VICENTE SIERRA, UN "LITURGO" DE LA HISTORIA

Vicente Sierra fue un eminente historiador revisionista argentino que dedicó gran parte de su labor a reivindicar las raíces hispánicas de América y de la Argentina.      

     “Vicente Dionisio Sierra Quintana (9 de enero de 1893, Buenos Aires, Argentina-29 de julio de 1982, Buenos Aires, Argentina) fue un historiador argentino. Se destacó por promover el revisionismo histórico desde una perspectiva católica, hispánica y nacionalista.

     Sierra estudió en el Colegio Nacional de La Plata. Durante su juventud profesó ideas izquierdistas, llegando a militar en el Partido Socialista bajo el padrinazgo de Juan B. Justo. Fue miembro del Ateneo de Estudiantes Universitarios, pero sus posiciones antipositivistas lo llevaron a alejarse de allí (…)

     Interesado por la literatura, uno de los primeros libros que elaboró fue una recopilación de poemas de Juan Cruz Varela, un autor decimonónico que se opuso a la causa federal argentina.

     Su paso por la universidad no fue muy fructífero por lo que su formación como historiador la realizó de manera autodidacta (…). Durante muchos años se dedicó a la docencia en escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, como también en la Escuela Superior del Magisterio y en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario. Fue además director de Radio Municipal durante la década de 1930.

     Apasionado por la historia, Sierra escribió una gran cantidad de artículos que publicó en revistas especializadas y dictó numerosas conferencias ante interesados en el pasado argentino, lo que le permitió ganar reconocimiento entre los historiadores de su país. Gracias a ello terminaría ejerciendo la docencia y la investigación en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad del Salvador. También fue miembro del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas y de la Junta de Historia Eclesiástica, y uno de los creadores en 1968 de la Fundación Nuestra Historia.

     A principios de la década de 1940 participó del Seminario Argentino de Orientación Económica y Social y luego se entusiasmó con la idea del Congreso de la Recuperación Nacional. En 1943 apoyó a la Revolución del GOU y a partir de 1946 adhirió al peronismo, lo que le permitió ocupar un puesto de funcionario público en distintas dependencias como la Secretaría de Salud Pública, Abastecimientos y Limpieza de la Ciudad de Buenos Aires, la Comisión de Construcciones Universitarias y la Dirección Nacional de Transportes.

     En 1951 el Instituto de Cultura Hispánica le otorgó el Premio Reyes Católicos por Así se hizo América (…)

     Toda la obra de Sierra está atravesada por una apología de lo cristiano y por una vindicación de la tradición hispánica en América. Por ello es reconocido como un desmitificador de la leyenda negra española.

(…)

     Su trabajo más valioso es ‘El sentido misional de la conquista de América’ (1942). El libro, prologado por Carlos Ibarguren, señala que España no avanzó sobre el Nuevo Mundo con intenciones primariamente mercantiles, sino que lo hizo más bien movida por un espíritu evangelizador. Y, para probarlo, Sierra recuerda la existencia de las Bulas Alejandrinas y los resultados que produjeron: flujo de misioneros católicos, multiplicación de las sedes episcopales, control religioso de los pasajeros a las Indias para que no desembarcasen judíos o herejes, creación de universidades, difusión de obras impresas (biblias, catecismos, confesionarios, sermonarios, gramáticas y diccionarios indígenas), etc. Todo ese esfuerzo orientado a cristianizar a los indios impulsó también la promoción humana, introduciendo en el continente nuevas tecnologías, nuevas leyes y nuevos valores que ayudaron a consolidar la obra civilizatoria de Europa en América, ampliando así la ecúmene occidental.”[1]

     Sebastián Sánchez nos muestra sucintamente en un profundo artículo la importancia que ha tenido dicho historiador hispanista en la cultura argentina, a pesar del olvido al que se lo condenado actualmente: 

     “Enseña Chesterton que existen tres modos de escribir historia. El primero, ‘que solíamos encontrar en los libros de nuestra infancia, era pintoresco y en extremo falso. Otro, adoptado por los académicos, es el de pensar que se puede seguir siendo falso, siempre que se evite ser pintoresco’. Para estos eruditos -dice Chesterton- ‘es suficiente que una mentira sea oscura para que se la crea verdadera’. (¡Ay! ¡cuántos cultores de lo abstruso y apócrifo abundan por estos pagos!).

