban las rodillas de los militantes para recibir la Sagrada
Forma, como sucedió durante las jornadas del Congreso Eucarístico. En estas
calles ahora mercantilizadas, los camaradas se agrupaban entonces por legiones;
peregrinos a veces, oradores elocuentes las más, y en circunstancias soldados,
cuando la hez del marxismo volvía necesario responder a sus ataques y
desafueros con la legítima fortaleza heroica.”[1]
Podríamos clasificar algunos
de los principios que estaban en juego del siguiente modo:
ORDEN JERARQUÍA FAMILIA PROPIEDAD TRADICIÓN PATRIA-SÍMBOLOS
PATRIOS RELIGIÓN |
REVOLUCIÓN IGUALITARISMO DISOLUCIÓN FAMILIAR COLECTIVISMO CAMBIO INTERNACIONALISMO-BANDERA
ROJA ATEÍSMO-LAICISMO |
La Iglesia, las Fuerzas Armadas, las
fuerzas conservadoras y nacionalistas, defendían el Orden, la Jerarquía, la
Familia, etc.; comunistas, socialistas, liberales, la Masonería, procuraban
imponer los principios de la Revolución, del Cambio, del Internacionalismo.
1-
Orden o Revolución: La sociedad humana
está constituida sobre un Orden que brota de la misma constitución intrínseca
de la persona. El hombre debe establecer el orden dentro de sí -sometiendo las
pasiones y los sentimientos a la voluntad,
y ésta a la inteligencia-.Dicho Orden interior se debe proyectar en la familia,
en la que los padres como cabeza de dicha institución deben guiar la educación
-que no es otra cosa que el ordenamiento interior- de sus hijos. Finalmente, el
Orden familiar se prolonga en la vida social y política, en la que cada
persona, cada familia, y cada grupo debe cumplir una función encaminada al Bien
Común, el cual es protegido y orientado por la Cabeza del Estado.
La Revolución ha trastocado dicho Orden.
Fundada en los principios de Libertad e Igualdad ha entendido a la primera no en
su definición clásica: libertad interior de todo vicio y error y desarrollo de
una vida virtuosa; sino como libertad de las Instituciones intermedias, dejando
a la persona inerme ante un Estado que tiende peligrosamente a volverse
totalitario. Esta “Libertad” proclamada por la Revolución es una libertad
desarraigada de todo fundamento ontológico, es espontaneidad para dar rienda
suelta al desorden de las pasiones. Es la exaltación, por tanto, del más férreo
individualismo y egoísmo, que busca evadirse de toda traba y limitación,
alzándose, como ya queda dicho, contra las Instituciones intermedias, que son
el ámbito a partir de las cuales se desarrolla la verdadera libertad: familia,
escuela, gremios, congregaciones religiosas, asociaciones profesionales,
Universidad. Paradójicamente, la ofensiva contra las instituciones intermedias
provoca el sobredimensionamiento del Estado, y la imposición de un
totalitarismo que persigue a la auténtica libertad, e impone una libertad
“desordenada”.
El líder de la III Tercera República
Francesa, Clemenceau, definió: “Desde la
Revolución, estamos en rebeldía contra la autoridad divina y humana”.[2]
2-
Jerarquía o
Igualitarismo: Toda
organización social requiere, como ya hemos dicho, un Orden. Es necesario, por
tanto, una Jerarquía; establecer la Comunidad sobre los principios del Mando y
la Obediencia. La desigualdad, pues, es intrínseca al Orden social. Incluso la
desigualdad en el campo de lo económico, lo que no significa aceptar
situaciones de injusticia. La auténtica desigualdad social debe fundarse en la
Justicia, y no puede ni debe tolerar la miseria. Una cosa es que cada uno ocupe
el lugar que le corresponde en la escala social, y otra es la justicia -e
incluso la caridad- que se debe a cada miembro de la sociedad.
La Revolución, al imponer el Igualitarismo,
principio más subversivo aun que el de Libertad mal entendida, conduce a una
situación de anarquía social.
3-
Familia o disolución
familiar: El
Orden social tradicional está fundado en la institución familiar basada en el
Matrimonio sacramental. La Revolución también atentó en fases sucesivas contra
la misma. Primero fue el Matrimonio Civil, luego el Divorcio, la no
discriminación entre hijos legítimos e ilegítimos. Hoy día vemos cómo trabaja
por imponer el Aborto, y las uniones homosexuales. De este modo el fundamento
de la sociedad queda totalmente trastocado.
