LA PATRIA
La palabra Patria tiene su origen en el término “Padres”. Toda Patria hace
referencia a una Paternidad. El hombre es un ser que vive vinculado a otros, y
que necesita, en primer lugar de sus padres, de su familia. La familia es el
primer núcleo social que el hombre forma. Ésta, a su vez, se proyecta en grupos
mayores, y así surgen los clanes, las tribus, los pueblos. Toda persona nace en
el seno de un pueblo; éste es producto de una historia, de un pasado que lo fue
modelando, de un modo particular de acceder a los bienes de la cultura[1]. Por
este motivo podemos afirmar que el hombre es un heredero; recibe los bienes
culturales que otros produjeron a través de los siglos, y que le permiten
desarrollarse como persona. Los seres humanos se van modelando, y desarrollando
su inteligencia y su voluntad, a partir de la herencia
cultural que sus mayores y antepasados produjeron y legaron. Por todo esto
podemos afirmar que “somos lo que recibimos”:
de la tradición heredada, a través de la educación, y de los ejemplos que se
nos proponen.
Un
poeta francés enseñaba que el hombre es deudor: de su tierra y de sus muertos.
El hombre íntegro ama y respeta a esa tierra y a esos muertos; y vive, un verdadero sentimiento de filiación, sobre
todo hacia estos últimos. Siempre se ha hablado, en los pueblos que no han
perdido su dignidad, de los “Padres de la Patria”. Así como hay padres
físicos que nos dan la vida, y hay padres espirituales que nos comunican la
vida de la Gracia (por esto llamamos Padres a los sacerdotes), del mismo modo
es legítimo llamar padres a aquellos
que construyeron la Patria en la cual accedemos a los bienes de la cultura y en
la que nos desarrollamos, por lo tanto, como personas.
Siguiendo al poeta francés Barrés, nos referíamos, en el párrafo
anterior, a la tierra, ya que ésta
con sus particularidades –sus mares, ríos, llanuras, montañas- imprime un sello
particular al modo cómo expresa la cultura un pueblo determinado. Nuestra
Patria cuenta con regiones diversas y bellas que fijaron cada una, una
característica peculiar al estilo argentino; el Noroeste, el Litoral, la
llanura Pampeana, la zona central –con Córdoba como “corazón”-, la región Cuyana, y la Patagónica; las que a
su vez, en su interrelación con las zonas y países limítrofes, adquirieron sus
rasgos propios.
Si
bien la tierra es un elemento muy importante en la conformación del estilo de
una Patria, aquello aportado por los muertos, y recibido y enriquecido por los
vivos, es lo más importante. A esta herencia cultural que se va transmitiendo
para que las nuevas generaciones se aprovechen de ese bagaje –y que a su vez lo
profundicen- le damos el nombre de tradición.
La tradición argentina hunde sus raíces en el acervo cultural de Occidente. Del
mundo clásico recibimos la herencia de Sabiduría
de los griegos; el sentido de Justicia, expresado
a través del Derecho, de los romanos;
también de Roma recibimos la lengua,
ya que el español es una lengua romance, derivada del Latín. Esta rica cultura fue fecundada en la Edad Media por el
Cristianismo. Fueron los monjes y los teólogos medievales quienes profundizaron
en aquel rico manantial cultural del mundo clásico, y a partir de él –y de la Revelación recibida a través de
Jesucristo en la Iglesia- se sumergieron en la contemplación del Ser,
colocándose en una actitud reverente ante la sacralidad de lo real, que refleja
los atributos del Creador. De este modo penetraron en la analogía del Ser,
remontándose desde el mundo material inanimado, pasando por el mundo vegetal,
animal, racional (el hombre), hasta Aquél que es el Ser necesario, Ser en Acto,
Ser cuya esencia es Ser.
