GRANDES ARQUETIPOS DE NUESTRA HISTORIA -siglos XVI al XVIII-

INTRODUCCIÓN

     La Historia es la Ciencia que recrea el pasado de las colectividades humanas, procurando dar una explicación del desarrollo de las mismas que permita una compresión profunda de su evolución cultural, política, social, y económica. En este proceso juegan un papel destacadísimo los “Grandes Hombres” que contribuyeron, con su esfuerzo y con su entrega, a forjar el Destino de dichas comunidades. 
     En el presente trabajo procuramos acercarnos a algunas de las grandes personalidades que contribuyeron a conformar la esencia de nuestra Nacionalidad durante el período que nos ha tocado estudiar, con el convencimiento de que el conocimiento y aprecio de las Grandes Personalidades Arquetípicas, es una de las mayores contribuciones que la Historia puede brindar a la educación de las jóvenes generaciones.

LOS SIGLOS XVI Y XVII

     Durante los siglos XVI y XVII se fundaron en nuestro territorio las ciudades más antiguas del mismo. Muchas de ellas se han convertido, con el paso del tiempo, en capitales de provincias que llevan sus nombres. Se deben destacar entre ellas, las de nuestro actual Noroeste. Esta región constituyó el antiguo Tucumán. La misma fue adquiriendo sus rasgos culturales durante el período al que estamos haciendo referencia. Su vinculación al Perú, su desarrollo en torno a la ciudad de Potosí, la presencia de Córdoba con su Universidad, la acción de los Jesuitas y de otras Órdenes religiosas, la arquitectura y manifestaciones plásticas del Barroco, la conformación de una estructura social jerarquizada a partir de la institución de la Encomienda, le dieron a la región los rasgos culturales que aun hoy la distinguen. Entre las personalidades que han contribuido con su acción a la conformación de esta zona podemos mencionar al Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo, al Virrey del Perú Francisco de Toledo y a quien fuera inspirador de muchas de las medidas tomadas por este último, el Licenciado Matienzo.

   FRANCISCO DE TOLEDO: Miembro de la Nobleza española, pariente de los Duques de Alba, había entrado a los ocho años –en 1523-, al servicio de la Emperatriz. En 1535, Carlos V lo honra con el hábito de la Orden de Alcántara y el joven Toledo hizo voto de castidad y pobreza. Toledo creció en el vasto campo de las guerras y los negocios imperiales. Cuando Carlos murió en Yuste, Toledo se encontraba en la cámara con Fernando -hermano de Carlos-, don Juan de Austria, y un puñado de fieles. Entregado a los trabajos de la Orden de Alcántara, estrechó amistad en Roma con el Cardenal Ghislieri, futuro San Pío V. A tan noble figura recurrió Felipe II para pacificar el Perú de mediados del siglo XVI. El Virrey Toledo fue el gran organizador del Perú virreinal.
     En esos siglos la Hispanidad se batía en diferentes frentes: contra el Paganismo, en América; contra la Herejía, en Europa –siendo Inglaterra una de las principales naciones que se puso al frente de la lucha contra la Ortodoxia católica, y, por tanto, contra todo el Mundo Hispano-; y contra el Islam, que agredía a la Cristiandad desde el Este y el Sur. 