4-
Propiedad privada o
Colectivismo: “La comunidad real es
gobernada por el amor y la caridad, no por la compulsión. Por medio de las
iglesias, las asociaciones de voluntarios, los gobiernos locales y una variedad
de instituciones”
[3].Las
instituciones intermedias juegan un papel fundamental en el desarrollo de una
comunidad sana. Partiendo de la familia, pasando por las asociaciones
profesionales y gremiales, la sociedad requiere el correcto entramado de dichas
organizaciones. Actividades fundamentales, como la atención sanitaria y la
educación estaban tradicionalmente a cargo de Instituciones religiosas. La
Caridad cristiana asistía, a través de religiosas y religiosos a enfermos y
niños. El colectivismo moderno ha convertido al Estado en administrador de tan
importantes acciones. Maestros, médicos y enfermeros se han convertido en meros
funcionarios. Este proceso secularizador ha convertido a la Salud y a la
Educación en “derechos” masivos asegurados (no siempre) por el Estado, pero
vacíos de alma, de calor humano (y Divino). “La
sociedad humana necesita urgentemente a la verdadera comunidad, y la verdadera
comunidad está a un mundo de distancia del colectivismo”[4].
Para que las diversas Instituciones puedan cumplir con la labor que les corresponde
se debe preservar el derecho de propiedad. Todo lo contrario de las corrientes
socializantes propias de la Izquierda.
5-
Tradición o cambio: La sabiduría heredada
o el cambio permanente, el frenesí por lo novedoso, el progreso de la ciencia y
la técnica como panacea de la humanidad, son otras de las divergencias que han
enfrentado a los defensores de la Tradición, por un lado, y a los novadores, por otro. “El pasado es una gran reserva de sabiduría. Como
dijo Burke: ‘el individuo es estúpido, pero la especie es sabia’. Los
conservadores creen que necesitamos guiarnos a nosotros mismos por las tradiciones
morales, la experiencia social y el entero y complejo cuerpo de conocimiento
legado por nuestros antepasados. El conservador apela más allá de las
epidérmicas opiniones del momento a lo que Chesterton llamaba ‘la democracia de
los muertos’, esto es, las valiosas opiniones de los hombres y mujeres sabios
que nos precedieron con su experiencia en el tiempo. El conservador, por
decirlo de una manera breve, sabe que no nació ayer.”[5]
6-
Patriotismo o Internacionalismo: Durante las
primeras décadas del siglo XX una de las posturas defendidas por las izquierdas
fue el Internacionalismo, el desprecio de las tradiciones o símbolos patrios,
ya que para ellas éstos representaban los intereses de la “Burguesía”. En lugar
de Patria y su bandera celeste y blanca, el trapo rojo.
7-
Religión o Secularismo y ateísmo: Así como
las diferencias acerca de la pertenencia nacional se desprende de los textos
que integran el copete del presente trabajo, de ellos también se deduce el
rechazo hacia la Fe por parte de los sectores de la izquierda, ya que de esta
primera negación radical derivan las restantes negaciones. Para los defensores
del Orden “los hombres y las naciones
están gobernados por leyes morales; y esas
leyes tienen su origen en una sabiduría que es más que humana, en la justicia
divina”[6].
En tanto, para sus impugnadores
la secularización y el ateísmo son un progreso social.
Las fuerzas políticas que se inclinaban hacia la defensa de los valores
tradicionales eran, en la década estudiada, los Nacionalistas, surgidos al
calor de la lucha contra el último yrigoyenismo, radicalmente opuestos al
sistema; y el conservadurismo, que vio surgir en su interior a sectores que
evolucionaron desde una posición originalmente proclive al liberalismo hacia
posturas auténticamente conservadoras. Sin embargo, si bien en algunos momentos
se pueden encontrar puntos de contacto entre ambos grupos, los cuales por otra
parte tienen una gran diversidad de subgrupos internos, presentan dos
diferencias fundamentales, los nacionalistas representaban, como ya queda
dicho, una oposición total al sistema; en tanto los conservadores permanecían
dentro del mismo, aunque recurriendo al desleal método del fraude electoral.
Además, nacionalistas y conservadores representaban dos generaciones diferentes.
Los últimos eran parte de la vieja dirigencia política, en tanto los primeros
representaban una nueva generación que aspiraba a participar en la cosa
pública.
