IMPERIO Y KATÉJON

Escribe Sergio Raúl Castaño refiriéndose al tema del Katéjon:

      “En la Segunda Carta a los Tesalonicenses, II, 6-7, San Pablo, anunciando la futura irrupción del Anticristo en la Historia, agrega: “Y ahora ya sabéis qué es lo que (le) detiene para que su manifestación sea a su debido tiempo. El misterio de la iniquidad ya está obrando ciertamente, sólo (hay) el que ahora detiene, [hasta que sea quitado de] en medio. Y entonces se hará manifiesto el inicuo [...]” (versión de Straubinger, II, 290, con la variante de su nota; subrayado nuestro). Con esta afirmación legó el Apóstol a la posteridad un problema histórico-escatológico crucial: ¿qué es “el obstáculo” y “el obstaculizante”, “lo que ataja” y “el Atajador” (Leonardo Castellani, Apocalipsis de S. Juan, 184-185), aquello que detiene, contiene, retrasa el reinado del Anticristo?
      La interpretación de los Padres de la Iglesia, en general, se inclinó por identificar el Katéjon con el Imperio Romano mismo (cfr. John H. Newman, Cuatro sermones sobre el Anticristo, I; y prólogo de Carlos A. Baliña), como también lo hicieron los teólogos medievales (cfr. Josef Pieper, El fin del tiempo, 135). Ésta última fue, precisamente, la posibilidad exegética que Sto. Tomás consideró en primer término (cfr. Super II Epistolam Sancti Pauli ad Thess., II, II)” (http://sergiorcastano.blogspot.com/2013/10/el-katejon.html)

     El Imperio Romano, perseguidor en un comienzo, se convierte –a partir de Constantino, y sobre todo de Teodosío- en instrumento providencial puesto al servicio de la expansión del Reino de Dios.

     “La Iglesia encuentra el Imperio como realidad política ya constituida y, en un sentido material, favorable al cumplimiento de su propia misión espiritual. Después de haberse negado a ser dócil instrumento confirmador de la autoridad meramente política del emperador, observa la posibilidad de que el Imperio sirva a sus propios planes apostólicos…
     Los Anales Laureshamenses se hacen intérpretes de este espíritu cuando explican el advenimiento de Carlos al trono imperial…
     (Se señala allí): Dios ha dado a Carlos el poder efectivo sobre Roma y…el Occidente cristiano. El designio providencial no puede ser más claro ni más contundente: ese poder político militar, lejos de oponerse, colabora con la misión de la Iglesia. Conviene asimilarlo y adjudicarle un título que lo incorpore definitivamente a la tarea salvadora. Ese título es el de emperador.” (RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, Apogeo de la Ciudad Cristiana. Dictio. Buenos Aires. 1978, pp. 109, 112)

     En Carlos la Iglesia restaura en Occidente la dignidad Imperial. El Padre Alfredo Sáenz se refiere al triple objetivo que se propone Carlomagno como Emperador:

     “Las metas que Carlomagno se propuso en su gobierno fueron tres. La primera, consolidar la religión…La segunda meta brota de la primera: extender la civilización (cristiana)…Y la tercera: instaurar la paz, la vieja ‘pax romana’ vuelta ahora ‘pax Christi in regno Christi’.” (ALFREDO SÁENZ, La Cristiandad y su cosmovisión. Ediciones Gladius. Buenos Aires. 1992, p. 19)

     En el siglo siguiente a Carlos la dignidad imperial pasó a los germanos. El Sacro Romano Imperio Germánico, continuador del viejo Imperio Romano Cristiano, perduró por diez siglos afrontando en su historia las más diversas tempestades sin naufragar. La Revolución Francesa, encarnación de una realidad anticristiana arremetió en su etapa “napoleónica” contra el viejo Imperio. Napoleón usurpó la dignidad imperial y transformó al Sacro Imperio en Imperio Austríaco, convirtiendo a Francisco II en Francisco I de Austria. Caído Napoleón, el Imperio Austíaco –luego, Austro-húngaro- fue el continuador de la vieja idea imperial. Dos grandes Imperios, uno en Occidente y otro en Oriente, representaban al mundo cristiano: Austria y Rusia. Podríamos agregar –con muchísimas salvedades- la aparición, en 1870, de otro Imperio en el mundo cristiano: el Alemán.

     El mundo surgido tras la Revolución Francesa fue un mundo totalmente convulsionado, pero aun en medio del desorden y del conflicto, subsistieron estas realidades políticas cristianas. Ese mundo convulso, y los agentes que lo dirigían en la sombra, se precipitó hacia situaciones conflictivas cada vez más profundas siendo la Guerra del 14 –la Primera Guerra Mundial- el drama que puso fin a lo que quedaba de un mundo políticamente cristiano. Tras la Guerra los tres Imperios mencionados cayeron. El último Emperador de Occidente, Carlos de Habsburgo, no sólo fue la última cabeza de una entidad políticamente cristiana, sino que encarnó al príncipe cristiano plenamente, ya que por su vida virtuosa mereció ser elevado a los altares por Juan Pablo II. En la misa de beatificación del mismo afirmó el Papa:

     “La tarea fundamental del cristiano consiste en buscar en todo la voluntad de Dios, descubrirla y cumplirla. Carlos de Austria, jefe de Estado y cristiano, afrontó diariamente este desafío. Era amigo de la paz…Asumió el gobierno en medio de la tormenta de la primera guerra mundial, y se esforzó por promover las iniciativas de paz de mi predecesor Benedicto XV.
     Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo de soberano como un servicio santo a su pueblo. Su principal aspiración fue seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su actividad política. Por eso, para él era importante la asistencia social. Que sea un modelo para todos nosotros, particularmente para aquellos que hoy tienen la responsabilidad política en Europa.”

     Hoy que vemos avanzar con violencia a las fuerzas anticristianas y cada vez más difuminada la posibilidad de alguna reacción “katejóntica”, debemos mantener la esperanza más alta que nunca. Y recurrir a la intercesión del beato Carlos.

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