JUAN DE MATIENZO: Juan de Matienzo nació en el seno de una familia de funcionarios reales. Tras 10 años de estudio, se licencia en leyes en su ciudad natal, en la Universidad de Valladolid. Al igual que su padre, trabajará, durante 17 años, en la cancillería de Valladolid donde desempeñará el cargo de relator. Allí tuvo ocasión de conocer a varias personas muy vinculadas con el nuevo virreinato peruano, como el contador Agustín de Zárate, el licenciado Polo de Ondegardo, el gobernador Vaca de Castro o el Presidente y Obispo don Pedro de La Gasca, "pacificador" del Perú tras las guerras civiles.
     Tal vez por influencia de alguna de estas personas, se interesa por esta región hasta tal punto que el 22 de septiembre de 1558 es nombrado oidor real de la recién creada Audiencia de Charcas y Lima y presidente de la primera audiencia, cargo que asume y jura el 4 de abril de 1561, en Lima pues el paso a Indias no se le concede hasta el 25 de noviembre de 1559 y su viaje desde Sanlúcar de Barrameda, España, a Lima, Perú, duró aproximadamente un año.
     Fue bien recibido en la región y ganó prestigio y respeto rápidamente por su rectitud y sabiduría. Allí ejerció su actividad judicial durante el gobierno de los virreyes Conde de Nieva y Francisco de Toledo, personaje éste último muy importante para la historia del Virreinato. Las Ordenanzas de Toledo sobre todo tipo de cuestiones sociales, económicas e institucionales pervivieron prácticamente invariadas durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Consta que el Virrey conoció bien y supo aprovechar la experiencia del Oidor Juan de Matienzo. Instalado, Matienzo, en la ciudad de La Plata (o Chuquisaca, sede de esta audiencia de Charcas), pudo comprobar, de primera mano, cómo subían los precios en aquellas ciudades andinas inundadas de plata: “En Potosí valen las cosas cuatro veces más que en Lima ordinariamente”. Matienzo falleció en el , tan falto de recursos que apenas se encontró en su casa dinero para sufragar los gastos del entierro.

EL OBISPO TREJO Y SANABRIA: En la Gobernación del Tucumán tuvo una actuación destacada el Obispo Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad de Córdoba. Un sucesor suyo, varios siglos después –Fray Mamerto Esquiú-, nos dejó una semblanza de tan gran criollo:

“A juicio de todo el mundo ilustrado, el siglo XVI fue para España un verdadero siglo de oro en las letras, las bellas artes y en hechos de sin par magnificencia (...)
   (...) basta nombrar a Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, los tres Luis, de Granada, de León, y Vives, Cervantes, Herrera y Velázquez de Silva, Garcilaso de la Vega (el de Toledo) y Calderón de la Barca (...) Basta mencionar el Escorial, las gigantescas campañas de América, la batalla de Lepanto, y hombres como Cisneros, Felipe II, e Ignacio de Loyola (...) Francisco Javier (...) Toribio de Mogrovejo y un Francisco Solano, sin hablar de las Rosas de Lima y las Azucenas de Quito, y los Sebastián de Aparicio, Felipe de Jesús de Méjico (...) España fue en el siglo XVI un verdadero sol de la civilización cristiana, por su resplandor purísimo y por los rayos de verdad y de gracia que ha irradiado hasta las extremidades de la tierra.
   Uno de esos rayos fue Fernando de Trejo y Sanabria. No diré que el hombre a quien somos deudores de esta Universidad se halla al par de un Francisco Javier, de un Toribio, y de un Francisco Solano; no: la grandeza de un santo no es de compararse con nada de este mundo (...); pero además del talento y sabiduría de que nos da testimonio su Episcopado y su Universidad, Fernando tiene para nosotros el especial título de ser hijo de nuestro suelo (...)
   (...) hijo de la segunda generación de colonos españoles en nuestro suelo (...) su piadosa y heroica madre le envió a Lima a hacer sus estudios; que allí tomó el hábito de San Francisco, y que fue el primer criollo que gobernó la Provincia Franciscana del Perú (...)
   Felipe II fue quien presentó para Obispo del Tucumán al criollo del Paraguay; y Clemente VIII, el gran amigo de San Felipe Neri, fue quien lo instituyó Obispo (...)
    Para apreciar el mérito del segundo Obispo efectivo del Tucumán debe uno trasladarse con la imaginación a aquellos tiempos en que la actual diócesis se extendía desde la Pampa hasta las orillas del Bermejo (...)
   Visitó repetidas veces la mayor parte de su inmensa diócesis, celebró tres sínodos, fundó dos Colegios Seminarios, solicitó continua y eficacísimamente la conversión a la fe de los famosos indios Calchaquíes, estableció en todos los lugares de su diócesis, asociaciones del SS. nombre de Jesús en beneficio de los esclavos e indios, fundó el Monasterio de Santa Catalina de esta ciudad, y creó la célebre Universidad”. (Fray Mamerto Esquiú)

   HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA: Otro fundador de nuestra nacionalidad es Hernando Arias de Saavedra, cuatro veces Gobernador del Río de la Plata. Medio hermano, por parte de madre, del Obispo Trejo y Sanabria, nació en Asunción y fue elegido, en diversas circunstancias, por los vecinos de su ciudad, por el Virrey del Perú, y por el mismo Rey.
   Verdaderamente un caballero al servicio de su Dios y de su Rey, participó en múltiples campañas contra indios rebeldes con el objeto de pacificar la región, fomentar el progreso de la misma, y la organización, civilización y evangelización de los grupos aborígenes de la zona. Estuvo presente en la segunda fundación de Buenos Aires, llevada a cabo por su suegro Juan de Garay. Fomentó los derechos de los nativos ante los abusos de muchos encomenderos. Y, para una mejor labor catequizadora, promovió la fundación de Reducciones en la Gobernación. Impulsó la instalación de los Jesuitas, y el desarrollo de las posteriores Misiones creadas por los mismos. Profundamente preocupado por el Bien Común persiguió el contrabando y fomentó el desarrollo de la ganadería, ensayando las primeras formas de selección del ganado.

   “Nunca conoció otra patria que la suya, ni otras casas que los míseros ranchos de terrón y paja. 
   Cuarenta años de guerras continuas, en un campo que tuvo por escena la selva paraguaya y la extensa pampa argentina, que recorrió sin descanso por caminos ásperos y fragosos. Conoció toda la gama del dolor humano, la fatiga y el hambre, la sed y el frío, pero no le arredraron jamás. Las cruentas heridas del combate y las fiebres del pantano que le desfiguraron el rostro y le quitaron el sentido al oído, no sirvieron sino para demostrar su energía inquebrantable y su bravura (...)
   Protector de todas las ciudades de la provincia, colaboró a la fundación de Buenos Aires, Concepción del Bermejo y Vera de las Siete Corrientes y fue el centinela avanzado, que cuidó por muchos años, no se modificara el real que le asignaron sus fundadores (...)
   Ningún personaje de la Conquista reúne como Hernandarias, las extraordinarias condiciones de la virtud heroica en más alto grado, hermanadas a la del estadista en tan prodigioso equilibrio, y se muestre el valor temerario y la prudencia; la justicia y la probidad; la energía y la templanza.” (Raúl Molina)
  
    “El primer sínodo de Asunción del año 1603. Fue de verdad todo un acontecimiento para la vida religiosa del Río de la Plata, mérito singular del obispo Loyola. Participaron en él, con su Ilustrísima y el Gobernador (Hernandarias), dos figuras sobresalientes de la evangelización del Paraguay y del Río de la Plata: San Roque González de Santa Cruz y fray Luis Bolaños. Se abrió dicho sínodo el 6 de octubre.
   Su objeto fue ‘poner en orden muchas cosas convenientes y necesarias, para la buena enseñanza de la doctrina cristiana de los naturales de este dicho obispado y reformación de las costumbres (...) Las Ordenanzas de Hernandarias. Fueron el complemento en el orden político, del sínodo celebrado por el obispo Loyola, publicadas en Asunción un mes después, el 29 de noviembre de 1603. Regulaban el gobierno, adoctrinación y buen trato de los naturales”. (Cayetano Bruno. "Apóstoles de la Evangelización en la cuenca del Plata")

EL SIGLO XVIII

    PEDRO DE CEVALLOS: Ernesto Palacio, en su "Historia de la Argentina", nos describe la personalidad del primer Virrey del Río de la Plata:

“Con la erección del Virreinato se inicia una nueva época para el Río de la Plata. Ya no seremos una dependencia lejana de Lima, sino una entidad política distinta, embrión de una nación futura.
  Don Pedro de Cevallos haría honor a sus ilustres antecedentes. Con todo empeño gestionó los elementos necesarios para el éxito de su empresa en una campaña fulminante: se proponía dar un golpe de gracia a la presencia portuguesa en el Plata (…)
      La campaña fue rápida y decisiva (…) En febrero (de 1777) llegó a la isla de Santa Catalina que ocupó sin combatir (…) Siguió por mar hasta Montevideo, de la que hizo su centro de operaciones; de aquí se dirigió a la Colonia y la sitió. La plaza se rindió a discreción a los tres días, con sus buques y material de guerra. Era la cuarta vez que caía en nuestras manos desde su fundación, y el Virrey estaba decidido a que fuese la última (…). Después se puso en camino hacia Río Grande.
     Cuando al llegar lo sorprendió el anuncio de que se había firmado la paz con Portugal.
     El 1° de febrero de 1777, en efecto, había muerto el rey don José I, y con él habían caído Pombal y su partido. El poder quedaba en manos de la reina viuda; o mejor dicho (ya que se trataba de un incapaz) en manos de la reina madre, hermana muy querida de Carlos III (…) Convocó a una conferencia en San Ildefonso, donde se estipuló la paz, completada más tarde por el Tratado del Pardo (…)
     (…) Carlos III sacrificaba en San Ildefonso inmensos territorios en América a trueque de ventajas en el continente (…) 
     Carlos III sacrificaba en San Ildefonso inmenso territorios en América (…). (A pesar de que se retenía Colonia), reconocía a Portugal las tierras del Río Grande (…)
     Después de la paz (…) era natural que se prescindiera de los servicios de don Pedro de Cevallos, cuya permanencia aquí sólo tenía sentido en función de la guerra con el portugués. Se lo sacrificó en aras de la amistad fraterna. Liquidado el problema ¡y en qué forma! Estaba de más el heroísmo y empezaba la administración. Para la tarea de empedrar las calles y propagar las “luces” –simbolizadas adecuadamente por el alumbrado público a candil- bastaba don Juan José de Vértiz y Salcedo, grato a los portugueses por sus oportunas retiradas. Fue nombrado, en efecto, y entró a gobernara como Virrey el 12 de junio de 1778.
    El triunfo habíale dado a Cevallos una enorme popularidad, que se manifestó con entusiasmo, se manifestó en el entusiasta recibimiento de que lo hizo objeto el pueblo de Buenos Aires, con festejos y convites que duraron cinco días. Pasado el primer entusiasmo, se vio que no había unanimidad y que el vecindario se había escindido en dos bandos, uno de los cuales, afecto al gobernador Vértiz (que se hallaba en Montevideo a la espera de los acontecimientos) lo acusaba al Virrey de adhesión al ‘partido jesuítico’ (…)
     (Su gloria) se funda (…) en su comprensión política del problema de la frontera portuguesa y en su decisión para resolverlo una y otra vez, como gobernador y como virrey; en la energía con que se opuso a los sucesivos errores de la corona, por vía de persuasión y consejo, defendiendo siempre la buena causa, como en la ocasión del tratado de Permuta y más tarde, cuando la expulsión de los jesuitas; en la honradez con que sostuvo sus opiniones y desafió la impopularidad y la desgracia en la corte, en sus eximias dotes de militar, victorioso en todas las batallas. Todo esto le da cierto carácter anacrónico y admirable, en una época en que se pierde el sentido de grandeza y las consideraciones de orden material empiezan a sobreponerse a las del honor.
     Su reemplazo por Vértiz –símbolo de la paz idílica con Portugal, después de haberse mostrado como imagen de la derrota- es la mejor definición americana de la España de Carlos III.” 



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