Aliados a los conservadores
se encontraba un sector desprendido del radicalismo, los antipersonalistas, y
un grupo del socialismo que había roto con la tendencia internacionalista de
dicha fuerza -adherida a la Segunda Internacional-. Estas fuerzas políticas se
habían integrado en la Concordancia. Entrados los años 30, al calor de las
disputas que comenzaban a darse en el mundo occidental, las fuerzas de Derecha
comenzaron a proyectar la conformación de un Frente Nacional, en contraposición
a lo que se perfilaba como un Frente Popular (promovido por radicales
alvearistas, demoprogresistas y socialistas, antecedente de la futura Unión Democrática). Los Nacionalistas se
mantuvieron al margen de esta disputa en una actitud francamente antisistema. Un
opúsculo que circulaba por el año 36 entre los círculos nacionalistas sostenía:
“Un gobierno del ‘Frente Popular’, sería
una prueba demasiado dura para nuestro
país (...) Un gobierno del ‘Frente Nacional’, posiblemente fuera peor.
Invocaría nobles principios, que pondrían al servicio del más crudo capitalismo
y de la más total amoralidad[7].
Al ser derrocado, arrastraría lo bueno tras sus vicios”[8].
En realidad, lo que estaba en
disputa en la década del 30 era la lucha entre la Argentina liberal que se fue
conformando con posterioridad a 1853, y quienes buscaban -influenciados por
corrientes de pensamiento que se estaban desarrollando en ese momento, como
respuesta a la crisis que afectaba al Liberalismo, tanto en lo económico como
en lo político, en todo Occidente - reencontrarse con la Argentina auténtica.
Los grupos liberales, muchos de ellos masónicos, hicieron causa común con los
sectores de la Izquierda, con quienes compartían un origen en común, las ideas
ilustradas del siglo XVIII, para intentar frenar la irrupción de grupos que
comenzaban a cuestionar al sistema y su fundamentación ideológica.
En efecto, desde 1853 la
Constitución inspirada en las Bases de Alberdi, primer paso para el triunfo del
Liberalismo en nuestro país[9],
estableció el indiferentismo religioso y la apertura indiscriminada al capital
extranjero. En 1882 el Liberalismo dio un segundo paso, muy importante,
imponiendo el Laicismo escolar, tomando como modelo lo que ocurría en ese
momento en la Tercera República Francesa, por medio del cual se vehiculizó en
la educación la visión del mundo de la Masonería. En 1912 el dogma de la
Soberanía Popular obtiene un gran triunfo con la aprobación de la Ley Sáenz
Peña. A partir de 1930 todo esto comienza a ser puesto en cuestión,
principalmente por parte de las agrupaciones nacionalistas, y de algunos grupos
del conservadurismo. En primer lugar, durante la campaña antiyrogoyenista iniciada
en 1927 por la Liga Republicana, se comienza a proponer la reforma de la
Constitución a favor de un sistema que reemplace el régimen partidocrático por otro
corporativo. El mismo General Uriburu, una vez en el poder, procuró llevar
adelante dichas reformas, aunque tuvo que afrontar el frente en común que
organizó la oligarquía de los Partidos políticos para evitar perder sus
prebendas. La misma Ley Sáenz Peña comenzó a ser cuestionada y se comenzó a plantear,
a partir de dichos modelos corporativos, nuevas formas más selectivas de elección
de los funcionarios encargados de dirigir el Estado. El mismo fraude al que
recurrieron muchos dirigentes conservadores, a pesar de la deslealtad e
inmoralidad que entrañaba, era un síntoma del cuestionamiento que se hacía al sistema
y de la necesidad de buscar mecanismos que permitan gobernar a los más capaces.
Mención aparte merece el resurgir de la religiosidad, el
reencuentro con las raíces cristianas de la Patria, y con la más férrea
filosofía católica; lo que provocó el cuestionamiento consiguiente del
Laicismo, del Positivismo dominante hasta ese momento, y de la Masonería. Un
papel muy importante en este sentido lo jugaron los Cursos de Cultura Católica,
a los que concurrían jóvenes ávidos de abrevar en las fuentes la
Sabiduría; el glorioso Congreso
Eucarístico de 1934, que hizo revivir la Fe del pueblo argentino; y, a partir
del segundo lustro de la década el restablecimiento de la enseñanza religiosa en
las escuelas públicas de
la Provincia de Buenos Aires, por obra del Gobernador Manuel Fresco.