Las riquezas profundísimas de esta cultura fueron recibidas,
profundizadas, y reelaboradas por la intelectualidad española de los siglos XVI
y XVII –ya en plena Edad Moderna-. Justo cuando la cultura del resto de Europa
rompía con su tradición, y se volcaba hacia valores no orientados al desarrollo
espiritual –cognitivo y volitivo- del hombre, sino hacia un saber útil que le
dé un dominio material del mundo. Por este motivo, el prototipo de esta nueva
cultura ya no fue el monje y el religioso, sino el burgués, el hombre práctico. Contra esta nueva orientación de la
cultura se enfrentó una nueva Orden religiosa defensora de la tradición
sapiencial occidental, aunque abierta a las inquietudes culturales de la
Modernidad. Esta Orden fue la Compañía de Jesús, y su fundador San Ignacio de
Loyola. A ella se deben, en gran parte, los movimientos de Reforma, de
Evangelización y de Conquista espiritual que caracterizó al Catolicismo del
siglo XVI. La Nación que impulsó y luchó por esa Reforma, y esa evangelización
fue, como ya indicamos, España. Ésta luchó por trasplantar la cultura gestada
en los tiempos de la Cristiandad en sus nuevos territorios de América y
Filipinas. Por otra parte, apoyó la acción renovadora y cultural del Concilio
de Trento y de los jesuitas. España, a imagen de la antigua Roma, creó un gran
Imperio, no ya sobre las costas del Mediterráneo, sino sobre las del Atlántico.
Y el basamento cultural de este Imperio fue la sabiduría cristiana, expresada a
través de la lengua castellana. A este mundo lo vamos a llamar Hispanidad, fiel heredero de la Romanidad, y de la Cristiandad. Nuestras naciones hispanoamericanas son ramas de esta
Hispanidad. Y su lengua, su Fe, su cultura, su tradición, los distingue de los
americanos del Norte, que son producto de otra tradición cultural: de origen
inglés, protestante y moderno[2].
La Fe cristiana ha tenido una presencia muy fuerte en nuestras tierras, y el modo español de expresar dicha Fe se ha manifestado a través de la presencia de María, y de la devoción del pueblo hispanoamericano hacia ella: en Guadalupe, en el Valle de Catamarca, en Itatí, en Luján, durante la etapa independentista a través de la invocación a María de las Mercedes o del Carmen. Los colores del manto de la Inmaculada han teñido nuestra Bandera, y cuando la nacionalidad argentina ya tenía rasgos bien definidos, a fines del siglo XIX, los hijos de Don Bosco, trajeron a la Patagonia la devoción a María Auxiliadora.
LOS ORÍGENES FUNDACIONALES DE LA PATRIA
De acuerdo con lo ya señalado, nuestra Patria
se fue conformando culturalmente a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII,
sobre los fundamentos de la Cristiandad hispana. El territorio argentino fue
colonizado por los capitanes y los frailes españoles que ingresaban en el mismo
desde distintas regiones para fundar ciudades que sirvieran al establecimiento
de los colonos y a la defensa de los territorios ya conquistados, y que
permitieran, además, el avance hacia nuevas tierras y la evangelización de
nuevas gentes.
Se
reconocen tres corrientes colonizadoras de nuestro territorio:
a)
La del Norte: procedente del
Virreinato del Perú, que dio origen a las
ciudades del Noroeste argentino, que hoy son las capitales de
importantes provincias: Santiago del Estero, Salta, San Miguel del Tucumán, San
Salvador de Jujuy, Córdoba de la Nueva Andalucía, Todos los Santos de la Nueva
Rioja, San Fernando del Valle de Catamarca.
b)
La del Oeste: procedente de
Chile, que dio origen a las ciudades de la región cuyana: Mendoza, San Juan y
San Luis.
c)
La del Este: procedente de
España. Ingresaron los colonizadores por Río de la Plata, desde la península.
Este ingreso dio origen a la primera fundación de Buenos Aires en 1536 por
Pedro de Mendoza. Fracasado este primer proyecto, un grupo de colonizadores
siguió avanzando por los ríos Paraná y Paraguay, y el 15 de agosto de 1537
–fiesta de la Asunción de la Virgen- fundaron el fuerte de Asunción, que cuatro
años después se convirtió en ciudad –la actual capital de la República del
Paraguay-. Casi cincuenta años después, partiría de esta ciudad un grupo de
exploradores y colonizadores, de los cuales el más importante fue Juan de
Garay, que daría origen a las ciudades de Santa Fe de la Vera Cruz y al segunda
Buenos Aires (cuyo nombre completo fue Ciudad
de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre). También
fue fundada la ciudad de Corrientes.