     Pero para el genial Gordo existe aún un tercer modo de escribir historia, aquél ‘que utiliza lo pintoresco de tal forma que parezca un símbolo de la verdad en lugar de un símbolo de la mentira’. Así, de esa original manera, que consiste en hacer evidente la verdad sin mengua de la belleza, supo escribir Vicente Sierra, nuestro gran historiador.

     No abundaremos demasiado en su ilustre biografía salvo para decir que nació en Buenos Aires en 1893 y que allí murió en 1982, a poco de terminar la Guerra de Malvinas. Asimismo, no es ocioso recordar que fue esencialmente autodidacta por lo que no deja de asombrar la vastedad y profundidad de su sapiencia. Durante muchos años ejerció el noble oficio de profesor de secundaria (solía decir que ‘lo que en la escuela argentina se enseña no es Historia; apenas si es un no siempre atractivo anecdotario... y muchas veces falso’) y más tarde, ya maduro, enseñó en la Universidad de Buenos Aires y en la del Salvador. Por otro lado, no puede obviarse su paso por la función pública -siempre bajo los gobiernos peronistas a los que adhirió, aunque no sin reservas- y el hecho de que en 1973 sucediera a Jorge Luis Borges en la dirección de la Biblioteca Nacional.

     Vicente Sierra le obsequió a la Argentina un conjunto extraordinario de libros, entre los que mencionamos sólo algunos: ‘Los jesuitas germanos en la conquista espiritual de Hispanoamérica’ (1944); ‘Historia de las ideas políticas en la Argentina” (1950); ‘Así se hizo América’ (1952); ‘Los Reyes Católicos. En torno a las Bulas Alejandrinas de 1493’ (1953) y ‘El hombre argentino y su historia’ (1966). Sin embargo, más allá de lo hasta aquí indicado, importa dejar anotado lo que a nuestro entender representa las columnas fundamentales, los ejes vertebrales de su obra histórica.

LOS PUNTALES

     Lo primero es su cabal comprensión de que el origen y el ser de la Argentina no se inteligen sin la Cristiandad hispana o la Hispanidad cristiana, que lo mismo da. De Castilla y de la Iglesia venimos -por ellas ‘somos’- y esa certeza recorre todas sus páginas.

     El segundo gran puntal de su trayectoria intelectual es su incondicional amor por la Argentina. Fue el suyo -¿cómo no?- un amor doliente pero no desesperanzado. Nuestro autor no peroró sobre la ‘inviabilidad’ de la Argentina sino que, por el contrario, procuró contribuir en las vías de su salvación. Cierto es que, como muchos, creyó honestamente que el peronismo era el camino, pero no seremos nosotros quienes apuntemos el índice acusador por ese yerro.

     La tercera y fundamental columna de su tarea historiológica es el entendimiento del carácter Cristocéntrico de la historia. Nadie más lejos del historicismo que Vicente Sierra pues entendió la historia a la luz de la irrupción del Verbo en ella. Ni quiso ni pudo estudiar el pasado de un modo distinto -por no decir prosaico- que el otorgado por el sentido de lo Eterno, sub specie aeternitatis.

     En ese aspecto, es posible que su libro más señalado sea el excepcional ‘El sentido misional en la Conquista de América’ (1942), obra de abundante trabajo archivístico y hermenéutico y a la vez pletórica de originales reflexiones sazonadas con poético talante. En ese libro esencial Sierra explica la forja de la Cristiandad indiana que, proviniendo de la Iglesia y de Castilla, se resolvió finalmente en nuestras patrias autónomas.