Todo este cambio en la imagen que se tenía del
país, fue acompañado de una revisión de la Historia que se había escrito y
enseñado en los últimos 70 años. Es cierto que ya desde principios de siglo
hubo en ciertos sectores intelectuales una revalorización de nuestras raíces
hispánicas, luego de décadas de crítica liberal a esos orígenes. Dicho interés
por lo hispano se agudizó ante los acontecimientos de la Guerra del 36. Por
otra parte, se dejó de ver nuestro proceso independentista como obra del
influjo de las ideas revolucionarias francesas o de los intereses comerciales
de la Gran Bretaña, y se lo comenzó a entender dentro de la crisis que sacudió
a la Monarquía española desde comienzos del siglo XIX. Se dejó de admirar a los
próceres masones que habían ayudado a construir la Argentina liberal, y se
comenzó a exaltar la figura de aquellos que fueron fieles a la Tradición, a la
Hispanidad, y supieron enfrentarse con las potencias liberales del siglo XIX
cuando éstas quisieron entrometerse en nuestros asuntos internos. Dentro de
esta nueva corriente historiográfica merecieron un lugar especial los grandes
caudillos, ocupando el centro de interés y de admiración la figura de Juan
Manuel de Rosas.
Conclusiones
De acuerdo con todo lo desarrollado
podemos concluir que en los años 30, como consecuencia de una crisis
mundial económica y política que ponía en cuestión los valores sobre los que se
había construido el mundo occidental desde finales del siglo XVIII -y en
particular desde 1870-, la Argentina se vio obligada a mirarse a sí misma y a
repensar sus orígenes y sus raíces, repercutiendo dicha introspección en las
prácticas y en el discurso político de ese tiempo. Ya nada fue igual después de
aquellos años, y seguramente muchas oportunidades que se presentaron en aquella
oportunidad se dejaron pasar debido al cariz que tomaron los acontecimientos
posteriores
1Prólogo de A. Caponnetto al libro Jacinto Lacebrón Guzmán. Primer caído del nacionalismo argentino, de Hernán Capizzano, pág. 9-10
[2] Ousset,
Jean. Para que ÉL reine, p. 96.
[3]
Kirk, Rusell. ¿Qué significa ser
conservador?
[4] Ídem
[5] Ídem.
[6] Ídem
[7] Recuérdese que los años 30 fueron la época del famoso tratado Roca-Runciman con Gran Bretaña, y del fraude electoral. Hechos por los que fue estigmatizada esa década conservadora, a la que algún autor nacionalista calificó de “infame”, pero que presentaba nobles reservas espirituales -incluso dentro de las mismas fuerzas conservadoras-: “tiempo en algo al menos más augusto que el presente: en que se podía vivir altivamente la doble condición de católico y de nacionalista”, en que en las calles “se rezaba y se desfilaba, se cruzaban marcialmente los pendones y se hincaban las rodillas de los militantes para recibir la Sagrada Forma” (Caponnetto, A. Op. Cit.).
[8] Ibarguren, F. Orígenes del Nacionalismo argentino, 359.
[9] “Urquiza cumplió bien con sus mandantes.
La Constitución era el instrumento legal de la servidumbre colonial (...) El
liberalismo religioso y la abierta heterodoxia del texto constitucional
acentuaron las divisiones de los congresales, algunos de los cuales, no sólo se
opusieron vivamente sino que se retiraron del Congreso (como los Padres Pérez y
Centeno). Fue necesario un golpe de fuerza parlamentario -el 23 de febrero de
1853- para aprobar fraudulentamente los artículos que trataban las cuestiones
religiosas.” Caponnetto,
A. Del ‘Proceso’ a De La Rúa. Una mirada
nacionalista a 25 años de historia argentina. 1975.1986, 94-95.
Muy bueno. Creo que fue desafortunado que el nacionalismo católico y el conservadorismo de línea nacional no pudieran hacer causa común. Como luego lo sería el hecho de que el peronismo incurriera en los vicios del populismo, con tendencia incluso hacia el clasismo y el socialismo. Eso no creo que sea obstáculo para trabajar hoy con peronistas ortodoxos, conservadores y radicales de línea nacional, tradicionalistas, etc. Aunque pienso que estamos más cerca de la Parusía que de una restauración de la Patria y de la Cristiandad.
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