Cada ciudad era considerada una República
(del latín, res –cosa-, pública –de todos-). Estaba constituida
en torno a una plaza, frente a la que se edificaban la Iglesia y el Cabildo
–institución encargada del gobierno de la ciudad, cuyos miembros eran elegidos
entre los vecinos. Se consideraba
vecino a todo padre de familia con propiedad en la ciudad[3].
Aparte de la familia -primer
grupo social formado por el hombre y con el que éste se encuentra al asomarse a
la existencia, siendo marcado por ésta durante el resto de su vida-, la ciudad
era un ámbito en el que las personas se integraban en otros cuerpos sociales que permitían a sus
miembros dedicarse a alguna misión particular o desarrollar ciertas
potencialidades humanas de tipo económico, cultural o religioso. Entre estos
cuerpos existían los Gremios, que
agrupaban a aquellos que ejercían un mismo oficio; las Congregaciones religiosas –que aparte de su específica misión
religiosa brindaban asistencia a enfermos, abandonados; educación; fomentaban
la cultura a través de la creación de escuelas y universidades; erigían
hospitales, etc.-; las terceras órdenes, por
medio de las cuales los laicos se integraban a la vida religiosa de alguna
congregación particular; las Cofradías, que
agrupaban a distintas personas en torno a una devoción religiosa. Todos estos
cuerpos sociales eran muy importantes en el desarrollo de la vida comunitaria,
y en la celebración de festividades,
en las que cada uno de ellos tenía un lugar
específico propio.[4] Por
medio de las fiestas los vecinos hacían presente en sus vidas el misterio celebrado, aprendían lecciones
de arquetipos presentados como modelos –razón por la cual tenían, también, un
sentido educativo-, y se integraban a la vida de la ciudad, a sus orígenes, a
sus fundadores, brindando, este tipo de celebraciones, pertenencia e identidad.
[1] La cultura comprende a aquellos productos que un pueblo elabora y por medio de los cuales sus miembros se “cultivan”, se perfeccionan en cuanto hombres. Por este motivo la cultura tiende a perfeccionar las facultades humanas propiamente dichas –la inteligencia y la voluntad-. Esta es la razón por la que toda cultura auténtica procura penetrar y expresar a su modo la Verdad, el Bien y la Belleza. La primera, a través de la filosofía y la ciencia; el segundo, a través de las normas morales que rigen la vida de una comunidad; la tercera, a través de las artes. Toda cultura descansa, por otra parte, sobre una concepción religiosa que sirve de fundamento a toda la expresión cultural, ya que de ella –de la religión- aprehende las verdades esenciales acerca de Dios, el hombre y el mundo; de ella recibe los mandatos que hacen que la conducta sea agradable a la Divinidad; y a través del culto rinde homenaje a Dios, intentando adornar todo el ceremonial y el espacio arquitectónico, escultórico, pictórico y literario que lo acompañan, de la Belleza.
[2] No obstante, es necesario aclarar que dentro del mundo de habla inglesa han surgido importantes movimientos e intelectuales que se han entroncado con las raíces más profundas de la civilización occidental, y merecen ser contados entre los fundadores y defensores de las corrientes tradicionalistas. Por ejemplo, Edmundo Burke, durante los tiempos de la Revolución Francesa, o el norteamericano Rusell Kirk, en nuestros días.
[3] El concepto que se tenía en el mundo hispánico de ese tiempo era que el hombre era un ser naturalmente social, y por lo tanto el sistema de representación era a través de los grupos sociales naturales, de los cuales la familia es el primero. No existía la concepción individualista de ciudadanía introducido después por las teorías del Contrato social, elaboradas durante los siglos XVII y XVIII.
[4] No sólo espacial, sino también simbólico y metafísico.
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