     Y lo propio se vislumbra en su agotadísima e inhallable Historia de la Argentina -cuyos 10 tomos escribió entre 1956 y 1972- en la que el sentido providencial de la historia palpita detrás del factum, de cada hecho descripto y explicado, lo mismo si se trata de un tratado que de un negociado económico, de una batalla heroica, una misión religiosa o un acuerdo constitucional. Por esas páginas despunta siempre la feliz asociación entre labor científica y atención a lo Alto, sin que nunca quede desmentida la distinción entre lo natural y lo sobrenatural.

EL MODO CATOLICO

     Vicente Sierra fue un científico -conoció y enseñó por las causas- pero se engañará quien busque en sus libros las estrecheces mentales del positivista o el reduccionismo petulante del materialista. El hizo ciencia histórica al modo católico, con el esencial auxilio de la poesía y la metafísica.

     Por eso, con toda justicia puede considerársele un historiador ‘liturgo’-siguiendo el acertado y singular descubrimiento de Antonio Caponnetto- pues escribió historia reconociendo el plan de la Providencia, entendiendo el pasado de modo sacramental, recorriéndolo con la certeza de la fe y la guía de la teología.

      Vicente Sierra, ajeno al ‘pensamiento enjaulado’ de las ideologías, carente de taras historiográficas, dejó a los argentinos una obra superlativa, hoy casi olvidada. Entendemos su ausencia del panteón de los ‘taitas oficiales’ de la historia, como ocurrente y certeramente enseñó Castellani, pero no nos resignamos a su ingrato olvido.

     Haga la prueba, amable lector, y procure conseguir algún libro de este noble historiador. Será tarea inútil. Hoy lo importante es ser amigo de las novedades, obnubilarse con la ‘bibliografía actualizada’ -por falsa que sea- y desechar la antigua, por buena, bella y verdadera que sea. (…).” [2]

     Para cerrar le dejamos la palabra al mismo Sierra, quien nos habla de España y de la Hispanidad en una de sus obras referidas al tema:

     “No sabríamos a quién atribuir aquello de que África comienza en los Pirineos. (…) Es exacto, por de pronto, que si por Europa habría que entenderse ese conjunto de armónicas estupideces –según la adjetivación de León Daudet- que dio tono al siglo pasado (XIX), Europa termina en los Pirineos. Liberales, racionalistas, positivistas, socialistas y hasta los pintorescos librepensadores, no fueron en España sino valores de segunda mano. Lo mismo pasó en Hispanoamérica. (…) España implantó en América durante el siglo XVI (…) (lo que) el Liberalismo destruyó en el XIX. Tales comprobaciones nos dicen que, en este último siglo, Europa terminaba en los Pirineos; pero en los Pirineos comenzaba América. (…)

     Cuando decimos que América comienza en los Pirineos no hacemos geografía, sino historia. Podríamos decir que España comienza en América, y sería lo mismo. El juicio histórico no es un simple orden de conocimientos: es el conocimiento mismo. Después de haber pasado una sucinta revista de la acción de España en América durante el siglo XVI, comprendemos que lo que comienza en los Pirineos es la Hispanidad, puesto que la siembra gloriosa de aquel siglo fructificó en pueblos que llevan impreso su sello de manera indeleble. (…)

     Cuando nos adentramos en la labor que España desarrolló durante el siglo XVI, comprendemos que entonces se integró la personalidad y el ser del hombre de Hispanoamérica; no sólo se integró un continente en lo material: se le formó en lo espiritual; y esa labor se consolidó sobre tales bases, que vanos fueron los esfuerzos realizados para borrar sus huellas.”[3]

 

Revisionistas de Gral San Martín: Vicente D. Sierra (1893-1982)

[1] Extraído de la enciclopedia virtual Metapedia.

[2] http://www.laprensa.com.ar/476044-Vicente-Sierra-liturgo-de-la-historia-argentina.note.aspx

[3] Sierra, Vicente. Así se hizo América. Dicitio. Buenos Aires. 1977, pp. 397-401.


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