La segunda mitad siglo XVII europeo estuvo marcada por figura de Luis XIV, el "rey sol".
En este siglo ya está avanzada la Modernidad, y eso lo podemos ver nítidamente reflejado en la figura de nuestro monarca. Ya pasó por este mundo la figura de Maquiavelo, convirtiendo al poder en un fin en sí mismo, por encima de la Justicia y de la virtud entendida en sentido clásico. Por otra parte la división religiosa provocada por la Reforma Protestante marca la historia de la Cristiandad a partir del siglo XVI: los acontecimientos político-militares de la segunda mitad del 1500 y la primera del 1600 están determinados por esta división: las guerras de religión en Francia, y la Guerra de los Treinta Años en Europa. La casa de Austria, tanto su rama española como su rama imperial, luchas por restaurar la vieja unidad del mundo cristiano. La Francia de los Borbones, por su parte, procura consolidar su unidad nacional por encima de todo otro objetivo. Por este motivo es que si bien al interior sostiene la "causa católica", al exterior apoya a las naciones protestantes. El historiador nacionalista francés Jacques Bainville afirma en su Historia de Francia: "Para combatir a la Casa de Austria era necesario, en Europa, recurrir a los aliados protestantes: príncipes alemanes, Países Bajos, Inglaterra".
A pesar de que la política de los Borbones, Luis XIII y Luis XIV, se movían en el terreno de estos intereses franceses por encima de los intereses generales de la Cristiandad -que tendían a centralizar el poder hacia adentro y de reforzar las fronteras hacia afuera, lo cual iba en contra de la vieja concepción de Cristiandad como cuerpo unificado orgánico-, a partir de la Revolución Francesa algunos autores tradicionalistas volvieron hacia la Francia de Luis XIV con nostalgia, idealizando aquel tiempo. Escribe Joseph de Maistre, patriarca de la Contrarrevolución:
"Si un hombre de buena fe, sin más facultades que el buen sentido y la rectitud, pregunta cuál era la antigua constitución francesa, se le puede responder sin hesitación: 'Es lo que sentíais cuando estabais en Francia; es esa mezcla de libertad y autoridad, de leyes y opiniones, que hacía creer al extranjero súbdito de una monarquía cuando viajaba por Francia, que se hallaba bajo un gobierno diferente del suyo'...
Todas las influencias estaban óptimamente equilibradas, y todo el mundo estaba en su lugar...
Vemos a Luis XIV...ordenando a sus magistrados que le desobedezcan...si él impartiera mandatos contrarios a la ley." (Consideraciones sobre Francia)
El mismo Maurras, autor tradicionalista, contrarrevolucionario y monárquico, seguramente sentía una profunda nostalgia por el tiempo de los grandes Borbones franceses. Escribe al final de su obra Mis ideas políticas
"ni el anciano Guillermo, ni Víctor Manuel, ni Luis XIV fueron príncipes mediocres, y sin embargo, el historiador político o el político filósofo siéntese tentado a preferirles aquel magnífico Luis XIII, que permitió al gran Cardenal cumplir su incomparable dictadura fundadora y reparadora."
Evidentemente la figura del rey sol se agiganta cuando se la contrapone con las miserias desencadenadas por el proceso revolucionario desencadenado con posterioridad a 1789. Sin embargo el historiador de las ideas Rubén Calderón Bouchet matiza su mirada cuando tiene que emitir un juicio final acerca del monarca en cuestión. Cerramos este breve artículo con sus palabras:
"De acuerdo con la tradición de la monarquía francesa, Luis XIV no soñó con dominar un vasto imperio. Se conformó con dar a Francia...la seguridad de sus fronteras naturales y lo consiguió.
A la muerte de Luis XIV el territorio francés era mayor que en el años en que ascendió al trono...
La irradiación de la cultura francesa se extendió por toda Europa y hasta en la lejana corte de los zares se hablaba francés y se copiaban los usos y las costumbres de París. Esta ciudad se convirtió en el centro de los refinamientos y fue moda, en la nobleza de casi todos los países, pasar largas temporadas en la capital de Francia, para adquirir el encanto de la espiritualidad parisiense.
No sé si esta influencia mejoró en algo el alma de los hombres, pero Europa debe a esas costumbres un intercambio cultural, a nivel de las clases dirigentes que facilitó las relaciones internacionales haciéndolas tributarias de una cortesía ejemplar. Tuvo que venir la Revolución Francesa y su propulsor a caballo, Napoleón I, para que desapareciera la obra civilizadora de la monarquía y a los pactos familiares sucediera la guerra de todos contra todos.
En los últimos años de su vida, Luis inició una aproximación hacia la Casa de Austria, con vistas a reafirmar la posición del mundo católico. Pensaba en una liga que uniera a Francia, España y Austria...
Pero el mal espíritu, o más precisamente, los malos espíritus de nuestra civilización estaban en marcha y minaban, en concentrado ataque, las defensas que el cuerpo social podía oponer a los embates de la Revolución. En orden a este proceso de demolición, la obra de Luis XIV no fue tan ajena como podría hacerlo suponer el sello autoritario de su gobierno. Murió antes de cerrar su acuerdo con Viena y las disposiciones que tomó para organizar la regencia de su biznieto Luis XV, obligaron a Felipe de Orleans a adoptar otras medidas que separaron los intereses de la burguesía y los de la corona, haciendo en el futuro imposible una integración que hubiera quitado al proceso revolucionario gran parte de su violencia destructiva." (Las oligarquías financieras contra la Monarquía absoluta)
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